En 1978, Eugenio Ibarzabal entrevistó al poeta y músico de Oiartzun en Radio Popular. Fue una conversación de dos horas que, ahora, la editorial Erein recupera en un libro titulado Xabier Lete, de un tiempo, de un país.Ibarzabal ha prologado también esta entrevista, que supone prácticamente un momento congelado en el tiempo, una instantánea que hay que entender en su contexto.

¿Cómo recuerda la entrevista?

-Como una época en la que los dos, Lete y yo, vivimos peligrosamente, y en la que la inseguridad laboral, en mi caso, a los 27 años, era total. La de Lete también lo era, y además era de edad mayor que yo. Todo ello en un ambiente de inseguridad política y económica, pues lo que estaba claro entonces es que no había nada que estuviera realmente claro. No se veía luz. Temíamos que se produjera un golpe militar. En vísperas del 23-F, tres días antes, Lete y yo entrevistamos a Juan Luis Cebrián en su despacho de El País. Qué hombre tan soberbio. Al decirle que temíamos un golpe militar, el muy listo se rió de nosotros. Nos dijo que eran bulos para meternos miedo. A los días lo tuvo que corregir, pero la corrección fue aún peor. Tengo todas las pruebas de lo que digo. Hoy en día el tal personaje sigue pontificando. A veces conviene recordar, comparar y recobrar la perspectiva. Y, a pesar de todo, el recuerdo que guardo es, ya digo, la de haber vivido a tope. Me alegro de haber tenido la suerte de que nos tocara vivir el inicio de una nueva época, por difícil que fuera.

¿Cuánto tiempo mantuvo relación con Lete?

-De 1972 a 1987. Quince años. Al principio yo no era sino alguien que acudía a sus festivales, pero luego la relación con él fue muy intensa, porque las coincidencias políticas fueron cada vez mayores, y él se sentía muy comprometido. Sin embargo, a partir de 1987, a pesar de que jamás nos enfadamos, no nos volvimos a encontrar. Recuerdo tan solo habernos saludado años después en un restaurante, eso sí, muy amablemente. Pasamos del todo a la nada. Quedó algo pendiente entre los dos, una conversación, al menos para mí. La escisión que sufrió el PNV fue decisiva. Él se quedó en un lugar y yo en otro. Yo fui al Gobierno Vasco y él se quedó en la Diputación de Gipuzkoa. Le ofrecimos a Lete ser consejero de Cultura, pero no quiso. Lo mismo me ocurrió con Koldo Mitxelena, aunque en este caso la relación era la del maestro con el alumno. Una verdadera pena, o algo peor, difícil de explicar para una mente de hoy, y buena muestra de que, si a veces no somos felices, es exclusivamente por nuestra culpa, tal vez porque no queremos serlo. Muchas veces el sufrimiento lo creamos nosotros mismos. Todo aquello fue lamentable y en contradicción total con los ideales que se pretendían defender. Y la mejor prueba de lo que digo es que ya casi nadie recuerda ni la razón ni el porqué. Lete y yo fuimos víctimas colaterales, como se diría hoy. Creo que es mejor no recordar ni continuar.

¿Qué recuerdo tiene de él?

-La de alguien que quiso vivir la vida intensamente, que tuvo suerte en unas cosas, pero en otras no, que disfrutó y sufrió mucho. Su final fue muy difícil, aunque lo digo de referencias, porque no estuve allí. Lleno de contradicciones, con unas enormes ganas de vivir, muy humilde ante los demás, aunque de repente se le escapaba también un mal gesto. Tal vez con algún complejo de chaval. De humor admirable. Realmente, un ser interesante. Lete tiene una buena biografía; espero que alguien se anime con ella. Su trayectoria final y su relación con Lourdes debiera ser contada. También ella es un personaje de interés, con trayectoria muy diferente.

¿Cómo era cuando le conoció?

-Él era siete años mayor que yo, y ya poeta y cantante muy conocido, por lo que yo lo miraba con un gran respeto. Simplemente, diría que lo admiraba. Yo estaba más organizado políticamente, él era más independiente. Creo que nos influimos mutuamente. La etapa de los dos en la revista Muga fue maravillosa. Lete fue feliz. Viajamos juntos varias veces, conocimos a mucha gente de interés, trabajamos bien y nos reímos mucho. A los dos nos influyeron determinadas personas y corrientes. Pero cada cual mantuvo siempre su propia independencia. Siempre con un gran respeto. Por eso es aún más triste lo que al final ocurrió.

