Orquesta Sinfónica de Navarra. Manuel Blanco, trompeta. Lucía Marín, dirección. Programa: concierto para trompeta y orquesta de Daniel Schnyder (1961). Sinfonía número 2, Gaélica de Amy Beach (1867-1944). Programación: ciclo de la orquesta. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 29 de abril de 2021.

oncierto para valientes, titulaba la orquesta el de este jueves. Y es que los espectadores se enfrentaban a dos autores desconocidos; y los intérpretes tenían ante sí dos partituras novedosas y con retos extras incluidos: en Schnyder por su dificultad técnica en ajustes de ritmos; en Beach, por convencer con la novedad. Pero, esa “valentía” no hizo falta: ampliamos el repertorio de muy buena gana. El concierto para trompeta y orquesta de Schnyder tuvo a uno de los mejores solistas, ahora mismo, del instrumento. Manuel Blanco es querido en esta plaza; le recordamos con Haydn en el 2013; y con el contemporáneo Arutiunian en 2016; deslumbrante en ambos. Al igual que hoy. Entiende y trasmitir la carga jazzística de la partitura. Despliega el trompetista, en el comienzo, un sonido, y una pose escénica, extravertida, de metal muy brillante; para luego reinventarle a la trompeta toda una serie de nuevas sonoridades: más recogidas, con sordina, en matices piano que se abren en gran regulador, roncas, con juegos de glissandi (un poco como el trombón) tapando la campana de la trompeta… etc. Todo trufado de jazz y virtuosismo. En el segundo movimiento, cambia el instrumento por otro de sonido cercano al fiscorno: muy hermoso y redondo, que hace cálido el metal; el clarinete bajo contribuye, además a darle cierto misterio. Hay una corta intervención del concertino que -ya adelanto- va a estar espléndido toda la tarde. El tercero es puro jazz, y barroco, por lo adornado. Final rotundo, con un estrambote en matiz piano que despista el aplauso. Lucía Marín, la titular de la velada, dirigió con eficacia, atando el diálogo muy comprometido con el solista de la orquesta, que en metales, y percusión -los instrumentos de láminas muy activos-, es protagonista. De propina, Oblivion de Piazzola, en una versión tranquila y tocada con aliento cálido, acompañada por la orquesta y presumiendo, el solista, de un fiato (control del aire) infinito.

La señora Amy Beach no habita mi discoteca, imperdonable, así que recurro a joutube, en las varias versiones que ofrece, unas mejores que otras. Nada que hacer. Esta sinfonía se descubre, verdaderamente, en el directo. Quizás es que, también, estamos hartos de pantallas. Así como Lucía Marín estuvo un poco a la defensiva -quizás no haya otra forma de dirigirlo- en al concierto de trompeta; en la sinfonía hizo -con todos los profesores- una gran versión. Diría que a la garra, energía, y conocimiento de la partitura, añadió un plus de cariño por la autora. Y la engrandeció. Porque el resultado fue el de una sinfonía grande, de amplios panoramas sonoros, de paisajes de bruma y sol; y, a la vez, de muy líricos e íntimos sentimientos. El allegro se desarrolla en una muy alta tesitura: Marín despliega sus brazos (como un láser) sin decaer en tensión. Brilla el metal, y el clarinete se luce. El alla sicialiana es un canto bucólico, muy bello, que da paso a unos violines saltarines optimistas. Un poco apuradas las violas: quizás, el tempo un poco menos ligero hubiera convenido en este pasaje. Precioso dúo oboe corno inglés. El lento y expresivo llega a la emoción, culminada por una soberbia intervención del concertino, no por corta, menos comprometida. También el chelo contribuye a ese ambiente. Marín logra unos muy bien dosificados crescendi. En el último, la cuerda se adensa, y el tutti va hacia un brillante final. A la directora le gustan los fuertes, y la verdad es que los saca empastados y totalizadores. Gustó mucho la obra. Creo que la mitad del mérito -o más- es de la versión.