Jara, Álex y Miranda son tres chicas que han crecido en un centro de menores sin saber qué es el amor sin condiciones. Es el cumpleaños de Jara y las tres quieren celebrarlo en el concierto de su trap queen preferida. Necesitan dinero y no tienen muchas opciones para conseguirlo. Pero conocen a una chica algo mayor que se dedica a conseguir citas con adultos en los baños de la estación de autobuses y que les va a ofrecer ganar algo de dinero fácil... Es el argumento de Las chicas de la estación, sexto largometraje de Juana Macías. Se estrena el 22 de noviembre.
En 2010 hablamos con motivo del pase de su ópera prima, ‘Planes para mañana’, en la Muestra de Cine y Mujeres de Navarra. Ayer cerró el Festival de Cine por Mujeres de Madrid. ¿Cómo definiría el camino que ha recorrido como mujer directora en España?
–Pues todo ha cambiado mucho, sí. Antes había muy pocas directoras y, de repente, ahora hay. No estamos en condiciones de igualdad ni mucho menos, pero ha habido un impulso y, ahora, una directora ya no es una cosa anecdótica. Se ha notado mucho el cambio a nivel de dirección, también en puestos técnicos e incluso en los papeles de las actrices.
¿Se cuentan las historias que faltaban?
–Claro, al final, que haya mujeres creando ideas y proyectos también condiciona los temas y a los protagonistas o las protagonistas. En cuanto hemos tenido más oportunidades ha habido más trabajos, más premios, más cantidad, más calidad...
Este año viene a abrir la Muestra de Cine El Mundo y los Derechos Humanos de Navarra con ‘Las chicas de la estación’, una película basada en hechos reales. ¿Cómo le llegó esta historia y cuál fue el motor que le hizo querer contar esta historia?
–Pues a mí llegó por la prensa, y el motor para hacer la película fue la indignación y la curiosidad que me produjeron esas noticias. Indignación porque, cuando el tema se destapó por la denuncia de una violación múltiple a una chica de 13 años tutelada, comenzaron a salir informaciones que mostraban una realidad conocida, pero terrible, de explotación sexual afectaba a menores, sobre todo menores tuteladas. Entonces, se te queda la sensación de que ese hecho terrible no es algo aislado, sino que es algo que está sucediendo y que nadie sabe muy bien cómo abordar o no quiere abordarse.
¿Y la curiosidad?
–Sentí curiosidad por saber cómo es el mundo de estas chicas, quiénes son ellas, de dónde vienen, por qué toman las decisiones que toman... Porque también me llamó mucho la atención que había cierto foco en ellas, en el sentido de culpabilizarlas, y poco foco en los abusadores. Así, la mezcla entre indignación y curiosidad hizo que siguiera todas las noticias que fueron saliendo y todo el rifirrafe político, que también fue un poco bochornoso, y que empezara a investigar.
Claro, ¿cómo es el proceso de preparación, investigación, documentación, de un proyecto basado en hecho reales?
–Lo que está basado en hechos reales siempre requiere disponer de una fase de documentación y de investigación y de hablar con mucha gente. En este caso, no solo investigamos sobre el caso concreto, sino que también hablamos con personas que estaban trabajando con chicas y chicos que pasan o han pasado por el sistema de acogimiento y para que nos contaran sus experiencias. Porque la película está inspirada en estos casos reales, pero cuenta mucho más. Hay una parte ficcionada, que son las tres protagonistas y su entorno, aunque está muy basada en perfiles de chicas, en situaciones familiares que se suelen repetir, en comportamientos...
¿Conoció alguna de las víctimas del caso real?
–No. Para algunas cosas, los menores tutelados están muy protegidos, así que es muy difícil acceder a ellos. Además, teníamos dudas sobre si lo mejor era centrarse o no en los casos reales, porque esto no es un biopic, y decidimos inspiramos en toda esta realidad para contar cosas concretas, pero luego también para ir más allá. Por otro lado, había mucha información publicadada en prensa, incluso los mensajes de móvil.
