El Museo Sorolla rastrea la particular representación de la infancia de Joaquín Sorolla, una de sus facetas menos estudiadas del pintor, en La edad dichosa, una muestra que reúne piezas del museo, de la Fundación Sorolla y de colecciones particulares que rara vez ven la luz.

La exposición, integrada por medio centenar de obras, se inaugura hoy hasta el 18 de junio, y se podrá visitar en la antigua casa de la familia Sorolla en Madrid, hoy convertido en museo que lleva su nombre.

Podrían haber sido “muchísimas más obras” por la gran presencia de niños a lo largo de su obra, explica Sonia Martínez Requena, una de las comisarias de la muestra y conservadora de la pinacoteca. Sorolla fue un pintor muy prolífico (más de 2.000 obras catalogadas) y los niños aparecen en gran parte de su obra. De hecho, su primer retrato documentado fue el de un niño muerto en 1879. El mar, el sol y los niños fueron los tres pilares de la obra del pintor, aunque curiosamente el último es de los menos estudiados. Sonia Martínez y Covadonga Pitarch Angulo, dos conservadoras del museo, decidieron iniciar una investigación en torno a este tema que les ha llevado dos años y que tiene como resultado esta exposición.

La primera sala concentra las obras en las que el niño aparece como centro de la familia, la de Sorolla y la de otras familias burguesas que le encargaron retratos de sus pequeños, concebidos como “recuerdo familiar y símbolo de estatus”.

Sorolla se quedó huérfano con dos años y encontró en su propia familia junto a Clotilde García del Castillo y sus tres hijos (María, Elena y Joaquín), el pilar de su vida y una inagotable fuente de inspiración. Madre y El primer hijo, dos bellas obras en las que Clotilde aparece, primero con su hija Elena recién nacida y luego con María, presiden la sala. La canastilla y la cuna de este último, que compró al inicio de su carrera con gran esfuerzo, han sido reunidas para la exposición.

Aquí se pueden ver los tres retratos de sus hijos, vestidos de impoluto blanco, que permiten apreciar la fineza de Sorolla a la hora de captar la personalidad de cada uno, la tímida María Clotilde, la espontaneidad de Elena o el carácter atento de Joaquín.

La edad dichosa es espejo del nuevo concepto de maternidad que se impone en el siglo XIX, el de la madre devota que cría a sus hijos, y de las nuevas corrientes pedagógicas que refuerzan la importancia del juego en la formación de adultos felices. En las obras de Sorolla, los niños aparecen jugando con sus juguetes, pintando o disfrutando con el agua. La alegría del agua es un término que acuñó el propio Sorolla y que se refiere al disfrute de los niños en ambientes marinos, que pintó en numerosas ocasiones, y que simboliza de algún modo “la vuelta a la arcadia perdida y celebra los años efímeros de la infancia”, explica Pitarch. En La hora del baño, de la colección de Esther Koplowitz, los niños juegan felices a la orilla del mar, una obra espléndida de rasgos impresionistas y el estudio de la luz.

Las comisarias han querido incluir un cuadro que rara vez se expone, el de un niño en el agua, en el que se puede ver cómo Sorolla estudia a sus pequeños personajes. “Aunque la pintura de Sorolla parece muy espontánea, muy rápida, detrás de su obra hay mucho trabajo”, subraya Martínez.

Más allá de los niños de familias burguesas y acomodadas, una parte de sus cuadros son una ventana a la realidad de los niños de clases más desfavorecidas que trabajan o de niños enfermos. Niña en la playa del El Cabañal o La siesta en Asturias, donde se ven niños que descansan sobre el lecho de heno tras una dura jornada de trabajo en el campo, son claras estampas de trabajo infantil, aunque el pintor siempre los trata “con cariño”. Apenas hay crítica social, Sorolla “solo pinta lo que ve”, explican las comisarias. En este último apartado se han incluido obras testigos de la alta mortalidad de la época. “Claramente había que explorar también esa vía”, subraya Martínez sobre este apartado menos amable.