O que arde le ha dado a conocer al público. Seleccionada y premiada en Cannes 2019 y en los Goya de este año, la película es una historia de amor y conflicto en una tierra bella y difícil a partes iguales. La tierra, Os Ancares, es donde Oliver Laxe (París, 1982) vive ahora mismo y donde desarrolla "el proyecto más importante de mi vida". A quienes acudirán al taller les sugiere que vengan "con ganas de abandonarse".

¿Con ganas de llegar a Navarra?

-Sí, sí, tengo muchas ganas de conocer unas vistas que me han dicho que son muy evocadoras y de encontrarme con la gente. Siempre me dejo llevar por el asombro y si estas personas están ahí es por algo, y más en estas condiciones. Picasso decía que le gustaba vivir en un décimo piso porque solo la gente muy interesada en verlo subiría. Esto, trasladado a este momento y a Navarra, donde me han dicho que la situación con la enfermedad es frágil, hace que me excite mucho más ir y conocer a gente que pese al ruido y a los miedos ha decidido perderse en ese valle.

Para la mayoría de nosotros, la irrupción del coronavirus y todo lo que ha acarreado ha sido un shock, ¿cómo lo ha vivido Oliver Laxe?

-A mí también me ha subyugado esta situación, pero tengo que decir que han sido los meses más felices de mi vida. He estado viviendo en mi valle, donde filmé mi última película y donde estoy construyendo mi casa, así que ha sido un tiempo muy afirmativo de construcción, de proyectarme y de trabajar en el campo, de parar y de ver las cosas que estaba haciendo mal.

Los últimos años habrán sido bastante ajetreados por la producción, promoción, festivales y premios de 'O que arde'.

-Sí, y es normal que lo sean, porque hacer una película es una cosa muy seria y tiene que ser epopéyico, si no, no hay premio. Hacer una película tiene que doler. Ahora estoy en un momento de contracción, como el propio mundo. Hay veces que experimentamos etapas de expansión y yo estoy en un momento de cueva, de mirar el mundo desde lejos.

¿Cree que saldrá algo positivo de lo que estamos viviendo?

-Sí, claro, yo soy un hombre de fe. Siempre creo que detrás de un accidente o de una tragedia hay algo positivo; lo que pasa es que habitualmente no tenemos la capacidad de verlo en el momento y sufrimos. Yo soy muy consciente y tengo la tranquilidad de pensar que detrás de todo esto hay regalos, que era inevitable y que es justo en su injusticia. De hecho, creo que ahora estamos en un período de normalidad y que era más anormal el tiempo previo. Una sociedad que no convive con la muerte es una sociedad infantilizada. La muerte te pone en tu sitio, genera humildad, te hace crecer, te edifica; es parte de la vida. Ahora, ante esta irrupción de la muerte, mucha gente crecerá, se mirará al espejo y dirá 'hay cosas en las que tengo que trabajar', y habrá otra gente para la que la angustia y la ansiedad serán cada vez más grandes y en vez de crecer se degradará.

¿Y cambiaremos como colectivo o los cambios son individuales?

-Me parece que la sociedad estará más polarizada. Habrá gente que crezca mucho y habrá gente que se degrade mucho, pero el mundo va a seguir siendo bello y va a seguir habiendo héroes. Eso sí, para que haya héroes que con sus gestos nos recuerden que el ser humano es algo bello, alguien tiene que hacer el trabajo sucio; gente velada, ambiciosa, explotadora, egoísta, cobarde, oportunista...

¿Y a quiénes considera héroes?

-Pues a gente que hace su trabajo como si fuera una obra de arte: un médico, un panadero, un cartero, un florista, un cocinero... Una persona que tiene la noción de servicio en su trabajo; de servicio a la comunidad y de dar amor con lo que hace. Sin buscar solo el rédito. Para mí, todas esas personas que podrían tomar el camino fácil y no lo hacen son héroes.

¿Y qué piensa cuando escucha el concepto de nueva normalidad?

