- "Hallado el cadáver momificado de la amante de un arquitecto". Este irritante titular es el que desencadena la historia de Lara y Maixabel, dos mujeres de épocas distintas unidas por un piso, que Elisa Beni (Logroño, 1964) narra en Una mujer no muere jamás. En una especie de oda a la libertad, la autora se sumerge en la reivindicación de un papel más predominante para la mujer en la sociedad, una posición que cree que se debe seguir reclamando. "A las mujeres que somos columnistas son frecuentes los ataques para ver si nos sacan del espacio público", asevera la conocida tertuliana que reflexiona sobre dos de grandes cuestiones que la inquietan: la censurable deriva del periodismo actual y la vacuidad del debate político en Madrid.

¿También le ocurrió que una historia germinó de su hígado, como a la Lara, una de sus protagonistas?

-Cuando escribes, las historias te habitan. Es como tener a los personajes dentro de ti. Y cuando cierras el libro y lo entregas empiezas a despojarte de ellos. Es un extrañamiento. Hemingway decía que la fuente de la que se nutren sus novelas era una especie de pozo interior que solo él sabía cuándo estaba lleno, que jamás hubiera podido decir de dónde venían las aguas.

Pero siempre hay un detonante.

-Como historieta arranca con un titular que leo en la prensa local, sobre una mujer que ha estado diez años momificada en una casa en Madrid. ¿Pero de dónde arranca la necesidad profunda que me ha llevado a escribirla? Hace cuatro años, cuando murió mi madre, sentí que me habitaba tanto que probablemente tenga que ver con eso. Procede de todas las experiencias que durante la vida te van llenando. Es como una especie de coctelera interior que tiene el autor.

Su novela es un canto a una urbe como Madrid siendo, a la par, su novela más vasca. ¿Es eso posible?

-Sí, es posible. Es un canto a la libertad a Madrid, que no tiene mucho que ver con lo que ahora unos políticos utilizan. En la época franquista muchas personas deciden salir de sitios más pequeños porque buscan en Madrid ese anonimato libre que les aparta de la crítica y del control social. El 50% de los madrileños hemos nacido fuera de Madrid. En mi casa yo he nacido en Logroño y mi pareja en Bilbao. Es un canto a eso que se produce, pero no porque sea Madrid, podría ser Londres o París.

¿Y la más vasca...?

-Soy hija de una señora de Bilbao que me transmitió todo su acervo de canciones, de forma de hablar€ soy incapaz de decir bien el condicional. En el libro saldo mi deuda con una cultura, una forma de ver la vida y todo lo que mi ama me transmitió de una forma muy profunda. A Bilbao y al País Vasco les tengo mucho amor.

Precisamente dedica su novela a su "ama". ¿Ha intentado plasmar algo de ella en la historia?

-No, no. Mi madre era mucho más convencional. Procede de una familia de clase media, conservadora, de ancestros carlistas. Pero sí recupero algunas referencias familiares. Todos los personajes de Bilbao que aparecen en la novela tienen apellidos de mi abuelo, menos el antagonista.

Sin embargo, Lara es periodista, como usted.

-Sí, pero no se parece en nada a mí, soy mayor y mi recorrido ha sido diferente. Arranco contando que compra una casa en Madrid y cuando está dando una fiesta, una tía malaje le dice que, en el cuarto de baño, hubo una señora momificada durante diez años. Necesitaba a alguien que tuviera unas características que la llamaran a pensar: ¿Y esto por qué ha ocurrido? Me pareció una profesión perfecta para investigar sobre las corrientes profundas que hay entre las diferentes generaciones de mujeres.

¿Cómo ha influido en las siguientes generaciones que no lo han vivido la falta de libertad del franquismo?

-Hay una parte de la falta de libertad por la imposición del régimen y luego hay otra corriente subterránea, más profunda, y que todas las mujeres que están leyendo la novela la mencionan. Hay algunas cosas que educacionales que siguen teniendo repercusión. Cuando las mujeres amamos profundamente, digamos que encajamos en la forma de vida de la pareja. Forma parte de la mochila de género y eso no ha desaparecido.

En sus pesquisas para escribir esta novela, ¿hay algo que haya descubierto que no supiera?

-He partido de los relatos orales y viví 11 años de franquismo. Cuando murió mi abuelo, me quedé con los Blanco y Negro, el suplemento de ABC, que tenía encuadernados desde el año 45 hasta finales de los 70. He tenido la suerte de encontrar en casa la base de datos que buscaba.

La historia nace de un titular que le chirrió. ¿Sigue encontrando titulares que le rechinan?

-Ay, cada vez más. Solo encuentro titulares que me chirrían. Pertenezco a una generación de periodistas entre los que había un consenso general respecto a lo que era un titular. Había que diferenciar lo informativo de lo interpretativo y de la opinión. Esas normas cada vez se violentan más.

¿Cómo así?

-Cada vez con más frecuencia demonizan a los periodistas porque las democracias se sustentan sobre los intermediarios entre los principios democráticos y el pueblo. Los periodistas somos los intermediarios entre la población y el derecho a la información y el concepto de verdad democrática mediante la que se construye una opinión pública libre. Hay una tendencia totalitaria que pretende anularnos.

