Duelo y libertad: As bestas

Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guión: Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen. Intérpretes: Marina Foïs, Denis Menochet, Luis Zahera, Diego Anido y Marie Colomb. País: España. 2022. Duración: 137 minutos.

Hay quien sospecha que el origen de la Rapa das bestas surgió en la Edad del Bronce. Es posible. Sabemos que se trata de un ritual citado en la Europa medieval del siglo XV, la del tiempo de la muerte y la peste. Consiste en un enfrentamiento físico y desarmado por el que los “aloitadores” derriban a los caballos salvajes que recorren los montes gallegos para marcarlos, desparasitarlos y rapar sus crines. La cosa va de fuerza, de ímpetu bestial, de violencia animal donde no siempre queda claro quién es quién, ni dónde empieza el homo ni cuándo amanece la sapiencia. Con ese duelo, forcejeo de reciedumbre bruta y de maña astuta, empieza As bestas. Con él, filmado con solemnidad escultórica, Sorogoyen se permite su primera y única metáfora obvia. Un gesto premonitorio y simbólico que abre un relato denso, poliédrico, paradigmático.

As bestas se ubica en las proximidades de Lo que arde y enfrente de Alcarrás, ocupa la otra orilla, la de las sombras. Su ruralidad desdeña la melancolía, no idealiza el pasado ni demoniza el presente; en todo caso, abre la puerta a un posible espacio de entendimiento si la fuerza deja paso a la inteligencia. Esa parece ser la delgada línea de esperanza que se insinúa, ¿o tal vez no?, en la conclusión de un filme desgarrador llamado a constituirse en uno de esos vértices con los que se relata y resume la historia cinematográfica de una sociedad.

Aunque la primera película de Rodrigo Sorogoyen, 8 citas, codirigida con Peris Romano, tuvo lugar en 2008, y aunque entre 2008 y 2013 desempeñó una febril actividad laboral para televisión, actividad que sin duda forjó su dominio técnico del oficio, su carrera cogió vuelo cuando escribió Stockholm (2013) con la complicidad como coguionista de Isabel Peña.

Desde entonces, el equilibrio, la compacta conjunción que forjan Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen, alcanza una fortaleza sólo comparable a la que se dio con Berlanga-Azcona o con Buñuel-Carrere. Desde ese umbral de lucidez, de adición de talentos cuyo resultado supera la mera suma, As bestas representa una obra cumbre del cine español de nuestro tiempo a través de un relato demoledor, incontestable, vigoroso, absorbente y cautivador.

Con él, Sorogoyen abraza, convoca y evoca un filme estrenado seis años antes de que él naciera, Furtivos (1975) de José Luis Borau. En plena exaltación y duelo por la España vaciada, Sorogoyen y Peña, desde el presente más inmediato, miran por el retrovisor de la melancolía a la España por vaciar, a la que miraba asombrada la emergencia de la llamada transición, un cambio social que sobre todo se representó en los espacios urbanos, allí donde los votos abundaban. Los lugareños que deambulan por el territorio donde As bestas se filma, apenas representan a los últimos mohicanos de un tiempo periclitado. Son zombies en una naturaleza contaminada por el progreso. Son los últimos lobos de una manada que agoniza sin descendencia, los perdedores que ni siquiera controlan su rabia. Allí, Peña y Sorogoyen hacen llegar a los forasteros, extranjeros descendientes de Napoleón, tataranietos de una revolución que ahora devienen en quijotes contra molinos sin harina.

Todo en As bestas se reviste de excelencia. Las interpretaciones dejan sin aliento, hacen del verosímil una quimera. El guión, que se reinventa en dos actos, renace en dos historias, burla la suspicacia del prever y desafía al público y su tendencia a ese ver antes de que acontezca. Cine total nacido para inquietar y cuestionar tanto cuestiones políticas como cinematográficas. Lo mejor de As bestas hay que cifrarlo en su inagotabilidad, en su poderío para conjugar diferentes niveles de significación, en su saber grecorromano; un cine trágico, europeo y casi apocalíptico donde el cómo y el por qué forjan el enigma de la esfinge de un progreso mal entendido y peor acometido.

Me dan miedo... No mires a los ojos

Dirección: Félix Viscarret. Guión: David Muñoz y Félix Viscarret. Novela: Juan José Millás. Intérpretes: Paco León, Leonor Watling, Àlex Brendemühl, Juan Diego Botto, María Romanillos, Marcos Ruiz y Susana Abaitua. País: España. 2022. Duración: 107 minutos.

