como fulminado por un rayo empresarial, Alfonso Arús ha desparecido de las parrillas de programación de Atresmedia, en una decisión soportada por los malos resultados de audiencia, de un programa que comenzó hace un par de semanas y que seguía equivocadamente el patrón del programa de La Sexta, Arucities, que de siete y media a once intenta elevar el ánimo de los telespectadores a base de sonrisas, carcajadas y jocosidad rampante, que los espectadores soportan con estoica paciencia y espiritual presencia de ánimo, ante Alfonso Arús un veterano desconocido de las televisiones generalistas de Madrid. Auténtica toña la que ha recibido este profesional de la tele y vídeos, que esperaba asentarse en un tiempo importante de tele, en el prime time del viernes, y que ha caído derrotado por los flojitos números que los gestores del emporio librero no han podido soportar y le han puesto de patitas en la calle, tras dos inválidos intentos. Cuando en la pantalla surgen las secuencias de un programa de telerrealidad, los espectadores no aciertan a discriminar lo que es verdad o ficción televisiva, y la duda crece sobre si los que vemos es producto del guion o de la manifestación improvisada de los actores. Algo así ocurrió el lunes, cuando el hijo de Kiko Matamoros se soliviantó frente a la cámara y gritó desaforado “esto es una auténtica cerdada” en referencia a la encerrona que prepararon los de Vasile a Stella, incauta concursante de un Gran Hermano de famosillos, al encerrarla consecutivamente con la novia de su supuesto amante, del mismo sujeto y del visceral Diego Matamoros, que de raza le viene la casta al galgo. Los responsables del espacio no tienen límite en su deseo incontinente de machacar al personal en un insaciable ejercicio de triturar el alma humana encerrada en jaula de cristal y ofrecerla como fast food al pueblo expectante. Todos subidos al carro del espectáculo y la telebasura que tanto nos apasiona.
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