a caza siempre se mete por alguna rendija, aunque en esta situación lo importante esté en los datos que a diario afligen a los ciudadanos cuando se informa de la situación sanitaria en un mundo que hace unos meses llamábamos sociedad del bienestar y al que llegó un virus que mata a cientos de miles de personas. La pandemia del coronavirus ha provocado un desguace humano en la España más preparada de la historia, que ha perdido el equilibrio. A pesar de las epidemias con virología similar sufridas a lo largo de la historia, se nos había olvidado que los virus han sido siempre un infortunio permanente. Somos muy vulnerables y la humanidad debe prepararse para que otra enfermedad no nos sorprenda. Las generaciones presentes entran en una nueva época cultural, con un cambio brusco de costumbres que revolucionará la sociedad.

Se puede estimar que el covid-19 habrá infectado a miles de cazadores en España y habrá provocado la muerte de cientos de ellos. Una vez ya pasado el confinamiento, a ello hay que sumar las renuncias a cazar provocadas por las enfermedades y el quebranto de la grave crisis económica que vamos a padecer.

El estado de alarma prohibió la caza y, por lo tanto, se interrumpió el calendario cinegético y las actividades venatorias. La prohibición de cazar dejó sin efecto las órdenes y normas que permitían la caza de algunas especies y el control poblacional de las más peligrosas debido a su sobrepoblación. Tras meses de confinamiento, con las carreteras y el campo vacíos y sin cazadores, la fauna perdió el valor silvestre de la bravura y temor al humano, y, por ello, comenzaron a aparecer jabalíes, corzos y hasta lobos y osos por pueblos y ciudades, buscando la comida fácil de los contenedores. Menos mal que el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación pidió a las comunidades que mantuvieran el control de las especies, porque producen muchos daños a la agricultura, la flora y la fauna; provocan accidentes en carreteras; y pueden propagar enfermedades a la ganadería.

El necesario confinamiento para hacer frente al covid-19 provocó una grave crisis económica que va a traer una fuerte caída de la caza. En la anterior crisis, que fue más liviana, entre el 2008 y el 2014, se frenó el ritmo de la caza, sobre todo en las cacerías de perdiz. Hasta el 2008, las capturas crecían año tras año y cada vez con mayor coste. La quiebra fue notable y supuso en los dos primeros años de crisis un 40% de caída en los ojeos. Para la caza mayor, no se detectó en España durante esas cinco temporadas de crisis ni menores capturas ni peores trofeos que antes y después de superarla.

Por otro lado, quedarán muy afectadas las próximas maneras de cazar. Están descritas más de 30 modalidades y 60 métodos de cazar que conforman un glosario de definiciones propias de la cinegética y que forman parte del acervo cultural de la venatoria. Desde hace miles de años, las tácticas para cazar con éxito se han fundamentado en la asociación de los cazadores. El mejor ejemplo de ello son la batidas y la caza en mano, que requieren de la coordinación de varios cazadores. Con las medidas impuestas, ambas quedarán muy desfiguradas. La caza es amistad y cercanía, pero va a ser muy diferente en la práctica que se avecina.

En cambio, como punto positivo de esta pandemia, los agricultores han sido uno de los gremios más empoderados y con mejores perspectivas, porque también se ha reconducido por ley a los intermediarios para respetar precios de producción y se han facilitado las llegadas de temporeros en paro para la recogida de frutas y verduras. Sin embargo, en la otra cara de la moneda, la ganadería tiene encima la espada de Damocles de la peste porcina africana y, además, la ganadería de lidia no va a poder organizar este año ningún festejo taurino, y tampoco se comprará su carne.

En el campo, la fauna produce daños a la agricultura que no pueden frenar los cazadores, y menos en el futuro. Según las estimaciones de capturas, se cazaron en la temporada 2017-18, la última controlada, 6.300.000 conejos, 400.000 jabalíes, 180.900 ciervos y 67.000 corzos, que son los animales silvestres que producen más siniestros agrícolas y que requieren de mayor prevención. No solo eso, sino que, en España, los accidentes contra animales pasaron de los 10.838 en el 2007 hasta los 17.234 en el 2011. En esos cinco años, el número de muertos fue de 58.

Los cazadores hacen lo que pueden para mitigar los daños a los agricultores, pero siempre quedará alguna población de conejos u otras especies imposibles de reducir. Hay ahora más concordia que hace unos años, cuando se los denunciaba, bien por algún agricultor o a través de las aseguradoras, que pagaban los daños y después los trasladaban a los cazadores. En la situación actual y ante la petición de los agricultores para que los cazadores actuemos en la prevención de daños, el ministerio pidió a las comunidades autónomas la regulación de las actuaciones. Los cazadores siempre han dado la respuesta adecuada, aunque en este caso ningún juez pueda responsabilizarlos de los daños causados por la fauna silvestre.