Los teóricos de la comunicación determinan en los últimos tiempos que los productos de tele y radio deben hacerse en modo coral, es decir, llenando locutorios y platós de personal variopinto para hacer el programa más atractivo, dinámico y moderno. Ya no se estila una voz frente a la cámara o micro, sino que la cuestión es poner a seis o siete personajes a la vez, metiendo caña, solapándose y entrando y saliendo de la narración con mayor o menor habilidad, con mayor o menor gracia. En la actual televisión generalista, la que consumimos la mayoría de los mortales, hay muestras patentes de este modo de narrar en la tele, como puede ser el ejemplo de Antonio Ferreras, capaz de lidiar con media docena de morlacos opinantes, que van y vienen durante horas, al albur de la actualidad informativa, dejando su particular huella en los debates dialéctico que el bueno de Ferreras intenta coordinar y controlar con riesgo de incendio en el plató. No es fácil llevar de las riendas dialécticas a Choni, María Claver, Contreras o Beni, pero en el transcurso del programa uno de ellos toma las riendas y personajes como Inda, Marhuenda o Sardá hacen del circo el estado natural de los magazines informativos, que La Sexta ha puesto de moda, con acierto y calidad televisiva. Otro cantar es el Alfonso Arús y su programa mañanero, que lleva una catarata de vídeos a las formar televisivas de un plató plagado de marujos y marujas, comentaristas de patio, personajes sin conocimientos especiales, lectoras de revista del corazón a la espera del turno en la peluquería. Mucho personal, mucho ruido en un programa largo como un tren, y más repetitivo que los menajes de un candidato en campaña. La cosa va de mucha gente, muchas voces dispares, mucho ruido mediático, en una forma de hacer teles que abogan por la masa sonora y huye del equilibrio de la imagen y el sonido.