-Pues que, como decía antes, esto que estamos viviendo es la normalidad, al menos la que vive más del 70% de la población mundial al diario. Esto es más normal que lo que vivíamos antes. Una normalidad que nos puede hacer crecer. El hecho de sentirnos pequeños, de saber que a la mínima un bichito puede acabar contigo, que te creías tan grande y tan poderoso, me parece sano. No quito el dolor y la angustia que esto está provocando, soy realista, pero creo que esto nos va a dar humildad. Este es un momento de verdad. Ya no hay lugar a los filtros, a las poses, a las máscaras; se está viendo quién es cada quien. Algunas personas se han sorprendido para bien del reflejo que les ha devuelto el espejo, y otras para mal.

¿Y cómo están viviendo allí, en Os Ancares (Lugo), esto de las distancias, los análisis, las mascarillas?

-Aquí, poco de eso (ríe). La gente de aquí está sacando pecho. Toda la vida les habían dicho que eran unos paletos por quedarse ahí a vivir y ahora están respondiendo que se quedaron precisamente por esto, porque las ilusiones en las que creían los que se fueron a la ciudad son vanas. Aunque también sé que en la ciudad ha habido personas muy solidarias que han ayudado a su comunidad. En general, soy de los creen que venimos a este mundo a servir y que solo cuando servimos nos autorrealizamos, es decir, somos felices. En estos meses ha habido gente que ha dado un paso hacia un nivel del ser que es la santidad. Por ejemplo, algunos médicos han tenido claro que su misión era servir sin importar las consecuencias. Para mí esa gente es eterna.

Ahora mismo está volcado en la rehabilitación de la casa familiar, ¿qué puede decir del proyecto que quiere poner en marcha allí?

-Llevo cuatro meses de obras, nos quedan otros cuatro y estoy muy feliz. Tengo la sensación de que este es el proyecto de mi vida y de que estoy donde tengo que estar; al menos es lo que me dice mi cuerpo. Ahora me pide mucho la naturaleza, la agricultura y estas cosas. Casi todos los talleres que vamos a empezar tienen que ver con esto, con cultivar la tierra, con el pastoreo, con la recuperación de oficios tradicionales... En paralelo, queremos hacer un cineclub para la gente de la montaña. No suele haber mucha oferta cultural en el medio rural y, de hecho, a veces esto es un impedimento para que la gente vuelva al campo. Y con esta propuesta queremos unir a la gente de aquí, que es poca y hay mucha soledad, y a la vez ofrecer servicios.

Quiere contar con autores, directores, artistas...

-Sí, quiero que vengan directores y artistas de primera línea y que haya conciertos que no hay ni en Madrid ni en Barcelona, por ejemplo.

¿Y, como creador, deja al cine en espera?

-El cine que tiene que ver con rodar y demás, sí, pero lo que estoy haciendo aquí también es cine. Como artista estoy trabajando, mirando, proyectando un mundo... Estoy madurando y eso es lo que tiene que hacer un artista; a veces tienes que vivir períodos de contracción, porque si no, conviertes tu trabajo en una profesión y llega un momento en que no tienes nada que decir. Hay que digerir las cosas, escucharte a ti mismo... Otros tendrán otra manera de hacer, pero esta es la mía. Por ejemplo, noto que estoy perdiendo ambición, y me parece bien.

¿A qué se refiere?

-Digamos que mi trabajo ahora está menos relacionado con mi ego. La necesidad de hacer películas para mí siempre ha tenido que ver con dar un servicio y con legar algo al mundo, pero en adelante creo que mi relación con el arte será incluso más pura.

En ese sentido, sus proyectos, ya sean un largo, un corto u otras propuestas artísticas, ¿suelen surgir de la reflexión y de la contemplación?

-No soy un artista muy de cabeza ni ideológico. Para mí, los procesos creativos son más como pulsiones. Hay que necesitar hacer las películas. Esto no es una profesión, esto tiene que salirte desde lo más profundo del alma, porque eso se trasladará luego al proyecto que estés haciendo. Es que hacer una película es serio, no puedes hacer una buena película en un año o en dos; es un maratón, lleva mucho tiempo elegir el tema, estudiar... Pide rigor y seriedad, y además implica dinero, muchas veces público.

Para colegas suyos, la taquilla es la principal motivaciones.

