a presencia de cineastas japoneses en el Zinemaldia se ha visto impedida por la pandemia que vivimos. Entre las disonancias más curiosas que se están dando es la relativa los desfases horarios. El público pudo ver ayer Nakuko wa ineega/Any crybabies around? pero su director, Takuma Sato, no podrá presentarla en rueda de prensa hasta hoy.

En este segundo trabajo, Sato se vale de cierta costumbre japonesa que se celebra en la península de Akita, al norte del país, para establecer el paralelismo entre dos rupturas: la de las tradiciones y la de las familias. Esta última cuestión vertebra toda una historia en la que se nota la influencia del Premio Donostia Hirokazu Kore-eda, que actúa de productor del largometraje.

En torno a fin de año, ciertos municipios japoneses celebran el Namahage, una costumbre por la cual los hombres se disfrazan de ogros y visitan los hogares para asustar a los niños al grito de “¿Hay algún llorica por aquí?”. La leyenda establece que los más jóvenes de la casa han sido maleducados, lloricas o perecesos estos grotescos seres los secuestrarán para llevárselos al monte.

En este largometraje, un padre primerizo (interpretado por Taiga Nakano) es condenado al ostracismo social, familiar y matrimonial y es forzado a irse a vivir a Tokio, después de haber aparecido desnudo y borracho por la televisión, tras haber participado en el Namahage.

Pese a retratar de una forma cínica nuevos modelos de familia y su descomposición, Sato se aleja de Kore-eda en una cuestión importante, la de la universalidad de las historias. El responsable de Un asunto de familia, que fue Palma de Oro en Cannes, aunque disecciona la sociedad de su país, explora historias que pueden ser perfectamente exportables.

No obstante, en Nakuko wa ineega/Any crybabies around? Sato profundiza en una historia paterno-filial con múltiples capas, siempre mirándose en el espejo de la sociedad que retrata y, por lo tanto, difícilmente extrapolable.

En este sentido, presenta una ramillete de padres ausentes, unos que se muestran de manera explícita y otros que sobrevuelan el largometraje como fantasmas. Precisamente, la figura del ogro devorador de niños no es más que la otra cara de esos progenitores que han sido incapaces de hacerse cargo de su descendencia, mientras que los “lloricas” son esos hijos que no han podido crecer con una figura paterna que tomar como modelo de referencia.

Takuma Sato, que además de sentarse en la silla del director también firma el guion, es una joven dirigió su primer largometraje en 2014, Don’t Say That Word, que ganó el Premio del Público y el Cinema Fan Award en el Pia Film Festival (Japón) y también fue candidato al premio New Currents del Festival de Busan (Corea del Sur). Entre sus dos largos, llegó a rodar.