concierto de rancapino chico

Fecha: 20/08/2019. Lugar: Hotel Tres Reyes. Incidencias: Entradas agotadas con varios días de antelación. Rancapino se presentó junto a dos guitarristas y dos palmeros.

Llegó, por sexto año consecutivo ya, una nueva edición del Flamenco On Fire. Aunque había habido unas cuantas (bastantes) actividades previas, el arranque oficial tuvo lugar el martes; lo hizo, como ya es costumbre, con un aluvión de eventos que inundó cada hora y cada rincón de la ciudad de flamenco (música en los balcones por las mañanas, un concierto de homenaje a la campana Gabriela a cargo de varios artistas entre los que estaban Josemi y Juan Carmona, y Sara Baras en Baluarte). El final del día corrió a cargo de Rancapino Chico (Alonso Núñez según el DNI), joven cantaor que ha sabido recoger la herencia de los antiguos maestros. Contaron en la presentación que, hace años, el padre del artista (presente en el festival, fue otro de los artistas que participó en el concierto de homenaje a la campana) se mostraba partidario de seguir la tradición, y parece que el hijo ha seguido el consejo con su voz, emparentada con otras estirpes como la de Caracol. Venía a presentar su último álbum, Por mi amor al arte, que ha sido grabado en tan solo tres días y, por supuesto, en directo, como debe fraguarse el cante tradicional.

Comenzó en penumbra mientras su padre hablaba y decía, entre otras cosas, que el cante tiene que doler, esa es la única verdad del flamenco, a la vez que recordó a otros miembros de su familia que también (y tan bien) cantaron. Se fundieron tras el soliloquio en un abrazo y el hijo ayudó al padre a bajar del escenario. Regresó de inmediato, de punta en blanco con traje y corbata, y se sentó entre dos guitarristas y dos palmeros. Comenzó a cantar versos que hablaban de madres muertas y amores no correspondidos, provocando ya desde los primeros compases numerosos oles y aplausos por parte del público. En la segunda pieza entraron en acción los palmeros, cantando entones por alegrías (no fueron pocos los que, desde las mesas, se arrancaron espontáneamente con las palmas). Reivindicó luego el sentimiento de Manolo Caracol, se levantó y cantó a viva voz desde el borde del escenario, lo que terminó de encender a la parroquia.

Se tomó un respiro, tiempo que aprovecharon sus guitarristas para lucirse, atronando con poderío hasta que regresó el cantaor, que siguió sacando penares de lo más hondo de su garganta. Se encomendó al “artículo 24” para cantar por tangos (se los habían pedido y le apetecía, aunque no estaba previsto, según explicó). Ni que decir tiene que al público también le complació la espontaneidad y así lo confirmó con sus aplausos. Cantó entonces a su hijo, a sus padres, a su raza gitana y a su Chiclana natal, nuevamente sin micro y al borde del tablao. Continuó con bulerías de amor doliente y despechado, de noches estrelladas y armonías de puro temple y compás. El duende, lo llaman. La endiablada velocidad con la que una mujer pellizcó con sus dedos un enorme arpa, hasta el punto de que sonó, por momentos, como una guitarra flamenca ejecutando una zambra. Estábamos llegando al final cuando salió a escena una mujer vestida con traje totalmente negro que bailó y taconeó para acompañar a la voz y al arpa. Se encendieron las luces y el público se puso en pie. Había dolido, sí, y por eso había emocionado tanto.