¿Qué es un buen padre? Es una pregunta que podría responder la actriz Greta Fernández al tener al suyo, Eduard Fernández, a su lado en Donostia. No obstante, si le preguntásemos a Sara, el personaje que interpreta Greta en La hija de un ladrón, probablemente no obtendríamos la misma opinión sobre Manuel, su “papá” en la ficción y que encarna su padre real.

Belén Funes llegó ayer al Zinemaldia con su primer largo, una película en la que se sugiere mucho más de lo que se dice. En ningún momento, más que en el título de la cinta, se alude al motivo por el cual el personaje de Eduard Fernández ha estado en la cárcel.

El proyecto es una continuación “espiritual” de un cortometraje de la propia Funes, Sara a la fuga -Eduard tomó parte en este proyecto, aunque el papel de la hija recayó sobre Dunia Mourad-, en el que la catalana presentaba una versión más joven del la protagonista de La hija de un ladrón. Si en el corto mostraba a una chica de 15 años a cargo de los servicios sociales con un padre ausente y que no cumple con la promesa de visitarla, en la cinta que pugna por la Concha de Oro, nos devuelve a una Sara de 21 años, que acaba de ser madre, que trabaja de limpiadora como puede y que se encuentra luchando para sacar a su hermano Dani (Alex Moner) del hogar social en el que vive.

Todo comienza con la salida de Manuel de la prisión, no obstante, el motivo del encarcelamiento, la animadversión de la hija hacia el padre, el origen de la relación tóxica entre ambos y la razón por la cual Sara lleva un audífono -¿posibles abusos físicos?- son un misterio.

Funes explicó en la rueda de prensa que tuvo lugar tras la proyección que tenían toda una secuencia en la que se exponían los motivos del distanciamiento entre los personajes, y el motivo por el cual Sara quiere arrebatarle la custodia de su hermano a Manuel. Esta secuencia se mantuvo hasta muy avanzado el montaje. No obstante, al descubrir que sin ella la historia de La hija de un ladrón seguía funcionando igual, optaron por no incluirla.

Lo mismo ocurre con el padre de su hijo. Se adivina cariño y que hubo una relación profunda, pero se desconoce y no se abordan cuáles fueron los motivos de la ruptura o por qué no pueden construir una vida juntos.

De esta manera, con estos elementos en el aire y huyendo de la sobreexplicación del contenido del libreto, sus responsables han querido que sean los espectadores los que llenen los huecos de la historia. Que en su “imaginario” construyan la historia del “antes y el después” de estos individuos separados que solo por una cuestión sanguínea componen lo que se suele llamar familia.

El guion, redactado entre Funes y Marçal Cebrian, dibuja a Sara como “una niña con ojeras”, una joven que “ya lo sabe todo” y que a diferencia de otros trabajos que tienen a jóvenes como protagonistas, “no necesita hacer un camino iniciático”.

incapaz de amar La catalana, que ha ubicado la historia en un barrio empobrecido, habla de la profunda soledad que siente la protagonista -“nunca la llama nadie”-, que es “incapaz de amar” porque nadie le ha enseñado a ello.

Al tiempo que lidiar con el hecho de ser hija, también tiene que gestionar su maternidad. No obstante, cuando Funes retrata la relación que Sara tiene con su bebé, lo que le interesa no es la mirada sobre el recién nacido, sino lo que su relación nos dice del personaje de Greta Fernández, que este mismo año ha participado en el drama histórico Elisa y Marcela, dirigido por Isabel Coixet.

De esta manera, la cineasta explicó que ha intentado crear una relación muy alejada de “un anuncio de Nenuco”, para presentar a una madre que, pese a que tiene un profundo sentimiento de protección, lo que no siente es ningún tipo de amor. Nadie le ha enseñado a querer y eso se muestra cada vez que el bebé llora: el personaje de Greta Fernández mira para otro lado como si no hubiese escuchado nada. No puede saber cómo ser madre, porque nunca ha conocido a nadie al que llamar padre, por lo menos, en la ficción.