- No hay gente paseando ni charlando en las terrazas de la Plaza Yamaguchi. Carlos Bassas (Barcelona, 1974) mira las palomas, los gorriones y a una nueva pareja de picarazas que se acaba de mudar al lugar y ha construido un nido en uno de los árboles. "A veces observo a ver si están. Y mi mirada viaja un poco más allá, hacia la hierba del parque que nadie corta, que crece libre. Hasta que descubro un rectángulo de unos dos metros de largo por unos ochenta de ancho donde la hierba no ha crecido. De no ser por la maraña que la rodea, no me hubiera dado cuenta. Pero ahora sí. La diferencia es notoria. Y me pregunto: ¿por qué? ¿Qué misterio puede esconder ?".

Como él mismo reconoce, "la cabra tira al monte", así que se imagina una novela negra, "quizás un pequeño homenaje a Cornell Woolrich -su literatura ha sido injustamente olvidada, dice- en el que un vecino o vecina ha asesinado a su pareja y la ha enterrado en el parque. Claro que debería explicar por qué no crece la hierba. Por suerte, conozco a algún forense, y a más de un investigador y criminólogo para dar con la clave. Dame un par de meses... Combinando mis pasiones, se me ocurre rebuscar en el folclore japonés en busca de algún ritual oscuro para cuadrar el rectángulo", fantasea.

El escritor suele alternar "largos periodos de confinamiento voluntario con viajes de promoción o a encuentros y festivales", así que, reconoce, "llevar más de un mes encerrado en casa no me ha supuesto mucha diferencia. Más teniendo en cuenta que estoy en pleno proceso de corrección y reescritura de mi nueva novela, que, si todo va bien, saldrá en octubre", apunta. Sí echa en falta "pequeños alivios" que a veces le "salvan de la misantropía más estricta, incluso de la locura: bajar al bar a tomar un café, sentarme en la terraza y leer la prensa, o tener contacto con los alumnos de mis clases de escritura".