na razón para vivir, por muy difusa que sea, puede dar la fuerza para sobreponerse a las situaciones más adversas. Aunque el oasis en medio del desierto, literal y figurado, dure tan solo un segundo. El director chino Zhang Yimou muestra en One Second (Un Segundo), estrenada ayer en la primera jornada del Zinemaldia, la persistencia de un preso de un campo de trabajo de la China de la Revolución Cultural de Mao, que huye del mismo con el único objetivo de volver a ver el rostro de su hija, en una cinta de propaganda que se proyecta previamente a una película en el cine de un recóndito pueblo del noroeste del país. Una suerte de pequeña esperanza en medio de la pobreza, la manipulación y la censura provocadas por una dictadura.

La misma censura que parece que el régimen chino sigue aplicando en este siglo XXI, ya que la película iba a estrenarse hace dos años, en 2019, en la Berlinale y se canceló en el último momento. La organización adujo “problemas técnicos”, pero dio la sensación de que al gobierno dirigido por Xi Jinping no le gustó cómo queda reflejada en la cinta la revolución de la que tan orgullosos se exhiben en público y el castigo por ello fuese intentar acallar las voces disidentes que se atreven con la expresión artística.

El preso huido, interpretado por el actor Zhang Yi, se topa en su búsqueda con una niña, la huérfana Liu, que en su propia desgracia de haber perdido a sus progenitores ni siquiera se merece un nombre, siendo Liu su apellido. La joven de doce años, rol a cargo de la actriz Liu Haocun, intenta hacerse con la misma bobina de película -algo desconocido para las nuevas generaciones, nacidas en la era digital y de las nuevas tecnologías, pero que era el soporte habitual para el cine en buena parte del siglo XX-; su razón es bien distinta, ya que la necesita para reponer una lámpara prestada por unos abusones, hecha con negativos de filme. Comienza entonces un tira y afloja entre los dos personajes, que evolucionará hasta el complejo afecto y empatía que se produce cuando se comparte el estado de necesidad y vulnerabilidad, así como la existencia de un enemigo implacable.

El color arena es protagonista a lo largo de toda la historia. Está presente en los planos generales del imponente y extenso desierto del Gobi, en las humildes casas de los pueblos, en parte de la ropa de sus habitantes y casi hasta en la cara de los mismos. Una metáfora de lo plana y triste que puede resultar la vida cuando alguien, sea una persona o un ente, controla y limita lo que las personas son libres de hacer.

También destaca en la cinta la violencia, no tanto como la conoce el público asiduo al género de acción -aunque no faltan las peleas ocasionales habituales de su filmografía-, pero sí como una atmósfera de tensión e incapacidad emocional que hace que los personajes se comporten con brusquedad y una actitud ciertamente agresiva en buena parte de la película.

La organización del festival había previsto, después de la proyección inaugural de ayer por la mañana, una rueda de prensa del director con los medios de comunicación de manera online, pero fue cancelada el día previo. Y es que Yimou se halla actualmente rodando su próximo trabajo en una localización remota, lo que ha provocado la imposibilidad de una correcta conexión.

Sea como fuere, este último estreno de Yimou deja un halo de melancolía en quien la ve; la sensación de que, después de las penurias, los protagonistas se merecían algo más. O será que solo lo sienten aquellos que prefieren que los relatos de ficción dejen un buen sabor de boca, siempre.