Solistas del Covent Garden

Vasko Vassilev, solista y director. A. Pilatjuk y K. Yamada, violines. A. Viytovich, ciola. Chr. Vanderspar, chelo. T. Hougham, contrabajo. Obras de Rossini, Vivaldi, Vitali y Sarasate. Teatro Gayarre. 13 de noviembre de 2023. Casi lleno el patio de butacas.

El ciclo Grandes intérpretes, de la Fundación Gayarre, se mantiene gracias al empeño del teatro y con la fidelidad de los que aún gustan de la, cada vez menos programada, música de cámara. La apertura del ciclo tiene como protagonista al violín. Con Vivaldi y Sarasate que, (junto a Paganini), son los dos violinistas más famosos y populares de la historia. El tercer violinista en liza es el búlgaro Vasko Vassilev, director del conjunto Solistas del Covent Garden, un sexteto de cuerda salido del foso del primer coliseo londinense. Vassilev es un violinista curioso: él y su grupo, nos van a ofrecer el barroco (Vivaldi y Vitali), con un sonido un tanto romantizado, a lo Claudio Scimone y sus solistas de Venecia, pero sin tanta elegancia; y un Sarasate con una estética –por su parte– a lo Malikian: Vassilev sale con sudadera de chándal, con un letrero en la espalda, taconea rematando los finales, y gesticula y se mueve enfatizando el virtuosismo. Entre estos dos extremos de tratamiento del violín, una serena, agradable y bien interpretada sonata de Rossini; la partitura que mejor, a mi juicio, se adapta al estilo y sonido del ensemble.

Esta sonata del maestro de Pésaro, la número 3, para cuarteto, muestra las virtudes de todos y cada uno de los intérpretes: comienzo en el que el tema va pasando a los cuatro, con exhibición técnica no solo en el violín primero, sino también en el segundo (Anastasia), con abundante adorno, y en el resto (Christopher, chelo, y Tony, contrabajo). El andante logra un empaste cálido, grave, algo dramático, muy hermoso. Y el último movimiento es típicamente rossiniano: juguetón, vitalista, con abundantes agilidades como en las arias de ópera, y dando ocasión a que se luzcan los cuatro. En Vivaldi (concierto para violín y cuerdas Rv. 356), sale el sexteto al completo: volumen poderoso, con vibrato, aunque no muy exagerado. En el largo viene lo mejor: un sonido quieto en el acompañamiento, resalta la perfecta afinación del solista, y su mejor virtud: el sentimiento que pone en su arco, a media voz de volumen, muy íntimo. En el otro Vivaldi (concierto Rv 522 para dos violines), además del titular, se luce K. Yamada: ambos con un sonido compenetrado y colorista, con muy bellos matices en piano que se abren al fuerte. El estilo impreso a la Ciaccona de Vitali (anterior a Vivaldi) es más romántico que barroco: arranca con inusitada violencia, y a cada variación del tema de chacona, va aumentando la atemporalidad de estilo, la libertad de expresión. Ya no sabemos de qué música se trata, de qué época procede, pero resulta teatral, sonora, envolvente.

A Vasko Vasiliev hay que agradecerle que programe a Sarasate en Pamplona. La verdad es que, por razones obvias de dificultad, pocos lo hacen. Vassilev, hace un Sarasate (Navarra y Fantasía de Carmen) extravertido y cargando, aún más, las tintas en el virtuosismo. Lo da de memoria, pone toda el alma, y todo el cuerpo, en solventar bien las innumerables notas, y le imprime una velocidad –necesaria sí–, algo precipitada. O esa es la sensación. Navarra queda bien con violín y viola, sus conocidos dúos son muy humanos, y ambos intérpretes (Andriy, viola), se recrean en el rubato: ese tempo sin medida que aguarda la resolución del tema. La Fantasía Carmen queda algo más dispersa, con esa sensación de vértigo en el que parece prevalecer el virtuosismo sobre la música. Fueron muy aplaudidos.