pamplona - Cazenave (Donostia, 1978) realizará hoy una introducción a los conceptos de territorio y paisaje, al desarrollo histórico de este segundo y a la tierra como espacio ritual y expondrá el caso de Galerna, el proyecto en el que ha trabajado durante una década y con el que ha tratado de descifrar el alma del pueblo vasco y de paso explicarse a sí mismo en un contexto geográfico marcado durante demasiado tiempo por la violencia y una determinada forma de pensar. Como conclusión, ha descubierto que “no existe el paisaje vasco como tal, en todo el caso el paisaje de un vasco”. Esta es una de las pocas certezas que le ha aportado la fotografía, que le proporciona más preguntas que respuestas.

Se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales por Deusto, ¿no confiaba en poder ganarse la vida detrás de la cámara?

-Después de cinco años trabajando en multinacionales y en lugares bastante exigentes, decidí dejarlo todo para ir a estudiar fotografía a Barcelona. Me ganaba la vida muy bien, pero consideré que vida solo hay una y que, aunque con 28 años tenía el futuro encarrilado, era un momento propicio para emprender un camino nuevo que tuviera más que ver con mi forma de entender la vida, los procesos y como una manera de autoconocimiento, que al final es de lo que va el arte.

La conferencia que ofrecerá en Tudela se titula ‘Territorio, paisaje e identidad’. ¿El primer concepto nos lleva al segundo y estos dos juntos confirman el tercero?

-El territorio nos viene dado y el paisaje es una construcción cultural. Están relacionados, ya que el paisaje surge de un territorio, pero no deja de ser una invención, una idea. Y esto que es tan simple esconde un montón de complejidades. Podríamos definir el paisaje como un territorio que nosotros construimos a partir de un punto de vista y con una herencia cultural, antropológica y social. Y si vinculamos el paisaje a una construcción, ahí es donde entra la identidad.

¿Ese es el tratamiento que le da en su trabajo?

-Yo trato el paisaje como un sujeto fotográfico ligado a nuestra biografía. Hay multitud de ejemplos de este tipo de fotografía. Hago una pequeña cartografía de imágenes del mundo que me rodea para entenderlo y para definirme, así que la identidad tiene mucho que ver en el rastreo del territorio en busca del paisaje.

Por lo que comenta, su acercamiento al paisaje como fotógrafo responde a una necesidad íntima de intentar explicar partes de su manera de ser o de ver las cosas a través de elementos que están fuera.

-Digamos que, más bien, los elementos que están fuera de mí se convierten en herramientas de acceso a lo profundo. La identificación que yo hago de ese paisaje va íntimamente ligada a lo simbólico, a códigos ancestrales, a la forma también, por qué no decirlo, y mediante ese rastreo del territorio y esa interpretación del paisaje intento encontrarme a mí mismo. Pero nunca definiría estos paisajes como territorios exteriores, sino como elementos que pueden construir una cosmogonía visual de mi interior. Se trata de mirar hacia fuera para lograr ver lo que tienes dentro.

Ese primer mirar parte ya de una elección, un punto de vista, una decisión que encuadra un fragmento de la realidad y no otro, que decide fotografiar en un momento y no en otro, que revela las imágenes en blanco y negro y no en color.

-Por eso decía que el paisaje es algo tremendamente ligado a la cultura y por eso hablo de construcción. Porque, al final, yo fotografío un territorio, pero es innegable que en el resultado final de esa imagen hay un montón de decisiones que son subjetivas. La posición del fotógrafo, para empezar, y también el encuadre, porque una fotografía a veces se define más por lo invisible que por lo que se ve. En ese sentido, a mí me gusta hablar de una fotografía íntimamente ligada a la poesía. Y, sin duda ninguna, también se define por la elección de la estética. En mi caso, utilizo el blanco y negro entendido casi como una lucha entre opuestos, entre los que a veces se producen colisiones y otras tienden a encontrarse o a abrazarse.

¿Qué ha descubierto de sí mismo en esta búsqueda a través del paisaje?

-Llegué al paisaje al cabo de diez años de un trabajo que se llama Galerna, que partió del análisis del conflicto político y la polarización de nuestra sociedad. En la última etapa me fui hacia atrás en la historia, utilizando la antropología, la mitología y otras ciencias a modo de inspiración y de apropiación, no con ánimo de realizar un trabajo científico ni nada por el estilo. Bebí de esas fuentes para tratar de pasar del conflicto a un cierto sosiego, y en la búsqueda de esa paz, de esa sanación, es donde encontré el paisaje, sobre todo el de montaña unido a un período muy concreto del año, como es el inverno, donde parece que todo está en silencio y la atmósfera es más propicia para el aislamiento.