-Y no me parece mal. De hecho, mi última película ha sido taquillera, en proporción a lo que ha costado ha sido un exitazo y se ha vendido por todo el mundo. Yo no me puedo meter en la cabeza de los demás, solo puedo hablar de mi camino. También tengo ego y algunas de las decisiones que he tomado estaban más dirigidas por él que por el corazón; ahora trato de estar más conectado con el corazón y menos con los miedos, con las ambiciones, con el cortoplacismo, con los apegos psicológicos... Obviamente, como a otros cineastas me hace ilusión estar en Cannes, que me den premios, que escriban sobre mí, pero se trata de equilibrar eso y que no sea lo que predomine en tus decisiones.

Pues no le veo ni trabajando ni siendo público de las plataformas.

-No sé... Las series me aburren, todas están hechas con avecrem. Son previsibles y están diseñadas para que te enganches. A lo mejor podría ver alguna, pero ¡si casi no tengo ni Internet! Entiendo que la gente quiera entretenerse; el problema es cuando lo único que quieres hacer es evadirte.

¿'O que arde' ha gustado porque es ante todo una historia de amor, de una madre hacia un hijo, pero también hacia una tierra, un paisaje, una manera de vivir?

-Sí, siempre lo que está detrás de la cámara se acaba sintiendo en las imágenes. Yo he tenido el lujo de poder trabajar en mi aldea, de conocer cada centímetro de ella y de rodar en prados donde generaciones y generaciones de familiares y de vecinos han nacido, se han sacrificado... Y la intención de honrarlo era muy clara. He buscado hacer una película sencilla, y, es curioso, porque en ningún momento hablan de amor. No lo expresan con palabras, pero como espectador lo sientes.

Tampoco evita hablar de lo duro que es vivir en el campo.

-Creo que otro de los méritos de la película es que no es una mirada urbanita del rural. Se nota que la ha hecho alguien que lo ha mamado. No hay una idealización ni una demonización, en eso es una peli bastante ecuánime, hecha desde la distancia justa.

Mañana comienza el taller de inmersión en Lekaroz, ¿cómo le gustaría que acudieran los participantes el primer día?

-Con ganas de perderse, de abandonarse, de rendirse. Que se liberen un poco y se dejen asombrar y que sean conscientes de que no vamos a hacer una película, que igual se hace, pero no hay una actitud productiva detrás.

¿Cuáles fueron sus maestros?

-Mis abuelos. Enfrentaron epidemias, guerra, emigración, muerte... Y la manera que tuvieron de contarme esos episodios de su vida fue con mucho desapego, aceptación, soberanía, libertad. Y eso me marcó. Ojalá me enfrente a la mitad de tragedias con la mitad de dignidad que ellos tenían. En cuanto al cine, me gustan mucho Andréi Tarkovski, Robert Bresson...

Lugar y fecha de nacimiento. Hijo de padres gallegos, nació en París en 1982. Regresó con ellos a Galicia con 6 años y, tras estudiar en A Coruña, se trasladó a Barcelona, donde se formó en la Universidad Pompeu Fabra.

Trayectoria. En 2006 rodó en Londres junto a Enrique Aguilar el corto E as chemineas decidieron escapar. Más tarde filmó en Tánger Suena una trompeta, ahora veo otra cara (2007) y París #1. Allí creó Dao Byed, un taller para niños pobres del Magreb del que salió su primer largo, Todos vos sodes capitáns (2009), con el que ganó el Premio Fipresci en Cannes 2010. Después rodó Mimosas, nombre del hotel en ruinas donde Tennesse Williams comenzó La gata sobre el tejado de zinc. En 2016 se alzó con el Gran Premio de la Semana de la Crítica de Cannes.

"Con 'O que arde' quise también honrar a generaciones de familiares y vecinos que se han sacrificado en esa tierra"

"Las series me aburren; están hechas con avecrem, son muy previsibles y están diseñadas para enganchar"

"Algunas decisiones las he tomado más con el ego que con el corazón; ahora trato de equilibrar eso"

"Un héroe es cualquiera que hace de su trabajo una obra de arte: un médico, un panadero, un cartero..."

"Ahora estamos viviendo la normalidad; una sociedad que no convive con la muerte es una sociedad infantilizada"