e acabará algún día el virus?”, se pregunta en voz alta Alfonso Ascunce cuando vuelve a colocarse la mascarilla tras dejarse retratar por el fotógrafo para este reportaje.

En ese interrogante resuena el eco de los misterios sin resolver de esta vida ambivalente que late en sus últimas pinturas. Obras sobre tela realizadas con pintura acrílica, aerosol y óleo en gran formato que han tomado el vestíbulo de El Sario de la UPNA, donde lucen hasta el 17 de diciembre, a modo de vistosas llamadas de atención que alertan al paseante sobre una certeza: si no somos nosotros mismos quienes, como sociedad, nos esforzamos por levantar la mirada y recuperar la capacidad de asombro, reflexión y sentido crítico, el sistema lo tiene demasiado fácil para aniquilarnos a base de confusión y ruido mediático.

No es que éste sea el mensaje que quiera transmitir el artista. Alfonso Ascunce no tiene intención de decir, sino de volcarlo “todo” en su quehacer creativo, que en este caso, a través de escenas barrocas -por lo llenas de objetos, por el horror vacui voluntario, buscado que hay en ellas-, es metáfora del mundo que habitamos. Interiores, así se titula esta serie, nos adentra en este mundo a través de anticuarios repletos de objetos. “Me interesan porque son espacios que aglutinan mucha historia del arte, de la cultura, y muchas veces son acumulación de trastos, como la propia sociedad si no se renueva”, cuenta Ascunce tratando de poner palabras a las formas, los colores, los símbolos, las tachaduras que llenan sus obras.

Unas pinturas ejecutadas intentando dejar de lado toda obsesión, dejando de lado cualquier idea de perfección para que las pinturas sean perfectas. Se presenta el propio lenguaje, el lenguaje de la pintura, atendiendo a cosas claves y sencillas como lo nítido, lo borroso, el pulso, lo frío, lo caliente, lo claro y lo oscuro.

¿Cómo surgen? “Pues no lo sé, de una manera muy natural, creo; intuitiva, sin pensarlo demasiado. Hay mobiliarios, hay espacios interiores, pero también son espacios híbridos, en los que hay techos abiertos, zonas como de paisaje... De alguna manera es una excusa para pintar de un modo muy directo. Tener una estructura que sería el espacio interior con su geometría, por decirlo de algún modo, y poner cosas dentro, llenarlo con un cierto automatismo, aunque nunca es total, e incorporando en la obra elementos que me vienen interesando hace mucho”. Como monigotes, figuras en un pedestal, cuadros pintados dentro de los cuadros, collares de perlas, cabezas cortadas -la mente separada del cuerpo-, la bola del mundo... “Es el uso de lo simbólico y la ruptura del símbolo, la eliminación del posible significado. La intención es que al final no signifique nada, sino que se vean los colores, las formas, que estén ahí”, dice creador pamplonés.

El propio lenguaje de la pintura se impone al posible tema, aunque como él mismo matiza, “supongo que ya hay un tema en el hecho de que no lo haya”.

Contemplando estas obras repletas de cosas que se ven, que se sugieren, algunas que están y otras a las que apuntan, a una le viene a la mente el ruido mediático al que estamos sometidos, más últimamente. “Este proyecto tiene mucho que ver con la idea de los sistemas y de que estamos en momentos de cambio. Por eso hablo de que lleno los cuadros y en el fondo de lo que se trata es de vaciar, de limpiar. Es como llegar al zen pero desde la acumulación. Y luego desde el placer de pintar, de jugar; yo siempre digo que no hay juego sin reglas, entonces en los cuadros hay una especie de reglas propias, muy abiertas pero las hay. Desde la bola del mundo, la cabeza cortada, sillas, mesas, lámparas, que unas pueden recordar a determinadas culturas, otras a otras... Y pintura, la pintura como algo positivo, como algo vivo, físico y mental, que se hace con el cuerpo, que se hace con la cabeza, que se hace con las manos”.

