Asegura Ramón Andrés (Pamplona, 1955) que escribir le hace estar más vivo. Y que eso, claro, es un ejercicio muy bueno: “La escritura tiene algo que te mantiene despierto, cerca de las problemas del mundo y de los tuyos propios sin mentirte y sin trampa ni cartón”, celebra el escritor, poeta y ensayista navarro, que el pasado año obtuvo el Premio Nacional de Ensayo. Precisamente el mundo, y también la sociedad, la historia, las artes y el propio tiempo son protagonistas de su último libro Caminos de intemperie, donde se acerca a la reflexión a través de los aforismos y de la prosa. Y es un acercamiento que, por primera vez, le ha llevado a escribir sobre sí mismo.
Tras Filosofía y consuelo de la música
-Es un pequeño descanso. Me gusta escribir este tipo de libros de aforismos, aunque éste diría que más bien es un cuaderno de notas, porque hay aforismos de pensamientos breves, prosas casi fragmentarias... Y una cosa es un ensayo de corte científico como fue Filosofía y consuelo de la música y otros libros extensos que he publicado, pero también necesito espacios de creación como escribir poesía, y este libro se acerca un poco a esto.
No es la primera vez además que se acerca a los aforismos, ya que ya ha publicado los libros Los extremos, Puntos de fuga y Los extremosPuntos de fugaMalas raíces
-Es un género que digo siempre que está entre el verso y la filosofía, por eso digo que es un cúmulo de sentido y una concentración conceptual y un terreno en el que me muevo a gusto.
Al hilo del título, ¿por qué son Caminos de intemperie
-Bueno, Caminos de intemperie es un libro un poco áspero, es el único que he escrito así y es el resultado de una etapa personal compleja, vamos a decirlo así. Es el reflejo de un momento complicado.
¿El resultado de esa etapa complicada es que, por primera vez, se haya adentrado a escribir sobre sí mismo en algunos de los textos, donde late una mirada autobiográfica?
-Es verdad, soy muy pudoroso siempre y no suelo hablar de mí. Incluso en la poesía que he escrito dejo muy poco espacio a lo autobiográfico. Aquí por primera vez lo hago, pero creo que era necesario para el momento que he vivido y para mí también ha sido una experiencia desnudarme así.
Y ahora, una vez publicado y compartida esta desnudez con los lectores, ¿qué?
-Cuando uno publica un libro queda tan atrás que ya no me da tiempo o no hay lugar para el hecho de arrepentirme. Es una realidad y una verdad. En este tipo de libros, que no son ficción, no se puede mentir y las verdades hay que afrontarlas siempre. Así que la vida que uno ha vivido es ésta, para bien o para mal.
En este libro, escribe, “no hay nostalgia, ningún anhelo de regreso, no evoca, no añora, no mira hacia atrás y no hay voluntad”. ¿Qué sí hay?
-Lo que hay es una necesidad de ordenar, de mirar atrás para ordenar. No de añorar, no hay nostalgia de un mundo pasado porque en algunos aspectos soy crítico, no con mi mundo pasado personal, sino con el mundo y la historia, la política... Y con el mal uso de la tecnología, que no estoy en su contra, pero sí en contra de una tecnología dirigida, que nos somete y que nos manipula. Pero más allá de esta crítica, no hay nostalgia por un mundo pasado y mejor, porque creo que el mundo siempre ha sido complejo en cualquier época. No estamos peor que hace 300 o 400 años, ni mucho menos.
Esa mirada atrás es parte protagonista del libro, como también lo es el presente, ya que incluso llega a apuntar que el futuro no es más que un presente idealizado. Pero entonces, ¿el presente qué es?
