“Intentamos cuidar mucho a los músicos”
En cuanto el verano llega a Pamplona, la terraza del Caballo Blanco se llena de buena música. Alfredo Domeño, músico y socio del establecimiento, repasa la historia del ciclo.
El ciclo de conciertos de verano del Caballo Blanco está ya más que consolidado. ¿Cómo comenzó?
–Sí, creo que cumple ya unos 22 o 23 años. Cuando empezó yo no estaba todavía, yo entré como socio hace 20 años. En cuanto llegué, como era músico y tenía mi connotación musical, me encargué del asunto. Al principio casi teníamos que pedir que alguien se subiese al escenario y tocase. Empezamos en plan jazz, una cosa muy tranquila. Se fueron enterando otros músicos y nos pedían tocar. Al principio había un par de cajas, no había ni equipo ni técnico ni nada. Así empezó.
El escenario posiblemente sea el más bonito de Pamplona, pero, al estar al aire libre, tiene el riesgo climatológico.
–Estamos en Pamplona y hemos tenido que suspender en varias ocasiones. Otras veces lo hemos podido hacer, pero mirando al cielo cada segundo. Es lo que tiene esta ciudad, el clima no lo tenemos asegurado.
Una constante en todas las ediciones es la presencia de artistas locales.
–Sí. Es importante para nosotros darles espacio a los músicos de la tierra, aparte de que ha habido y sigue habiendo músicos locales buenísimos. De hecho, este año el ciclo es muy local; salvo Baja California, que fue el primer grupo, todos son de por aquí, y acabamos con Encuentros. Eso obedece a varias razones. Influye el presupuesto; traer una banda con nombre de fuera requiere dinero y este es un festival gratuito. Pero, al margen de eso, siempre hemos tenido esa vacación de servir de escaparate a las bandas de por aquí.
Bueno, también han pasado grandes nombres nacionales por el Caballo Blanco…
–Sí. Ariel Rot, Los Zigarros… Mikel Izal cuando empezaba, que ahora llena el Wizink Center tres días seguidos. Aquí ha estado El Drogas, los Marea al completo…
¿Y cómo se consigue traer a esos artistas a un escenario en el que no se cobra entrada y los recursos son limitados?
–A veces depende del momento. Cuando vino Mikel Izal, por ejemplo, era un desconocido, vino por el caché que se pagaba entonces; ahora, imagínate. En otros casos, yo tengo amistad con Kutxi, y eso hizo posible lo de Marea. También con El Drogas, que no ha actuado con su banda completa, pero ha estado en distintas circunstancias. Los Kikes, Barnatán… Intentamos negociar con los proveedores para poder irnos un poquito más allá del presupuesto. En el caso de Ariel, por ejemplo, se llamó concierto Mahou, que es patrocinador del ciclo, porque esto tiene un coste importante: hay que pagar al técnico, el equipo… Intentamos cuidar mucho a los músicos, que el concierto suene bien y que ellos estén a gusto.
Eso lo comentan siempre los artistas, que aquí se les trata muy bien, algo que, por desgracia, ya no es frecuente: cada vez se encuentran más trabas y peores condiciones.
–Es lo que intentamos. Muchos artistas quieres repetir. Ariel, por ejemplo, quería haber repetido en otro formato aquí. Los tratamos muy bien. sí. Tienen su intimidad, están muy cuidados… Luego les ofrecemos una buena cena en la parte de arriba, que no está abierta al público, porque el Caballo Blanco tiene abierta la terraza y un poco dentro, pero arriba están a gusto, ven cómo anochece… Quedan muy contentos, esa es la verdad.
Si tuviese que elegir un momento de los vividos aquí en todo este tiempo, ¿cuál sería?
–Tener una referencia musical absoluta para mí, como es el caso de Ariel Rot, fue un gozadón. Tener a los Marea, cuando llevaban ocho años sin publicar nada, justo antes de sacar El azogue, fue una maravilla. Ver a Enrique Villarreal con Motxila 21, una banda de referencia con la que hemos abierto muchos años y que si este año no ha estado, no ha sido por nosotros sino porque se le juntó el Mad Cool y otras cosas. Ha habido muchos momentos que me han entusiasmado. Y te digo también que, como recuerdo musical sorprendente, el mejor concierto de rock que yo he visto nunca fue el primero de Los Zigarros que hicieron aquí. Luego los he visto un montón de veces en salas, pero el que hicieron aquí hace diez años, con su primer disco, para mí fue el summum de una banda de rock en el escenario.
En ese momento Los Zigarros estaban empezando. Hay también una labor de descubrir nuevos talentos, ¿no?
–Sí, siempre hemos traído nombres que todavía no lo habían llegado a petar, pero que al final han arrancado. Estoy muy en contacto con la música, me refiero a mí individualmente, como Alfredo, no solo por trabajo. Ahí voy viendo. Tengo mis contactos, también. Por Última Experiencia conocí a King Sapo, por ejemplo. Me mandan material, recibo un montón y es imposible traer a todas las bandas que amistosa y gustosamente se ofrecen para venir. Tengo mucha relación con Alen (Ayerdi), de El Dromedario, que me enseña cosas…
Ha dicho antes que este año hay muchos artistas locales. Hábleme del cartel de esta edición.
–Desde el covid lo tenemos que mirar de otra manera todo, por el tema de consumo, por el tema de cómo está la gente en los espacios… Antes esto parecía Reading y ahora también se llena, pero de otra manera mucho más comedida, el público es más cuidadoso… Eso está muy bien, pero también te limita a la hora de hacer cajas y de traer gente. Este año hemos hablado con la gente de Encuentros, del Gobierno de Navarra, y decidimos hacer prácticamente todo el cartel con grupos locales. Hemos tenido a Razkin, que está bregado en diez mil batallas. A Deserrite, que es una banda que me gusta mucho de hard rock, punk rock melódico, tipo Rotten XIII, cantando en euskera, que también es algo que me gusta tener aquí. Pilgrim’s es una banda de versiones y de cosas propias, son unos musicazos. Alejo está presentando su segundo disco en solitario, tiene un directo memorable. Gussy, que viene con uno de sus discos más interesantes, y luego el 29 y el 30 tenemos lo de Encuentros, que actuarán dos bandas locales cada día.
El primer día hubo también un homenaje a uno de los socios, recientemente fallecido.
–Sí. Este año ha muerto Edorta, que fue uno de los que empezó a trabajar aquí, en el Caballo Blanco. Su hijo toca en Skabidean y quisimos rendirle un pequeño homenaje, porque ha sido una parte muy importante de todo esto.
¿Y qué puede decirme del futuro?
–Todo va a depender de si nosotros seguimos teniendo el espacio, que es del Ayuntamiento de Pamplona. Ahora lo tenemos para diez años, quedan ocho, así que cada verano seguiremos con el ciclo. Y espero que, el día que nosotros lo dejemos, los siguientes que accedan a la concesión sigan haciendo esto, porque creo que es un ciclo que merece mucho la pena y que le viene bien a la ciudad, no todo van a ser los Sanfermines.
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