- "No me preparo los papeles, no soy actor de método. Siempre busco una parte de verdad. Me gusta la comedia en la que te ríes pero te enternece, sin saber bien dónde está la frontera entre lo claramente comedia y el drama, como sucede en La boda de Rosa. No me preparo los personajes, los busco y me los encuentro". Con estas palabras definió ayer el polifacético bilbaíno Ramón Barea su preparación para la película de Icíar Bollaín La boda de Rosa que se presentó ayer en Tudela en el marco de la 27ª Muestra de Cine Español. A sus 71 años este actor, director, escritor y músico autodidacta disfruta con cada nuevo papel, sea protagonista o de reparto, como si fuera el primero. Reconoce que en la pandemia se dio cuenta de que era "un señor mayor", cuando comenzaron a hablar de "grupos de riesgo, me di cuenta que éramos prescindibles, que éramos el sector débil y sobrante".

A La boda de Rosa llegó por su relación con Icíar Bollaín, la directora, con la que rodó el primer cortometraje de la realizadora Los amigos del muerto. "Teníamos un sentimiento compartido, yo de trabajar con ella y ella de tenerme en un buen papel. Me llamó y me dijo 'estamos haciendo pruebas pero quiero adelantarte que lo vas a hacer tú, te voy a pasar el guión, tú serás el padre'", explicó ayer Barea.

El largometraje narra, en forma de comedia, una historia que, con el mismo formato y argumento podría haber sido un drama: una mujer está harta de cuidar de sus hermanos y su padre y olvidarse de sí misma, así que decide casarse con la persona que más quiere, ella misma. Una historia de autoafirmación y recuperación de identidad. "El tono de la película es algo que podía ser motivo de un drama renuncia a compromisos, la vejez, quien cuida a quien. Una de las obsesiones de Icíar era el tono. Debajo de la comedia se esconde una realidad más profunda y dura que nos hace reflexionar. Icíar no es una persona que eluda la profundidad de los temas y aquí quería hacer comedia, una cosa más suave y muy cercana al momento que vive".

Ramón Barea explicó ayer su vinculación con Navarra, ya que su abuelo y su padre nacieron en Fitero en el seno de una familia de alpargateros y músicos. Sin embargo, la afición de su abuelo al juego de las chapas hizo que perdieran la casa y la poca tierra que tuvieran. Huyeron a Bilbao donde su padre fue músico de cabaret. "Hay una parte fiterana frustrada que me gustaría resucitar. Nació en 1898 y yo jamas le oí decir nada de su pasado ni de opiniones políticas. Sé que no era franquista pero nunca ejerció de lo contrario", explicó. Su herencia musical le llevó también a tocar el tambor en fiestas de San Fermín con los hermanos Lacunza, acompañando a los gigantes y cabezudos con los txistularis.

Junto a su trabajo en cine no abandona el teatro y su pequeña compañía no ha dejado de trabajar desde junio, "somos muy afortunados". Entre sus proyectos futuros le encantaría dirigir un documental en el que actores veteranos y estudiantes de arte dramático cuenten sus experiencias y perspectivas.