-Exactamente, siempre vivimos en función de un futuro. Nos han educado ya desde la infancia a pensar en un futuro, las promesas políticas siempre son a futuro... Y eso supone un desgaste del presente, un desplazamiento de nuestra conciencia. Un desplazamiento que nos aparta del momento en que estamos y sin caer en un carpe diem o en un hedonismo, porque no soy partidario del hedonismo mal entendido, tenemos que saber qué es este instante que vivimos día a día, aprovecharlo y no vivir siempre en función de un futuro que nunca va a llegar, porque a las generaciones que nos van a suceder no se les va a hablar en clave de futuro y no lo van encontrar nunca. Y eso es un gran reto.
Unas generaciones que también tienen su lugar en el libro, ¿no hay entendimiento y casi podríamos hasta decir que cada generación es un mundos separado de la otra?
-Yo incluso sí que me atrevería a hablar de mundos separados, porque es verdad que esta separación es un fenómeno en el último siglo, o quizá de los dos últimos siglos, pero cada vez está más marcada entre generaciones. Hay un ignorarse, un desacuerdo, una falta de entendimiento... Hoy el joven tiene muy asumido que los mayores no entienden nada, y los mayores dan por asumido que esa generación los ignora y ellos tampoco tienen muchas ganas de entender qué están haciendo los jóvenes. Así que no hay culpables ahí, pero es un hecho esta separación generacional.
Hay una falta de escucha.
-Sí, sin duda.
Una escucha que también se aleja del silencio y de la pausa, ¿por qué son tiempos en los que hay que hacerse oír a toda costa, como critica en el libro?
-Es cierto que el silencio cuestiona y es siempre incómodo. Creo que el silencio es creativo, es lo que antecede a toda creación y a la reflexión, el silencio. El silencio da forma a algo nuevo estando unido con el pasado, en el pasado hay un silencio en la conciencia y venimos de eso. El silencio es incómodo precisamente por eso, porque cuestiona. Cada vez más necesitamos opinar, hablar a toda costa de lo que sea y creo que falta un silencio. Pero un silencio sobre todo no referido a cuestiones acústicas o sonoras, o como rechazo del ruido, sino que falta un silencio mental. Es decir, un orden, un orden interior y esto se nota mucho. Hablamos demasiado.
De hecho, tan sólo hace falta ver hoy cómo en televisión una persona, según el día, opina de una u otra temática. Y eso se podría extrapolar a nivel individual.
-Por supuesto, vemos a cocineros opinando de política, a políticos hablando de arte... En fin, hay ahí una dislocación en las opiniones, todo el mundo opina... Hay un aforismo en el que digo “la mejor dieta: ayunar palabras”.
Entre todo este ruido que nos envuelve, en otro de los aforismos apunta cómo precisamente las dictaduras del futuro consistirán en darnos la razón en todo.
-Eso es, es su forma de aislarnos, de hecho ya han empezado a hacerlo alimentando ese individualismo tan feroz en el que se vive hoy. Eso deriva en un narcisismo y en una subjetividad, estamos en una época del triunfo de la subjetividad en una autorreferencialidad completa. El mundo es como yo lo veo, ¿sabes? Es todo así, nos han encerrado y nosotros nos hemos dejado encerrar en ese mundo subjetivo autorreferencial, sólo tienen que darnos la razón para que seamos más manipulables.
¿Qué se extraña entonces, cómo se sale de esta situación?
-Falta un pensamiento crítico sostenido. Hay que tener un pensamiento crítico y una visión crítica de las cosas y de uno mismo para poder fluir y ser ciudadanos dignos. Creo que nos falta eso y las generaciones van siendo cada vez más violentas, pero menos rebeldes. Y nos hace falta más rebeldía y menos violencia.
¿Rebeldía hacia qué?