También hablará de ‘Galerna’ hoy en su charla. Este proyecto demuestra que el paisaje que hemos construido está impregnado de elementos políticos.

-Más que de elementos políticos, el paisaje está cargado de memoria, tanto individual como colectiva. Los paisajes se convierten en algo mucho más poderoso que un territorio y se cargan de intangibles. Galerna nació para conseguir ubicarme en un entorno polarizado. Cuando empecé este proyecto era una persona directamente afectada por el conflicto político en nuestro contexto geográfico y el trabajo me sirvió para huir de la política y encontrarme en otro lugar. Me gusta decir que comencé esta propuesta siendo vasco y la terminé convirtiéndome en persona. Pensamos que la libertad solo se alcanza por medio de la política y resulta que el arte te da la oportunidad de construirte de manera libre y autónoma en otro tipo de contextos. Aunque he de decir que el trabajo de Galerna siempre resulta infructuoso, porque cuando piensas que has llegado al final y que todo está en su sitio, de repente aparece algo nuevo que lo vuelve a agitar todo otra vez. En esto consiste también el desarrollo de una trayectoria artística personal, en encontrar esas preguntas que, en el caso de Galerna, pasan de ser locales a ser universales y que tienen difícil respuesta, pero que nos hacen avanzar.

En una entrevista afirmó que no existe el paisaje vasco.

-En esa entrevista el periodista era muy inteligente y hacía preguntas para que le diera el titular (ríe). Pero lo puedo defender tranquilamente, aunque está un poco sacado de contexto. Lo que quería decir es que puede existir el paisaje de un vasco, pero no existe el paisaje vasco como tal. Yo tengo un montón de fotografías de Aragón y considero que también reflejan mis paisajes, aunque no sean vascos. En nuestro contexto geográfico, durante mucho tiempo ha habido mucha propuesta colectiva de decirnos lo que tenemos que ser, lo que tenemos que pensar y cómo tenemos que interpretar las cosas y, en los tiempos que corren y después de tanto sufrimiento, me parece que hay que hacer un esfuerzo en construirnos individualmente. Lo colectivo y lo comunitario me parecen maravillosos y trato de vivirlo, pero siempre desde mi punto de vista, desde mi opinión e intentando tener mi propia personalidad ante discursos que creo que, más que beneficiarnos, en algunos momentos nos han hecho daño. Hay momentos en que meterse en la trinchera está muy bien porque ofrece protección y una arquitectura intelectual y política, pero llegados a un punto es muy necesario hacer un proceso de introspección para ser capaces de construirnos por nosotros mismos y a partir de ahí contrastar y, en mi caso, poder mostrar este proceso al público. Lo bueno que tiene la fotografía es que tienes un altavoz para poder hablar de todas estas cosas y plantearlas visualmente.

Hablando de su planteamiento visual, tiende a una cierta abstracción. En ese sentido, ¿se siente más cercano a Vallhonrat o a Fontcuberta que a Sebastiao Salgado, por ejemplo?

-No me siento unido a la fotográfico. El trabajo de los fotógrafos me interesa más bien poco, siempre he bebido de otras fuentes como, por ejemplo, la escultura, donde tendría que citar a Oteiza, o la pintura de expresionistas abstractos como Rothko o Clyfford Still. De Vallhonrat me gusta mucho su proceso, cómo plantea sus proyectos. Es un filósofo más que un fotógrafo. Fontcuberta no tiene nada que ver, es un fotógrafo conceptual que plantea una serie de cuestiones que me interesan muchísimo, pero en las que no me veo reflejado. Y respecto a Salgado, es un fotógrafo documental con una estética poderosísima, pero yo tiendo a beber de otros sitios. Considero que la fotografía ya es per se muy endogámica como para buscar referencias dentro de ella; me interesa más acercarme a la pintura, la escultura o también la gastronomía, por qué no, y la arquitectura, que me encanta. De hecho, en la conferencia no voy a enseñar trabajos de fotógrafos, sino de pintores orientales, procesos de construcción de un templo o pinturas de hace 35.000 años, que me parecen mucho más enigmáticas para analizar lo que supone una imagen.

En este mundo de bombardeo constante de imágenes seguramente hace falta pararse a analizar lo que suponen y el lugar que ocupan en nuestras vidas.

-Estamos absolutamente bombardeados y creo que somos unos auténticos irresponsables al no incluir, a la mayor brevedad, una asignatura de análisis de imágenes. Todo el mundo tiene cuentas del Instagram, Facebook, Twitter... Vivimos a merced de la pantalla del móvil, del iPad, de la televisión... Todo es visual hoy, hasta los emoticonos, y no estamos preparados para ello. Es preciso tomar las riendas y apostar por una educación visual para ser más dueños de lo que vemos y de lo que consumimos.