San Francisco Javier como personaje y su castillo familiar en Navarra como clave de la resolución de un misterio que se remonta a los albores de la humanidad. Esto es lo que propone Naoki Urasawa, uno de los más celebrados autores de manga (cómic japonés) y rey absoluto del thriller, en su obra Billy Bat. Planeta Cómics es la editorial que ha publicado en el Estado hasta la fecha la mayoría de los trabajos de este ilustrador y guionista, incluyendo el cómic en el que los personajes de Urasawa visitan Euskal Herria, hogar del “pueblo más antiguo de Europa” con un idioma, el euskera, “que no tiene influencia de ninguna otra lengua conocida”.

La obra ha sido recopilada en 20 tomos que suman alrededor de 4.000, en la que la presencia, tanto espiritual como implícita, de Euskal Herria se deja notar desde los primeros compases de la narración pese a que ésta arranca en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Al otro lado del Atlántico, un dibujante japonés-americano llamado Kevin Yamagata ha logrado el éxito con un cómic sobre un murciélago antropomorfo que viste gabán y trabaja de detective. A esta mezcla entre Batman y Mickey Mouse la bautiza como Billy Bat. Todo parece marchar sobre ruedas, hasta que Kevin descubre, de forma fortuita, que su creación se parece sospechosamente a la de otro dibujante japonés de una generación anterior.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el País Vasco? Para hablar de Billy Bat es necesario resumir varias de las características coincidentes en muchas de las obras de Urasawa, que suele contar con un estrecho colaborador en los guiones, Takashi Nagasaki. En primer lugar se encuentra el tiempo de la narración: a este autor tokiota le gusta que sus historias se desarrollen durante varias décadas, lo que, por otra parte, le permite presentar a una gran cantidad de personajes distintos que sólo el lector sabe que están conectados de una manera u otra. En el caso que nos ocupa por ejemplo, aunque la trama se inicia a finales de la década de los 40 del siglo pasado, la historia salta constantemente al pasado –incluso dos milenios atrás– y al futuro e, incluso, se acaba adentrando en décadas del siglo XXI que aún no hemos conocido. 

El viaje de Kevin Yamagata a sus orígenes acaba revelando que el murciélago es una entidad mitológica que trasciende el tiempo y que sólo se aparece a algunos elegidos actuando, al mismo tiempo, como musa y como roedor de mal augurio de hechos históricos como la traición de Judas a Jesús, el ascenso del nazismo, el asesinato de John F. Kennedy a manos de Lee Harvey Oswald y el atentado terrorista contra las torres gemelas de 2001. Esta perversión del tiempo cronológico –según reconoce el propio Urasawa ha intentado desarrollar un argumento que abordase toda la historia de la humanidad– y la canibalización de figuras históricas, reconvertidas en personaje ficcionados, es lo que le permite poner en el centro a San Francisco Javier en el siglo XVI y así mostrar escenas de su juventud y de instantes previos a su fallecimiento, después de haber pasado años predicando por el país del sol naciente. En el lecho de su muerte, no ceja en esa obsesión por el murciélago que Yamagata compartirá más de 300 años después. San Francisco Javier es uno de esos personajes a los que este ser tan misterioso se aparece. Es también quien redacta un pergamino con el que puede controlar el poder sobrenatural del murciélago; un macguffin que héroes y villanos de esta aventura persiguen durante 4.000 páginas. ¿Y que se encuentra dibujado en el pergamino? “Un territorio en forma de corazón” con una equis grabada en una de sus lindes. Es decir, un mapa de Euskal Herria en el que se señala la ubicación del castillo de Javier, al que se ha de llegar si se quiere desvelar el verdadero misterio del murciélago.

La mirada a Euskal Herria desde Japón

La tercera característica que se destila de los trabajos de Urasawa, que tiene en su haber varios Premios Eisner –conocidos como los Óscar de los cómics– es su querencia por intercalar historias ambientadas en su Japón natal con otras localizadas en geografías muy distintas, si bien es cierto cuando imagina una historia allende sus fronteras, intenta que alguno de los personajes tenga ascendencia japonesa. Es lo que hace, por ejemplo, en Master Keaton, serie publicada originalmente entre 1988 y 1994, en la que imagina un protagonista, de padre japonés y madre británica, exmiembro de élite del Servicio Aéreo Especial que actúa como investigador de seguros a lo largo y ancho del globo. En el caso de Monster (1994-2002), considerada junto a 20th century boys (1999-2006) uno de sus mejores trabajos, el protagonista es un cirujano japonés residente en la RDA antes de la caída del muro que salva la vida a un niño, que acaba convirtiéndose en un asesino en serie. La forma de trabajar de Urasawa recuerda al de Hergé, que ambientaba las aventuras del periodista Tintín en las cuatro esquinas del mundo, sin haber salido nunca de su estudio belga.

En Billy Bat los personajes viajan a Japón, Alemania y Siria, atraviesan toda la piel de Estados Unidos y hay hasta alguno que llega a la luna –he aquí otra similitud con Tintín–. Aunque las referencias al País Vasco se intercalan durante toda la obra, los protagonistas no visitan estas tierras, incluyendo el castillo de Javier, hasta el 18º tomo. En forma paralela, Urasawa también imagina una costa vasca prácticamente plana y sin árboles, y un bar de “pinchos” tradicional de un casco urbano que no es reconocible –¿Iruñea, Donostia u Hondarribia, quizás?–, en el que unos lugareños con txapela se deleitan con un aperitivo de temporada tan autóctono como “el erizo de mar”, algo más propio de Japón que de Euskal Herria.