¿Y por qué cree que ocurre?

-Es una forma de sacarnos del espectro público. El periodista siempre ha sido quien ha tenido el filtro de la honradez y de la objetividad para desligar el grano de la paja, jerarquizar la información, contextualizarla, interpretarla y analizarla; y solo después, hacer opinión. Todo bien separado. Ahora han decidido destruir todo eso porque para manipular a la gente es mejor que no haya profesionales que hagan bien su trabajo. Y la gente cada vez es más incapaz de analizar si las fuentes son veraces, porque ese es nuestro trabajo. Los propios medios están coadyuvando a que nos laminen. Una democracia sin prensa libre no es una democracia.

Hace escasos días escribió: "Todos los periodistas bien formados sabemos, a todos nos lo han enseñado, que nuestro papel nunca ha sido ninguna supuesta imparcialidad". ¿Se sufre más cuando uno se expone a dar su opinión?

-Todos sufrimos, cada uno en nuestro campo. No son tiempos de no sufrimiento en el periodismo. El que hace información se expone porque en hay muchas presiones, estar todo el rato haciendo profesión de ética y enfrentándote a tus jefes es muy duro.

Y eso sin mencionar las condiciones laborales.

-Los profesionales retribuidos dignamente son los únicos capaces de ejercer dignamente su profesión. Y cuando opinas tienes el añadido, además, de esa orden de derribo de los que tienen voz en el debate público. Y si eres mujer esa orden se reduplica. A las mujeres que somos columnistas son frecuentes los ataques para ver si nos sacan del espacio público con cuestiones físicas como eres gorda o fea, nadie te quiere, te dejó el marido... Cuesta mantenerse en un ámbito ético y profesional. En esta profesión hay mucha gente batiéndose el cobre y todo eso es un intento deliberado de sacarnos del espacio público.

Es significativo eso que dice, porque ¿sabe que cuando escribe su nombre en Google la búsqueda propone 'novio' y 'primer marido'?

-Bueno, antes ponía piernas (se ríe). Es como lo de la vida privada. Tengo pareja hace seis años y vivo más feliz que nadie, pero no le voy a contar a nadie mi vida. Con las mujeres se ceban en determinadas cosas. Me contaban en eldiario.es que cuando llaman a determinadas profesionales, como una arquitecta o una biotecnóloga, las mujeres son más reacias porque piensan que no les sale a cuenta exponerse en esa plaza pública en la que te queman como a una bruja. No solo es para sacarnos del espacio público sino para que la gente no entre. Ahora mismo para ser una mujer en el espacio público hay que ser Juana de Arco, y no todas los son.

En los 80 consiguió ser la directora más joven de un periódico con 23 años. Aunque se haya avanzado en la lucha contra el techo de cristal parece una hazaña irrepetible.

-En aquella época también. Cuando llegué al Faro de Ceuta no solo tenía 23 años, sino que me encontré con una redacción llena de hombres de mediana edad. Después fui directora de la Cadena SER y de los 140 directores que había, éramos tres mujeres. Ha aumentado un poco la cifra, pero ¿eso ha cambiado? En los medios de comunicación las mujeres somos el 60% de las redacciones, ¿pero eso se trasluce a los cuadros de mando? En las televisiones nacionales, no.

En prensa local, tampoco.

-Claro. Hay subdirectoras que hacen los periódicos, pero siempre hay un director arriba, a la cabeza. Eso sigue sucediendo 35 años después. ¿Hemos avanzado? Relativamente, hasta los huecos de poder que nos dejan.

¿Cómo está viviendo la pugna por la presidencia de Madrid? ¿Hay algo que le recuerde a la época pasada que describe en su novela?

-En la transición el debate político tenía una profundidad que no tiene ahora. Ahora es pura retórica de marketing o de relato. Eso lo vamos a pagar caro. Los candidatos pierden pie en cuanto a la historia, no saben de dónde venimos, ni los problemas que han pasado. Aquí en Madrid es una cosa muy loca. Hay mucha gente que al escuchar a Aitor Esteban, un señor de la vieja guardia que hace política como antaño, dice: Fíjate cómo habla este señor. El revuelto actual me produce desesperanza. No es solo un asunto ideológico, sino de falta de calidad de la conversación política.

¿Se refiere a los asuntos irrelevantes en los que se enzarzan?

-Vivo en Madrid desde hace más de 25 años. Tenemos problemas con la sanidad, una autopista que se colapsa€ ¿Alguien nos está diciendo a los madrileños algo respecto a la realidad que nos importa? Nada. Pero la comunidad de Madrid tiene muchos problemas de gestión. Lo peor es que la gente aplaude esta especie de bandismo de hooligans. Esto va más allá, me da mucha tristeza. Vamos a ver cosas que no queríamos ver.

"En el libro saldo mi deuda con una cultura, una forma de ver la vida y todo lo que mi ama me transmitió"

"Los medios coadyuvan a que nos laminen. Una democracia sin prensa libre no es una democracia"

"¿Alguien nos está diciendo a los madrileños algo respecto a la realidad que nos importa? Nada"