A estas alturas, la sombra de Joaquín Sabina es terriblemente alargada. Por eso, semanas antes de que llegase su actuación en el Navarra Arena, ya se cernía sobre Pamplona el oscuro contorno de su leyenda. Su nombre aparecía en las conversaciones y su sola mención provocaba impaciencia y nerviosismo en los cuerpos de sus muchos seguidores. Se repasaban sus viejos discos, se rememoraban anécdotas de su etílico pasado, se volvían a festejar sus mayores logros y se debatía sobre si alguien ha escrito mejores textos de canciones en lengua castellana. Venerado y mitificado hasta el extremo por sus acólitos, el de Úbeda llegaba a sus dos citas en Navarra con la partida ganada desde mucho antes de pisar el escenario.

Casi ocho mil personas le esperaban, no para pasarle un examen ni para exigirle reverdecer viejos laureles, sino para acompañarle, para celebrar con él y, quizás, también para despedir al poeta que les ha cantado su vida (la de él y la de tantos) durante décadas. 

Por su parte, Sabina ofreció el mejor concierto que puede ofrecer a estas alturas. Como se esperaba, se pasó toda la actuación sentado en un taburete del que solo se levantó en muy contadas ocasiones. La voz, más rota que nunca, llena de cráteres y cicatrices, pero todavía con capacidad de transmitir y de emocionar. Una voz que lo ha vivido y se lo ha bebido todo, que las leyendas del rock nunca se forjaron a base de batidos de fruta y clases de spinning. Tras él, una nutrida y ampulosa banda, con sonido netamente rockero, que se mantuvo fiel al sonido de sus últimos discos pero que, también, y esto es muy importante, fue capaz de remendar aquellas producciones de los ochenta que hoy chirrían en los oídos (cuánto daño hicieron aquellos teclados y aquellas baterías, y no hablamos solo del caso de Sabina). 

El artista madrileño, en un momento de la actuación en la que derrochó total complicidad con el público navarro. Iñaki Porto

Comenzaron con un tema bien antiguo, Cuando era más joven, que indudablemente hoy tiene otra lectura diferente a la que tuvo cuando fue escrito. En el primer tramo, fueron intercalando cortes de su primera época (Mentiras piadosas, Cuando aprieta el frío), con otros más recientes (Sintiéndolo mucho, Lo niego todo, Lágrimas de mármol). Entre canción y canción, tuvo tiempo para acordarse de los encierros sanfermineros y de algunos amigos suyos que ya marcharon, como Krahe, Aute, Milanés o Serrat, que sigue vivo pero se ha retirado de los escenarios, y a Chavela Vargas, a la que no nombró, pero le dedicó su Bulevar de los sueños rotos. Por cierto, siguiendo con las referencias a compañeros de profesión, también dedicó el concierto a El Drogas. 

Vídeo de un destacado momento del concierto de Joaquín Sabina en el Navarra Arena

Vídeo del concierto de Joaquín Sabina en el Navarra Arena: Noches de Boda y Nos dieron las diez... Iñaki Porto

Cuando se cumplían los primeros sesenta minutos de concierto, Joaquín abandonó el escenario y dejó que Mara Barros cantara Yo quiero ser una chica Almodóvar, y que Antonio García de Diego hiciera lo propio con la hermosísima, ya lo dice su título, La canción más hermosa de mundo. Regresó después el jienense para ofrecer una desnuda Tan joven y tan viejo, sostenida tan solo por una guitarra acústica y su voz. Fue la primera cima de la velada, arañó los corazones y arrancó una prolongada ovación. En la misma línea intimista, pero con protagonismo del piano, llegaron A la orilla de la chimenea y Una canción para la Magdalena. La primera mitad del concierto había estado bien, pero era ahora cuando sacaba su alineación titular, los galácticos de un colchonero confeso. ¿Alguien preguntaba por el pichichi? Pues ahí llegó 19 días y 500 noches. Y continuó cabalgando hacia la gloria de la goleada: Peces de ciudad, Y sin embargo, Princesa, Contigo, Noches de boda, Y nos dieron las diez… Así hasta Pastillas para no soñar, con la que concluyeron la actuación. 

El público vibró con Sabina y todavía quedan entradas para el domingo. Iñaki Porto

El tiempo dirá si estos dos conciertos sellan la despedida definitiva de Joaquín Sabina en Pamplona. Esperemos que no, cuesta imaginarse la vida sin saber que el tipo flaco del bombín no está de gira por alguna parte del mundo. Por de pronto, el viernes se llevó la admiración rendida, el aplauso eterno y la gratitud infinita del público navarro. Lo tiene bien merecido. 

Resulta imposible terminar estas líneas sin mencionar a alguien que seguro que se va; Nerea, el ángel de la guarda de todos los fotógrafos y plumillas que hemos trabajado en Navarra Arena durante los últimos cuatro años, la cara sonriente que nos lo ha puesto todo tan fácil siempre. Ojalá tenga suerte en el futuro, que ella también se lo merece.