En el prólogo lo define como “contenido”.

-En un primer momento lo era, pero luego se convertía en una de las personas más desbordantes que yo he conocido. Me he reído tanto con él… Nunca decía tonterías, o, al menos, decía las tonterías que quería decir. Pero había también varios Letes en él, alguno de los cuales le jugó malas pasadas.

¿Revisar la entrevista le ha hecho darse cuenta de algo nuevo?

-Sí. Yo creo que estaba mucho más harto de lo que estábamos viviendo en aquellos años de lo que se atrevió a decir en aquella conversación. Por eso digo que en la entrevista faltó algo de frescura. Para aquel entonces ya había decidido dejar de cantar, porque no había manera de que algunos, con sus gritos y sus proclamas, le dejaran cantar en los recitales. Creo que no refleja ilusión, así era de triste la situación entonces.

¿Cuál considera que fue la influencia de Oteiza en Lete? Él habla del impacto de Quousque tandem

-Oteiza, con su libro y su prestigio, le dio seguridad intelectual, como artista y como abertzale; a él y a muchos, porque, en aquel momento, había quienes trataban a los artistas euskaldunes como auténticos jebos. También entonces había gente que se creía superior, no se sabe muy bien por qué. Por escribir en castellano se consideraban más universales. Los demás eran artistas locales, cuando lo cierto es que Lete escribía bien en las dos lenguas, en euskera y en castellano. La crítica venía de gentes supuestamente de izquierda, para los que el nacionalismo vasco era pequeño burgués y reaccionario. Hoy resulta ridículo escucharlo, ya lo sé, pero entonces era así. Ahora las críticas son otras, pero lo cierto es que luego, algunos, desgraciadamente, habrían de dar buenos motivos para la crítica.

“El Frente cultural de ETA fue más un deseo que una realidad”, dice Lete en la entrevista. Acabaría teniendo razón.

-El Frente cultural de ETA fue un aparato político e ideológico, nunca cultural. No tuvo autonomía alguna. Siempre estuvo supeditado a los que disparaban, que eran los que tomaban, de hecho, las decisiones. Al Frente Cultural no le tocaba sino apechugar con las consecuencias de los demás. Al hacer la entrevista, yo sabía muy bien que Lete nada había tenido que ver que ver con eso, pero todavía en aquel tiempo había quienes se lo apropiaban y otros que consideraban que todo lo que tenía que ver con el mundo de la cultura en euskera era cosa de ellos.

De hecho, Lete suscribió el Manifiesto de los 33

-Tuvo que marchar unos días de su casa de Urnieta, pues tuvo miedo, y en una celebración del 24 Ordu Euskaraz, HB repartió unas hojas en las que aparecía su nombre, junto al de Goio Monreal y Nestor Basterretxea, también firmantes, en el que se le pedía que fueran boicoteados. Luego no sucedió nada y no se produjo boicot alguno. ¿Qué euskaltzale podría, en su sano juicio, boicotear a Lete?

Lete defendía la iniciativa privada para el fomento de la cultura, al igual que Oteiza, que se traslada en la anécdota de Galerías Barandiarán.

-Lo que he pretendido decir es que todo lo que se hacía entonces era iniciativa privada, que no había iniciativa pública, y que, a pesar de ello, se consiguió algo tan digno que ha quedado hasta hoy. ¿Cómo es que se hicieron tantas cosas sin ayuda alguna, y, además, con la Administración de entonces en contra, y no se puede mejorar hoy lo que existe si no es con la intervención siempre de lo público? La iniciativa privada no es sospechosa por principio, como algunos pretenden presentárnosla ahora, sino que lo que cada día está resultando más sospechoso hoy son los intereses privados que subyacen bajo el paraguas de lo público.

Lete habla de Ez Dok Amairu como algo muy espontáneo y poco profesional.

-Pero con un afán de continuidad, de profesionalización, de hacerlo en serio y bien, con las críticas consiguientes de los que defendían que los artistas vascos no tenían que cobrar.

¿Por qué considera que acabó Ez Dok Amairu?

-Por razones personales que solo se explican en razón de la clandestinidad de entonces. Creo que Jose Anton Artze y Mikel Laboa se encontraban incómodos con el marco político de José Angel Irigarai. Pedían más libertad individual. Lete se colocó más bien del lado de Irigarai. Pero creo que, al final, si bien triste, resultó positivo, pues favoreció el crecimiento de todos sus componentes, y en concreto el de Lete, que tal vez no hubiera hecho lo que luego llegaría a hacer.