na de las anécdotas de Joselito a su paso por Pamplona fue la que protagonizo junto al ganadero navarro Cándido Díaz, y que tanto dio que hablar en aquellos lejanos días. Era la historia de un toro que se hizo muy famoso llamado Curro, berrendo en negro, de la ganadería de Don Cándido, un morlaco que sembraba el pánico en las mañanas sanfermineras cuando salía por la puerta del toril para limpiar el ruedo sembrado de corredores. Un toro que durante muchos años corrió en el encierro sirviendo de guía a los toros que se iban a lidiar en la corrida de la tarde. ¡Era tremendo aquel toro! Debido a un accidente que sufrió al ser trasladado de Puente Gil (Peralta) a la finca del Recuenco, se partió un cuerno por la cepa, y al no ser curado como era debido, se le pegó a la carne dándole la característica de curro.

Procedía de un cruce que Cándido Díaz hizo con toros del Marqués de Guadalets, tratando de mejorar la bravura de sus reses. Pronto se hizo famoso el toro Curro en sus correrías por los pueblos de la Ribera en sus fiestas patronales, en simulacros de lidia pegando tarantaneos a granel con un poder extraordinario, hasta que el año 1918, al ser contratada una corrida de Cándido Díaz para ser lidiada el segundo día de San Fermín por los afanados diestro Gaona, Joselito y Saleri II, el toro Curro fue destinado para ser toreado por la mañana por los aficionados, después del clásico encierro de los toros.

Su fama de maldito venía precedida de fechas anteriores. Salía a una velocidad endiablada de los chiqueros, arrollando todo lo que se le ponía a su paso, y después de zarandear a diestro y siniestro, se plantaba en el centro del ruedo desafiando para ver quien era el guapo que se acercara a sus dominios. Cuando algún valiente lo citaba desde lejos, Curro lo miraba desafiante, como diciendo: “¡Acércate un poco mas y veras lo que es bueno!”; y el mozo, confiado en su valor, adelantaba unos pasos mas, lo que aprovechaba el toro para lanzarse como una flecha sobre el desgraciado, que era atrapado antes de alcanzar la barrera, siendo derribado al suelo donde el cuerpo de la víctima era pisoteado, mordido y ensuciado de boñigas, por aquel toro que sabía latín, pegando con su cuerpo donde mas daño hacía, dejándole en jirones la ropa de su víctima que se debatía entre las patas de aquella furia del infierno.

La fama de este toro llegó a oídos de Joselito, quien rodeado de amigos, (entre los que se encontraba el ganadero Cándido Díaz), se hallaba en el hotel descansando para torear la corrida de la tarde. Joselito, al escuchar los comentarios de los contertulios que decían que era imposible torear a Curro, se dirigió a don Cándido -cuyos toros lidiaba por la tarde-, hablándole con su fino acento andaluz empapado de corrección y gracia: “¿Es verdad lo que dicen estos señores, que no hay manera de torear a su toro?”. Y seguidamente añadió el torero: “A mí me gustaría probar ahora mismo si lo puedo hacer yo”. “Mire usted, Joselito -le contesto don Cándido-, que es un toro de mucha fuerza, y…”. “¡Nada, vamos ahora mismo!”, replico el torero resueltamente. Y uniendo la acción a la palabra se levantó del lecho, y una vez vestido se encaminó en dirección a la plaza, rodeado del grupo de amigos que no querían perderse la ocasión de presenciar un hecho memorable.

Agustín Uztárroz, valiente mayoral de la ganadería de Cándido Díaz, dio suelta al toro, que como siempre salió a la arena del ruedo dispuesto a zurrar la badana al intruso que se acercara a sus dominios. Joselito, con el capote en la mano, se aproximó decididamente al morlaco, que, cachazudamente aguardo a que el torero llegase a su alcance. El silencio en la plaza era impresionante a pesar de que el grupo de curiosos había engrosado como por arte de magia.

Por fin se arranco el toro con fuerza, y Joselito, con su gran maestría, adelantó el capote equivocando al toro que como una exhalación pasó rozando el cuerpo del gran torero, que volvió a lancear al toro dándole tres capotazos. Una salva de aplausos estalló en la plaza dedicado al dominio que Joselito estaba protagonizando. Este se volvió sonriente y agradecido hacia sus amigos.

El toro, sofocado, enganchó el fuelle de su cuerpo recuperando fuerza, y Joselito volvió a citarlo nuevamente: “¡Embiste ya, malage!”; y entonces sobrevino la catástrofe. Curro se arrancó con furia salvaje sobre el torero que no pudo esquivar su fuerte acometida siendo alcanzado de lleno y lanzado a gran altura. Una vez en el suelo el toro frenético de coraje, sin distinguir jerarquías le propino una soberana paliza. Gracias a la intervención del mayoral Agustín Uztárroz, el toro soltó a su presa, y entonces demostró Joselito su casta y pundonor profesional. Volvió a coger en sus manos el capote, y en un grandioso alarde de facultades y dominio a pesar de la paliza recibida, prendió al toro entre los vuelos de la tela, y lo llevó de un lado a otro de la plaza, y con un precioso recorte dejó a Curro clavado en la arena, resoplando con fuerza por sus fauces humilladas ante la inteligencia y valor del llamado Rey de los Toreros.

Maltrecho y dolorido, sobreponiéndose a la molestia que le causaba los golpes recibidos, Joselito, por salvar a la empresa de un grave apuro de su sustitución por otro espada, dio por terminada su aventura con Curro cumpliendo su compromiso de torear por la tarde, una corrida dura de don Cándido, cortando una oreja en cada toro. Cuando después de dar la vuelta al ruedo el torero sevillano se limpiaba el rostro de sudor, se le acercó el ganadero navarro diciéndole en tono de broma: “Joselito, ¿quiere que le saque el toro Curro de propina? Y el torero contestó: “¡Ozú, ozú, cómo me duelen todos los huesos de la paliza. ¡Qué toro!”.

Poco mas tarde, tanto el ganadero como el torero tuvieron muertes violentas: Joselito muerto por el célebre toro Bailador en Talavera; don Cándido, cuando se dirigía en su automóvil a su finca enclavada en la vega ribereña, en un paso a nivel en Noáin fue arrollado por el tren.