-La rebeldía hacia una situación, hacia una dirección política que nos imponen. Por ejemplo, la de un consumo desaforado, la de unos planes de estudio que están expoliando el humanismo y las formas de saber... Parece que en los planes de estudio se han olvidado que antes el humanismo también eran las matemáticas y las ciencias. Eso en el Renacimiento formaba parte del humanismo, pensemos en Leonardo da Vinci, que no sólo era un artista sino también un hombre de ciencia. Parece que se ha querido hacer una dicotomía con esto, ¿no? Las letras inútiles y las ciencias útiles. Pues rebelarnos contra todo esto, procurar tener criterio y poner en cuarentena a los medios de comunicación, sobre todo las agencias de información y las grandes cadenas de televisión, que están en fin manipulando de mala manera y de la más burda a la población. Eso es un fascismo camuflado. Protestar contra todo esto, contra la manipulación en la alimentación, etc etc. Hay mucho lamentablemente contra lo que rebelarse.
Parafraseando otro de sus aforismos, ¿terminamos apuntándonos igual a una fiesta que a una dictadura?
-Pues es verdad. Lo aceptamos todos, por una parte nos creemos libres, que estamos en una democracia y no sólo hablo de este extraño país, pero por otra parte, somos cómplices del poder cuando nos conviene. Y lo somos colectivamente, eso es lo peor. Por eso un dictador puede campar por sus fueros y lo estamos viendo en algunos países de Europa, no te digo ya en Latinoamérica... Está en todas partes del mundo.
¿Cómo ve a Europa, hasta el punto de que llegue a señalar que necesitamos un Cristóbal Colón que nos descubra, pero que no nos colonice?
-Europa, y no digo nada nuevo, es una civilización en decadencia porque ya desde hace décadas se viene concibiendo como un proyecto únicamente económico. ¿Y qué es Europa, qué ha sido Europa? Su esencia es la cultura y la cultura unida a un pensamiento técnico y científico, y eso es invencible, por así decirlo. Pero Europa ha perdido el tren en muchos sentidos desde un punto de vista tecnológico, político... La Administración ha ganado demasiado terreno en la Unión Europea, recuerdo cómo hace 10 o 15 años empezaban a subir los impuestos desde Bruselas de manera inasumible para la mayor parte de los países, salvando para los tres o cuatro que están siempre en cabeza de la economía. Es un proyecto que obedece a un mal diseño, así lo veo. Aparte de que Europa se está saboteando a sí misma, si repasamos los últimos 100 o 200 años de la historia europea, con interminables guerras, con un intento de suicidio directo que fue la Primera Guerra Mundial, con un suicidio consumado como fue la Segunda... Pues tenemos un mal panorama.
¿Y sin vuelta atrás?
-Es muy difícil porque la economía asiática es mucho más ágil que la nuestra y más potente, no digamos la presencia militar de Rusia y sus intereses también en el exterior, Estados Unidos... Estamos rodeados, digamos, de unas fuerzas centrífugas muy fuertes cuando hemos creado para nosotros mismos muy pocos asideros. Y eso es un problema grave y real.
A modo de cierre, en su última reflexión de Caminos de intemperie se muestra un poco crítico consigo mismo y reflexiona sobre si está haciendo obras que son innecesarias. ¿Ha encontrado la respuesta a eso?
-Claro, uno cuando está trabajando y publica un libro, no deja de ser algo que forma parte de la vanidad. En mi caso escribir es un medio de vida y un oficio, pero puede haber algo de eso que te digo, que uno cree que cuando está trabajando, sea en el oficio que sea, tiene que aportar. E imagínate esto en el mundo del arte, de la música, de la escritura... Si no aportas, pienso, ¿es necesaria una obra? ¿Es necesario todo lo que escribimos? Pero no yo, sino casi todo el mundo. Creo que por honestidad, uno se lo tiene que preguntar. ¿Es realmente necesario, para quién sirve? Si sirve para los demás, pues es maravilloso, pero hay que preguntárselo.
Escribir, además de ser su oficio y medio de vida, ¿es también un método de supervivencia para enfrentarse al mundo?
-Sí, la escritura tiene algo que te mantiene despierto, cerca de las problemas del mundo y cerca de los tuyos propios sin mentirte y sin trampa ni cartón. Te hace estar más vivo y eso es un ejercicio, un ejercicio muy bueno. Estar despierto siempre.