Retratar, y dejarse hacer un retrato fotográfico en en siglo XIX en Navarra, era toda una ceremonia. Para el que podía costearse la foto, que en los inicios era un lujo -un daguerrotipo costaba varios meses de sueldo de un trabajador medio de la época-; y para el que la hacía.

Los fotógrafos de la época, en los primeros estudios que levantaron en Pamplona, lucernarios normalmente ubicados en azoteas o sotabancos, debían preparar la escenografía e inmovilizar con un apoyacabezas a la persona a la que iban a retratar y, cuando todos los elementos estaban ya perfectamente dispuestos, preparar en el laboratorio la placa con el colodión húmedo en los pocos minutos que tenían antes de volver a la sala de posado y disparar su pesada cámara con trípode de mesa.

Los retratados se dejaban colocar y aguantaban, inmóviles, posando, rígidos, exhibiendo los códigos de la forma de vida de la burguesía. Todo por la foto, por tener un retrato de estudio, algo que llegó a ser casi una obligación que denotaba modernidad en la sociedad del momento. Que ennoblecía y daba prestigio, aunque la práctica de ser retratado no fuese placentera, "porque la gente la tachaba casi de una tortura".

Así lo evoca la historiadora del arte y experta en fotografía Asunción Domeño Martínez de Morentin, comisaria de la exposición Del estudio a la calle: los códigos de representación en el retrato fotográfico, inaugurada este martes en el Museo de Navarra.

NUEVE MIRADAS

Durante un año, hasta el 16 de octubre de 2022, permanecerá visitable la muestra en la sala 4.2 (4ª planta) del Museo. Un recorrido que ilustra la evolución del retrato fotográfico en Navarra del siglo XIX al XX, a través de 40 retratos y dos placas fotográficas de los autores Leandro Desages, Anselmo Coyné y Valentín Marín, Agustín y Gerardo Zaragüeta, Félix Mena -fotógrafo que marcó una diferencia saliendo el medio urbano y trasladándose a Elizondo, accediendo a otro tipo de clientela-, Julio Altadill, Luis Rupérez y Nicolás Ardanaz.

Las obras pertenecen al Museo de Navarra, a excepción de las siete fotografías de Julio Altadill, cuyo fondo forma parte de las colecciones del Archivo Real y General de Navarra, que ha colaborado en el proyecto. También se ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Pamplona, cuyo archivo ha facilitado las imágenes para la reproducción gráfica de los dibujos y planos de algunos de los estudios fotográficos.

La exposición podrá ser contemplada a través de una visita guiada que realizará la comisaria, Asunción Domeño, este domingo 31 de octubre, a las 12.30 horas. En este sentido, el Museo de Navarra ha preparado una publicación sobre la muestra que estará disponible en el propio recinto y a través de la web.

PRIMEROS ESTUDIOS

La exposición muestra la evolución de los códigos de representación en el retrato fotográfico desde los años 60 del siglo XIX, cuando se instalan los primeros estudios de asiento en Pamplona, hasta mediados del siglo XX, estructurada en cuatro bloques o hitos: En los primeros estudios, En la intimidad del aficionado, Con un pie en la calle y La cámara inadvertida y el retorno a los orígenes, dedicado este último bloque al fotógrafo aficionado Nicolás Ardanaz, formado en el taller del pintor Javier Ciga y que acostumbraba a recorrer Pamplona pasando desapercibido para capturar con su cámara a los personajes por sorpresa y en su ambiente.

“Los primeros retratos se realizaban en el interior de los estudios fotográficos que, tras de la recepción de la carte de visite, se convierten en un fenómeno comercial propio de la sociedad urbana que se identifica con la modernidad”, recuerdan los responsables de la muestra. El estudio se dota de una gran cantidad recursos escenográficos con los que recrear ambientaciones próximas a los códigos culturales de la burguesía, dando lugar a imágenes de una factura similar”, explican.

“La solemnidad de estos modelos de representación desaparece cuando a fines del siglo XIX los fotógrafos aficionados introducen sus cámaras de pequeño formato en la intimidad de sus hogares para proporcionar unos retratos de mayor frescura e inmediatez”, explica Asunción Domeño.

REGISTRANDO LA VIDA DIARIA

Desde las primeras décadas del siglo XX, los avances técnicos y las propuestas estéticas de los aficionados invitarán a los fotógrafos profesionales “a buscar nuevos recursos para su trabajo en el estudio”, pero también “a salir de él para capturar con sus cámaras portátiles el discurrir de la vida diaria o para atender encargos de una clientela que ya se muestra totalmente familiarizada con el medio fotográfico”, añade la comisaria de la exposición.

Y en la calle se encuentra, además, "la cámara del aficionado, discreta e inadvertida, que anda al acecho de esos instantes precisos en los que impresionar el retrato”.