Intérpretes: Javier Colina, contrabajo. Josemi Carmona, guitarra. Antonio Serrano, armónica. Borja Barrueta, batería. Programación: Flamenco on Fire.. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 29 de agosto de 2020. Público: lleno el espacio permitido (entradas a 28, 24 y 18 euros).

uién nos iba a decir, a los que tenemos cierta edad, que con aquellas armónicas que nos traían los reyes, como un gran regalo, se podía hacer tanta, tanta música. Porque, en el concierto que nos ocupa, Antonio Serrano deslumbró con ese pequeño instrumento que se hizo verdaderamente grande, hasta llevarnos (traernos), impecablemente, milagrosamente, la música de Bach o Sarasate -(el zapateado)-; y, por supuesto el ambiente jazzístico, flamenco, de balada melancólica y tranquila, o de virtuosismo rítmico que creó con sus compañeros de grupo. En el otro extremo -por timbre de instrumento-, el extraordinario, -no sólo por intérprete, sino por la carga humanística que imprime a su música-, Javier Colina, con su contrabajo -(de armario, como dicen en el ambiente de jazz, no eléctrico)-, que a su proverbial apoyo de “bajo continuo” al conjunto, añade, -y sobresale-, sus intervenciones a solo: sonido cavernoso, como corresponde al instrumento, pero de sombreada claridad; con la justa resonancia para llenarlo todo y que no se emborrone; con un virtuosismo que contradice la austeridad de las cuerdas, con su pizca de “glissando” en algunos momentos, muy humano, y, lo que es más importante, con un fondo de sentido del humor que mete a todo el público en el vientre del contrabajo. La guitarra de Josemi Carmona -de ilustrísimo linaje flamenco- tiene un sonido que huye del chasquido metálico, me gusta, es redondo, más de yema que de uña, y de rotundo rasgueo y claro punteo; pero, en esta ocasión, se me quedó un tanto a desmano, por los problemas que tuvo con su megafonía y que, sin duda, dislocaron un poco -solo un poco- el devenir del concierto. Debió ser algún problema de oírse él, porque desde el público se oía todo estupendamente, con una amplificación general muy bien medida para el teatro Gayarre. Borja Barrueta me pareció un batería extraordinario porque hizo lo que se le pedía: mucha discreción, mucha escobilla, para crear ambiente y dejar que sonaran los demás, con golpes puntuales para subrayar los clímax, sin imponer nada. Me gustan estos baterías que no tratan de imponer su ritmo, para eso está el contrabajo (y, aquí, qué contrabajo). Bueno, pues este cuarteto de lujo abordó, en una sesión inclasificable, todas las músicas, con citas culturalistas de la clásica -marcha turca de Mozart, etc-; flamenco -bulerías, farruca…-; jazz -siempre como entramado de fondo-; baladas, citas al folklore autóctono… en fin de todo. Y todo con libertad y soltura, sin raras impostaciones, demostrando el amplísimo dominio de la música por la música: que es toda buena si se hace bien. “Alegría de vivir” abre la sesión, tema tranquilo y optimista, “para compensar lo que vivimos”, se anuncia. Momentos cumbre fueron casi todos; desde luego los solos, que se lucen y arrastran a todo el grupo desde el que los plantea. La versión de la “nana”, “de las siete canciones españolas”, de Falla, en la armónica de Serrano y la austera guitarra de Carmona, fue de una ternura escalofriante. Carmona -solo- borda un tema recogido, con trémolos que adornan la melodía, sonido redondo y de un resultado pacífico, balsámico para el público. Colina, que ha hecho diabluras con el contrabajo, se atreve con el acordeón, y se marca una farruca, pero que, por timbre y fuelle, lleva al ritmo de tango (o algo parecido). Serrano, de vez en cuando, baja las manos al teclado -organillo eléctrico-, y de igual manera, se luce. Es una continua sorpresa: Serrano hace toda una suite de Bach como introducción al tema que siguió al solo de Carmona. ¡Qué desparpajo y qué musicazos! Y para final, -el cuarteto a tope-, temas de Paco de Lucia y de Juan Carmona Habichuela, porque estos músicos son tan grandes, que homenajean a sus maestros, no quieren ocultarlos. El público, en pié, forzó una propina.