e entre todas las tradiciones humanas la más duradera es la de equivocarse. Personas y países se empeñan en cometer iguales errores que sus antepasados. Es lo que ocurre en el ficticio pueblo de Uriola, que "no es Hondarribia ni Irun", pero podría ser, donde celebran cada año una fiesta llamada Alarde, en la que los varones tienen el papel principal y las mujeres el marginal, por retratar con cierta exactitud los hechos históricos. Hasta que ellas se proponen llevar los mismos disfraces que ellos. Por no ser menos. En nombre de las viejas costumbres, la mayoría machista dice no. Y estalla el conflicto, muy desigual.

Por fin, ETB se ha atrevido a dramatizar este enfrentamiento social con la miniserie Alardea, de cuatro capítulos. Es muy de agradecer, porque no solo del trauma de la violencia vive Euskadi. Alardea proyecta una comunidad real, de gente real y problemas trasversales, opuesta a la psicótica Patria y su sesgo resentido. El relato cumple su misión de señalar a malos y buenos, que no se corresponden con los que están contra o a favor del alarde mixto. Los malos son los que pintan grafitis que califican de bolleras y vejan a las mujeres rebeldes. Y los buenos son los que resisten la presión y comprenden la evolución. Ganará el amor frente a la mezquindad como en las grandes y pequeñas epopeyas.

Edurne, Amaia y June -amona, ama, alaba- son tres generaciones de mujeres fuertes como rocas. Y las tres, con sus diferencias, están en el lado correcto de la historia. En el lado equivocado quedan quienes caducaron en sus inercias. Falta por ver si la alcaldesa opta por ejercer de mujer o de política. Y como la contienda persiste, nadie ganará y todos perderán. Soberbia dirección de David P. Sañudo que, al igual que en su película Ane, parece inspirarse en su admiración por el alma femenina.