tres jovencísimos pianistas, Carla Román (11 años), Adam Bidi (14) y Piotr Czerwinski (14) han comparecido en el penúltimo concierto del festival para constatar el futuro espléndido que le espera al piano, si todo, como deseamos, va bien. Hay, en estos recitales, cierto aire de concurso, se tiende a comparar; pero, en esta ocasión, y como no había que dar premios, lo que primó fue el disfrute de tres escuelas diferentes, y, sobre todo, de tres personalidades -a pesar de ser tan jóvenes- bastante definidas. Las nuevas generaciones de pianistas vienen, por lo general, desde unas cotas de interpretación más altas que las de hace unos años. Antes nos apabullaban la técnica y el virtuosismo; ahora a esas cualidades, se añaden dotes propias de interpretación que, francamente, en algunos momentos, están por encima de la edad. La gaditana Carla Román nos encandiló, precisamente, por el fraseo que aportó en toda su actuación. Ya no se sigue un compás machacón del que no puede salirse; sino que aporta una musicalidad que espera, cuidadosamente, las caídas de finales de frase, y muestra una sensibilidad que, si se cierran los ojos, parece que viene de un “pianismo” más adulto: por su potencia sonora, por los “glissandi” muy completos, por su técnica en Granados, por su visión de Chopin y Liszt. El parisino Adam Bidi consiguió crear una atmósfera muy apropiada en los Reflets dans l’eau de Debusy, con esa sensación acristalada del teclado y de reflejos en los ojos. Abordó las Escenas de niños de Schumann, una obra más compleja de lo que parece. Define bien los temas; se recrea en ellos y los adorna románticamente; sobre todo en las más conocidas. En otras, más de transición, se hace un poco largo. Solventa bien Chopin (balada op. 23); pero, me quedo con su Debussy.

Y, como este festival nos suele deparar sorpresas muy agradables, el polaco Piotr Czerwinski presentó una obra para nosotros, estreno: un arreglo del concierto número uno para piano y orquesta -el allegro maestoso-, de Chopin, de M. Moszkowski. El piano debe correr con el tutti orquestal, diferenciando los maravillosos temas solistas. El joven polaco -que dedicó toda su actuación a Chopin-, ya comenzó con un muy sosegado nocturno (el numero uno del op. 15), para demostrar equilibrio sonoro en ambas manos, y una muy poderosa mano izquierda en el estudio en do menor y el impromptu 2 de la op. 36. Pero lo verdaderamente apabullante fue el allegro del concierto. Los temas del piano, tan reconocibles, salen nítidos, luminosos, perfectamente destacados sobre el entramado pianístico que sustituye a la orquesta. El conjunto resulta como una exultante sonata, con cierto matiz de grandiosidad. El esfuerzo del pianista es tremendo; y nunca decayó esa frondosa sonoridad, completamente nueva. Al mediodía, en el ayuntamiento, los tres intérpretes hablaron con el público de su carrera. Niños prodigio del siglo XXI, titularon la charla. Desde luego bastante superdotados son; pero el prodigio viene, sobre todo, del trabajo. Suerte.