Bilbao - Una gira interminable y exitosa, un Goya por Este es el momento, de la película Campeones, y el actual ¿Revolución? (Warner), un disco que combina orquestaciones lujosas, música de baile y funk con rock clásico, nos arroja el mejor momento artístico y popular de Coque Malla en solitario. Y a ello se une Coque Malla. Sueños gigantes y astronautas, el libro que le dedica Arantxa Moreno, directora de Efe Eme. Malla actúa hoy en el Teatro Arriaga. “Sintiéndose una estrella histórica del rock no se hacen canciones nuevas”, explica.
Creo que ha dejado la sierra y ha vuelto a Madrid.
-Sí, estoy feliz en Madrid tras estar fuera, al borde de la depresión. Volver me ha hecho renacer.
¿También en lo musical? Si cada disco es un retrato actualizado del artista...
-No siempre es así. La música es una disciplina artística muy visceral y orgánica. Algo de lo que te pasa sí se comunica, pero la obra no tiene por qué ser un diario autobiográfico. Solo algunas lo son, porque el arte es un terreno para el desarrollo de la fantasía, con la que se miente mucho.
La historia nos deja ejemplos de ambas vertientes.
-Hay discos muy vitalistas y optimistas hechos en momentos de bajón personal; y al revés. Otras coinciden.
Pero este disco sí tiene más luz y alegría.
-Sí, pero sin pretenderlo. Miré las letras en el papel y pensé que saldría amargo y pesimista, por aquello de la revolución imposible, pero no ha sido así. Suena muy vitalista y ha salido así, porque trabajo de manera muy instintiva. Escribo y dejo que fluyan las ideas, las palabras y las imágenes. No pensé escribir sobre la revolución.
Lo hace, aunque sea de forma indirecta.
-El disco se abre con unos alumnos de Literatura cercanos al estudio de grabación que leen, al unísono, diferentes libros de corte social, político o filosófico. Captamos ruido de voces opinando y de manera cruzada.
Ruido es lo que sobra.
-Claro, esa era la idea, capturarlo con esa representación.
¿Ve imposible la revolución?
-Complicado. Sí creo en la personal e individual, la que tiene que ver con el amor que proyecta en lo cercano, pero tambalear los cimientos de la política y las instituciones y tirar abajo la maquinaria del poder es muy complicado. Además, en el fondo, no queremos. Si realmente nos empeñásemos y dijéramos “basta” y “seamos más libres”, se acabaría con esas estructuras.
¿Estamos perdidos?
-No sé... muy cómodos, sí. Y nos gusta ejercer el poder. Esa es la gran trampa, que no acabaremos con él si nos gusta ejercerlo y actuar como jueces o policías, ejerciendo la crítica constante.
En ‘América’, una de las canciones emblemáticas del disco, habla de “calles llenas de libertad”. Será ironía, ¿verdad?
-Es una oda desengañada e ingenua. Habla de los sueños y las ilusiones, y de cómo idealizamos las cosas por anhelos personales, de una relación a un país o un partido político. Pensamos que será la solución a los problemas y acaba desvaneciéndose entre nuestros dedos. Y ahí, volvemos a empezar.
Titula otra ‘Nos queda la música’. A menudo nos salva del desastre.
-Hablo de ella como metáfora de otras muchas cosas. Yo me la aplico porque soy músico, pero podría ser metáfora de cualquier forma de libertad, de la huida y la imposibilidad de la revolución.
Sigue fiel a las orquestaciones de su anterior disco.
-Es complicado desprenderse de ellas porque es un camino muy rico y divertido. Volver atrás es complicado, pero es también agotador. Igual el próximo disco, como ejercicio de libertad física y mental, será sencillo, roquero y crudo. Me apetece, y tengo el derecho de cambiar.
Y ha vuelto al baile y al funk. Muchos no recuerdan que ya lo hizo con Los Ronaldos, en discos como ‘Idiota’.
-Se le ha olvidado a la gente. No solo en ese disco, incluso Saca la lengua tenía mucho funk. Y los conciertos se basaban más en Prince, Michael Jackson y James Brown que en los Rolling Stones.
No reniega del clasicismo. Ahí está ‘El árbol’, un rock con gran pegada pop.
-Sí, conecta con mi obra y estilo habitual: el rock crudo y guitarrero. Al final, la cabra tira al monte. Aunque me ponga fantástico y meta cuerdas por todos lados, ese tipo de canciones aparecen y no tiene sentido amputarlas. Dan equilibrio al disco y es una de mis favoritas.
El disco coincide con la publicación de un libro sobre su obra. ¿Le sonroja, emociona, hace justicia...?
-Lo he recibido maravillosamente bien. Su autora ha huido del amarillismo, de la carnaza que le di, y la ha camuflado. Y entrevistó también al resto de Los Ronaldos, Iván Ferreiro, Leiva, Bunbury... Y hablaron de mí con cariño y respeto. ¡Como para no emocionarme!
Le decía lo de la justicia porque tiene ya muchos himnos a la espalda a sus 50 años.
-Bunbury decía algo sabio al respecto de gente con este recorrido, con grupos anteriores y ahora en solitario. Comentaba que sintiéndose una leyenda del rock no se hacen canciones nuevas. No sirve para nada. Me sirve trabajar y mirar hacia delante.
¿Casa un escenario como el Arriaga, con butacas, en un espectáculo como el actual?
-Tocar en teatros me encanta, da igual el formato que lleves. Es que te puedes levantar, no pasa nada. Es una cuestión de energía. Y luego está el Arriaga. Es uno de mis conciertos más deseados de las últimas décadas. ¡Dios mío, quiero tocar allí!