La apariencia de grafitis viene dada en estas obras por el uso del aerosol, utilizado “como un modo de interferir en el proceso, al ser distinto de lo que se hace con pincel. De repente aparece el aerosol y la superficie queda modificada y obliga a llevar las cosas hacia otra parte, frente a la idea del sistema, que niega la posibilidad del cambio a priori, en vez de abrazarlo”. El sistema, que nos quiere a todos iguales “cuando todos somos iguales pero todos somos distintos y únicos, y cada persona necesita o merece su sitio”, defiende el artista.

Hay partes tachadas en estas pinturas que nos dicen: ¡aquí!. Llaman la atención sobre algo, a veces con sentido, otras como puro afán representativo. Tachaduras como negación de la figuración. “Es el negar como posibilidad también de afirmar”.

Es la vida, y su ambivalencia.

“Vivimos tiempos muy interesantes”

A Ascunce le interesa trabajar con lenguajes y maneras de hacer distintas en cada obra, sin someterse a ninguna. “Luego, curiosamente todo se ve con cierta uniformidad”, dice recorriendo con la mirada el conjunto de los cuadros que llenan el vestíbulo de El Sario, creados en el último año y medio, unos cuantos meses antes del inicio de la pandemia.

Este momento de cambio, de crisis, lo vive “bien”. “El problema estaría en el estudio, y al estudio voy muy a gusto y en este momento me sale todo (ríe). No sé, igual por esta intensidad que vivimos ahora que no es tan deseada”, apunta recordando un refrán chino que dice: “Te deseo tiempos interesantes, y es una maldición en realidad”. “Estamos en tiempos muy interesantes, esa es la verdad”, opina Ascunce. “Hace como quince o veinte años, pensaba, qué pasa, qué aburrido es todo, no ocurre nada... Y claro, el salto de aquella visión a lo que pasa ahora es total, hay una incertidumbre enorme para todos. En todos los oficios. Ese cambio que nos ha sacudido a todos nos hace sentirnos más vivos, y también nos angustia. Influye en las amistades, en las relaciones, en todo”, asegura.

Las artes plásticas, lamenta, “están bastante relegadas actualmente”. “Todo tiene que ver más con los ordenadores, con el vídeo... Es bastante estúpido, pero se cree que son más contemporáneas determinadas cosas porque utilizan medios de ahora mismo, cuando con la pintura se pueden hacer cosas extraordinariamente actuales. Y luego hay cosas que pasan por de ahora mismo que lo único que tienen es que utilizan medios de ahora mismo creados por multinacionales, después de todo. La pintura en ese sentido a mí me parece muy generosa y ventajosa, porque con poco puedes hacer algo. Esto no son más que colores, formas, tiempo en la superficie del cuadro. Y atreverse, querer jugar. No tener miedo a hacerlo mal, ni bien”.

Él se atreve. Goza con esa libertad de poder hacer lo que le da la gana, al tener “la ventaja” de no deberle “nada a nadie”. Y en ese pintar lo pone “todo”. “Todo lo que soy. Hablo en primera persona”, dice.

Y nos invita a los demás a jugar también, a atrevernos y reconocernos en ese juego abstracto-figurativo que nos alerta de una realidad: “Es que ya ni nos paramos a mirar. La gente no ve las cosas”.

La exposición. Interiores puede visitarse hasta el próximo 17 de diciembre en el vestíbulo de El Sario de la UPNA, de lunes a viernes en el horario de apertura del centro, de 9.00 a 21.00 horas.

El autor. Nacido en Pamplona en 1966, Alfonso Ascunce vive y trabaja en la capital navarra. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco (UPV), es pintor y escultor. Su obra pertenece a la colección de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), al Museo Miguel Hernández, a la Caixa y al Fondo Ars Fundum, entre otros lugares.

“Los anticuarios son acumulación de trastos, como la propia sociedad si no se renueva”

“Quería dejar constancia de la pintura como algo positivo y vivo, como algo físico y también mental”

Artista plástico