Este viernes llegará a las salas de cine La voluntaria, dirigida por Nely Reguera y con Itsaso Arana (Tafalla, 1985) como parte protagonista. Será el primer estreno de un fructífero 2022 para la actriz navarra, que cuenta con otros dos proyectos por presentar: Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba; y Las de la última fila, una serie de Netflix dirigida por Daniel Sánchez Arévalo.

Cuando el guion de La voluntaria

-Quería trabajar con Nelly Reguera, me parece que es una cineasta muy interesante. Después, el tema, saber que íbamos a ir a grabar a un campo de refugiados... Me generaba una extrañísima contradicción, porque por una parte hacer un voluntariado era una cosa que me había planteado alguna vez y, al mismo tiempo, me parecía extraño ir allí, a un campo real, para ejercer mi trabajo de actriz. A veces, al lado de estas realidades tan grandes, las películas se pueden quedar pequeñas. Y La voluntaria formula un dilema moral del personaje principal, el de Carmen Machi, que a mí también se me generó.

La película sigue los pasos de Marisa -Machi-, una jubilada que llega al campo con ganas de ayudar y a sus refugiados y donde conocerá a otras personas del voluntariado, como es su personaje, Caro. Pero, ¿cómo se prepara una para abordar en un filme un drama tan real como es la crisis migratoria?

-No es fácil. Sobre todo tiré de gente cercana que había vivido esa experiencia. Les pregunté cómo era el día a día y las cosas pequeñas, la sensación que tenían al principio del voluntariado, cómo va variando después de un año... O la parte más funcionarial, a mi personaje le pilla la película en un momento de cansancio y no es un voluntariado romántico sino casi funcionarial: pone límites a esa nueva voluntaria, que es Carmen Machi y que viene a revolucionarle el campo.

La película se grabó el pasado año en un campo real de refugiados, en Grecia, ¿cómo fue la grabación?

-Complicada, pero la película lo salva bien. Estaba la pandemia, era un campo real... Me dio respeto, el primer día que entramos había silencio y una sensación de que esas vidas están paradas ahí… Esperaba un sitio lleno de ruido, pero era como si estuvieran anestesiados, en el fondo tienen sus vidas trabadas y, burocráticamente, no están en ninguna parte.

De hecho, si bien la guerra de Ucrania ha vuelto a poner el problema sobre la mesa, son ya años de esta crisis. ¿Europa se ha puesto una venda en los ojos y campos como los de Grecia casi están olvidados?

-Sí, tristemente el tema está otra vez en boga pero en el fondo está ahí desde hace tiempo. Estos campos están llenos de gente que huye de otras guerras pero esa manera de Occidente de ocultarlo bajo la alfombra, o con esos campos casi herméticos para la sociedad... Es poco humano y es una de las vergüenzas de la civilización de hoy.

Durante el rodaje, ¿qué relación establecieron con los refugiados y las refugiadas de aquel campo?

-Los refugiados del campo no participaron porque no se les podía contratar, pero todos los refugiados que aparecen en la película lo han sido y vivían en Atenas. Por ejemplo, el niño protagonista, Ahmed, nació en Lesbos y toda su vida la había pasado en un campo, aunque ahora ya ha regularizado su situación y vive en Atenas. La voluntaria tampoco es una peli de cine social, sino que el mensaje principal está contextualizado en ese lugar y ese contexto al final lo impregna todo. Es una película que no es sobre los campos, sino hecha desde el campo. Como una experiencia inmersiva. Pero no es la principal línea narrativa que tiene la película, ya que no hablamos desde el lugar de los refugiados, sino desde el voluntariado.

¿Cuál es entonces la línea narrativa que se explora y qué se va a encontrar el espectador en los cines?

-La película cuenta la historia de Marisa -Carmen Machi-, que acaba de jubilarse y trata de llenar un vacío existencial que tiene yendo a hacer un voluntariado a un campo de refugiados en Grecia. Allí se encuentra con un funcionamiento que quizá no es el que espera y con mi personaje, que es quien se lo hace entender y funciona un poco como una antagonista. Después Marisa tiene una especie de historia de amor con un niño refugiado y de ahí sobrevienen otros conflictos.

Tras La voluntaria, el próximo viernes 17 de junio estrenará otra película, Tenéis que venir a verla

-Está hecho entre amigos después de la pandemia, para descontracturar la sensación de irrealidad que teníamos. Es una película sencilla, hecha con pocos elementos y de la que estoy profundamente orgullosa porque es radicalmente valiente en su humildad. Es la historia de dos parejas, una de ella se va a vivir al campo y la otra va a verlos. Es la prueba de que el cine puede contar historias pequeñas con una gran profundidad y ligereza. Es una película curiosa y poco convencional, que abre lo que el cine puede hacer.

Y en otoño llegará Las de la última fila

-Sí, la rodamos el año pasado y fue muy intenso. Es la historia de cinco amigas. A una de ellas le diagnostican cáncer y deciden hacer un viaje de evasión al sur, donde pasan unos días intensos. Y hasta aquí se puede leer (risas). Me rapé el pelo para hacerla y ahora me está creciendo poco a poco. Así que la huella del trabajo se me he quedado en el espejo (risas).

Con estrenos a la vista y pandemia a un lado, ¿parece que sí, que finalmente todo vuelve a su sitio?

-Exacto, aunque será otro sitio y eso tampoco está mal. Sí que hay una sensación de resarcirnos, de volver al cine… Por ejemplo, Tenéis que venir a verla es un manifiesto de lo importante que es ver las películas en las salas y de darte tiempo de respirar la cultura de otra manera. La vida es corta y es bonito darnos tiempos para nosotras y nosotros de otra manera que no sea mirando afuera, pendientes de las redes sociales, de todo lo que hay que hacer… Si la pandemia nos deja alguna lección es que mirar adentro, aunque de miedo a veces, tampoco está tan mal y nos nutre. Y el cine es un buen lugar para mirarnos y volver a la vida con más fuerza.