Programa: Obras de Diego de Conceiçao, Paisiello, Doménico Scarlatti, A. de Cabezón, Donizetti, Stanly, Giordani, Mozart, Falla, Guastavino, Bach, Muneta, Bovet, Rossini, y Obradors. Programación: A.M. Diego Gómez de Larraga. Lugar: órgano de la parroquia de San Miguel. Fecha: 24 de agosto de 2021. Público: buena entrada (libre). Incidencias: concierto en colaboración con al Asociación de mujeres de Larraga.

l segundo concierto del ciclo garrés, con dos intérpretes femeninas, se enmarca en un cierto homenaje a la mujer, relegada, también, en la música clásica, como en otros campos; aunque, precisamente en la interpretación organística, hay una excepción que confirma la regla: Monserrat Torrent es la cumbre de los organistas españoles. Independientemente de la calidad de la mezzosoprano y de la organista, hay que decir que el concierto se pasó de metraje -la dedicatoria y presentación no debe pasar de cinco minutos, incluida su traducción al euskera-, y la confección del programa, cuando es tan fragmentado, ha de estar planteado de tal forma que no lastre su fluidez y su coherencia. Saltos como un Guastavino entre Mozart y Bach, son difíciles de asimilar. Las diecinueve obras -casi todas fragmentos-, más la propina, en realidad no abundan en la calidad de las intérpretes, sino que más bien dispersan sus cualidades. Dicho esto, entresaco pinceladas de la larga sesión que, indudablemente tuvo momentos muy hermosos. La organista Liudmila Matsyura es titular de la catedral de Alcalá de Henares; como buena organista, le gusta extraer al órgano de Larraga su tímbrica propia, la que da a cada instrumento su personalidad. A Liudmila le encantó, por ejemplo, el registro de pájaros, lo usó en varias obras: la batalla de quinto tono de Conceiçao, Donizetti..., y quedó muy bien este registro sobrevolando las variaciones de Cabezón, una de las cumbres de la velada en el órgano solo, con ese punto de densidad y grandiosidad serena que da -y exige a la intérprete- el maestro burgalés. El Voluntary VII, de Stanley, con su tranquilo comienzo y su jubiloso cambio radical, fue de muy bella “registración”; ciertamente llevaba al optimismo, fundamental para un buena recaudación en el cestillo; este era el cometido de estas obras (la voluntad). Gustó mucho, por su melodía fácil y pegadiza, por su bellcantismo, el Gran Ofertorio de Donizetti; y es que, en gran parte del concierto, fue la ópera la que mandó en el repertorio. Me quedo también con los magníficos registros “inventados” para Salamanca de Guy Bovet, una obra basada en el folklore salmantino -con fondo de tema popular-, donde Liudmila hace del órgano en los graves, un instrumento de percusión obstinado, sobre el que la melodía salta en finísima chirimía.

Laura Ortiz, mezzosoprano, lució una voz potente en todo momento; llenaba de sobra la nave con un color penumbroso atractivo, aunque tuvo que pechar con la reverberación, que, si bien, trasmite bien la voz, por otra parte, emborrona un poco el resultado. Por esto, fueron las partes más tenidas y lentas las que mejor salieron paradas: la nana de Falla, por ejemplo, de bello y sentido fraseo, y con un acompañamiento delicadísimo. Las arias de más bravura, con estar bien resueltas, se encabalgan en las agilidades. La compenetración entre ambas intérpretes fue buena, aunque siempre hay que contar con el minúsculo retroceso de la pulsación del órgano; en arias como la de Las Bodas de Mozart, el órgano no tiene la versatilidad del piano. Liudmila, siempre respetó la sonoridad de la mezzo, hasta el punto de que en algún momento, parecía pedir más cobertura, pero, claro, en el órgano, si se mete un registro más, puede ser excesivo. A destacar el estreno de Oración al terminar el día, de Muneta: una obra para canto y órgano, con una carga de profundo lirismo, en una tesitura un poco tirante para la mezzo, que resolvió bien, y que nos mantiene en una tensión de agradecimiento y súplica por el día vivido.