Golpes Bajos, el grupo donde Germán Coppini deconstruía la rabia física del punk con la locura química de la movida, supo proyectar algunos de los más inquietantes y emblemáticos textos líricos de los 80. Coppini cantó y lamentó la penumbra de la Edad de Oro del pop-rock español que se ahogó en la prosperidad de una riqueza sobrevenida a cambio de vender el alma. Probablemente, Coppini podría haber sido un personaje muy Millás, como se define al protagonista de este filme de Félix Viscarret. Pero Paco León, disfrazado con el paradójico literario de Desde la sombra, de Juan José Millás; se mueve con la angustia patética del José Luis López Vázquez de La cabina. El mayor y casi único error que tiene este filme estimable y coherente, serio y riguroso, es que Paco León –con la complicidad de Viscarret es de suponer–, insiste en abundar en los estremecimientos del filme de Antonio Mercero quizá porque el universo de Millás, hecho de calor literario, deja sin aire su traspaso al frío lenguaje cinematográfico.

Con una prominente barriga, ajorobado y sin lógica interior que sostenga su perfil psicológico, la historia de ese parásito en casa ajena, un ángel de la guarda escondido en un armario, nunca seduce porque Paco León nunca insufla verdad al personaje que representa. La prosa de Millás ensambla con el cine de Viscarret a golpe de deseo de fidelidad. El filme se sostiene porque su argumento posee fuerza y misterio. Pero la prosa cinematográfica de Viscarret, aquella que, con el texto de Fernando Aramburu, El trompetista del Utopía alumbró Bajo las estrellas (2007) y le dio sentido y valor añadido al texto original, aquí ni comparece ni compadece. Tal vez porque el territorio siempre brillante de Millás se construye sobre un fondo más literario que la prosa didáctica de Aramburu. Puede ser, pero lo que se impone como evidente es que de ese reparto de profesionales, reconocidos y reconocibles, tal vez solo acierta con el tono Juan Diego Botto. El resto se mueve en las sombras, se queda en los susurros y se pierde en la indefinición. Y sin enfoque ni precisión, la prosa de Millás pierde su magia, malgasta su misterio.

Aquellos tiempos: Emilia

Dirección: Miguel Ángel Calvo Buttini. Guion: Noelia Adánez, Anna R. Costa, Miguel Ángel Calvo Buttini y Álvaro Lion Depetre. Intérpretes: Pilar Gómez País: España. 2022. Duración: 80 minutos.

La columna vertebral que sostiene este ensayo documental hijo de lo híbrido es un monólogo teatral escrito por Noelia Adánez y Anna R. Costa, coguionistas a su vez del filme de Calvo Buttini. Es curioso. Ese carácter fronterizo, esa actitud de transitar por mugas que no son de nadie pero que limitan todo, parece haberse convertido en el último refugio de un realizador que simultanea sus trabajos audiovisuales con sus aventuras en los escenarios. Buttini, en sus primeros largometrajes y buena parte de sus cortos, había mostrado una inequívoca querencia por la crítica político social y el humor grueso teñido con ecos de esperpento. Como dramaturgo y director teatral, la comedia y la guerra de sexos aparece como su santo y seña pero, ahora, lo vemos abocado a levantar apuntes biográficos, semblantes casi hagiográficos, en un empeño por rescatar algunas figuras literarias que brillaron en la agitada bisagra del cambio del siglo XIX al XX. Y es que Emilia enlaza doblemente con El Siglo de Galdós (2020), toda vez que, además, ambos personajes sostuvieron afinidades e intimidades como en ambos documentales queda subrayado. En este caso, la nota distintiva es ese núcleo duro que ejerce el monólogo de Pilar Gómez. Representado con éxito por el Teatro del Barrio, la actriz revisita su hacer teatral para rehacerlo aquí ante una galería de varones ilustres hechos de cartón-pluma. En consecuencia, la voz de Emilia se alza como un alegato feminista ante la casposa y misógina actitud de los académicos de la RAE de su tiempo.

Ese discurso decimonónico que en el siglo XXI sigue siendo objeto de incomodidad y recelo, se escenifica con el añadido de imágenes y comentarios de expertas sobre la vida y obra de Emilia Pardo Bazán. El resultado teje la densidad de lo académico. La presencia de Pilar Gómez/Emilia Pardo Bazán, contrasta con las imágenes de archivo y con ese recorrido donde lo anecdótico y venial se mezcla con el testimonio

y valoración de su legado literario. Esa mezcla de recursos retiene el ritmo y provoca reiteraciones y recovecos, idas y venidas que hacen de este retrato una representación icónica, “un leve Salcillo” de una escritora cuyo enigma y verdad literarias quedan fuera de campo.