¿Y sabe si ellas han mostrado interés en ver la película o le ha llegado algún comentario por parte de su entorno?
–Hay muchas personas del entorno real con las que he hablado y sé que tienen interés en ver la película, que ha generado un cierto escepticismo y curiosidad por saber cómo se ha tratado el tema. Toda la gente ha mostrado muy buena predisposición para hablar porque no se les suele preguntar. Les sorprende que alguien se acerque y quiera saber más, no para escribir un artículo de prensa, sino porque le interesa el tema y quiere darle voz. En ese sentido, todos han sido muy generosos a la hora de de contar.
Antes ha comentado que el proceso de preparación de la película fue especial en este caso, ¿y la selección de las actrices?
–Todo en esta película ha sido diferente. Todas las fases, también el casting. Mi idea era intentar que la película fuera una ventana a la realidad y que el espectador tuviera la sensación de estar viendo a los personajes, no a los actores que los interpretan. Eso nos llevó a buscar a actores desconocidos, o, mejor dicho, a chicos y chicas que no lo fueran. Durante meses, hicimos castings por institutos, en redes sociales, en centros de menores... Vimos miles de chicas y de ahí fuimos seleccionando hasta llegar a las tres protagonistas. Cada una es de un lugar de España y tiene unas circunstancias diferentes. Dos de ellas han estado en centros de menores y la otra, no.
¿Cómo se tomaron lo de interpretar esta historia tan sensible?
–Claro, sonaba muy fuerte hablarles de explotación sexual de menores sin decirles cómo tenía pensado contar la historia. Intenté contestar todas sus preguntas lo más honestamente posible e insistiéndoles en que mi punto de vista se centraba en la historia de las tres chicas y se contaba desde ellas. También les dije que quería alejarme de lo explícito, de la sexualización, que es algo que también podía estar ahí, pero yo no quería ir por el lado del morbo. He pretendido que sea una peli incómoda en algunos momentos, porque creo que tiene que serlo, pero no morbosa. Para saber y sentir lo que les pasa a estas chicas no es necesario ver ciertas cosas.
Sorprende el tono documental que emplea, sobre todo, en algunos momentos en los que las protagonistas dicen en voz alta lo que están pensando, alguna vez, incluso, mirando a cámara.
–En el intento de reflejar su punto de vista, en el guión decidimos no solo seguirlas en lo que hacen, sino también meternos en su cabeza y que nos contaran sus ideas de primera mano. Por un lado, las chicas se presentan las unas a las otras, y, haciéndolo, se presentan a sí mismas a la vez. Puede que este recurso se salga del tono realista, pero para mí era muy importante porque aporta mucho sobre quiénes son y cuál es su mirada hacia el mundo. Hay un momento, por ejemplo, en una fiesta en un chalet, en el que una de las protagonistas habla del dinero y cuenta para qué lo quiere. Lejos de lo que la gente pueda pensar, dice que no lo usaría para comprar cosas, sino para no tener que aguantar a los hijos de puta que se crucen en su camino. Y eso habla de cómo es ese personaje.
Las tres vienen de distintas situaciones y, sin embargo, comparten muchas heridas, lo que las une mucho. ¿Quería destacar también esa lealtad?
–Para mí, esta también es una película sobre la amistad. La amistad como refugio, como ese vínculo que no han podido crear en sus familias, que o están rotas o no las han protegido como deberían o, incluso, han abusado de ellas. Y esa amistad también es importante porque son muy distintas y, probablemente, si vivieran cada una en su casa y se hubieran conocido en el instituto, no serían amigas; pero las circunstancias las han unido de una manera especial.
Da mucha rabia que ellas no se vean como víctimas y que, en algún caso, defiendan que hacían lo que quería porque querían. Tienen que dar el paso de ver las cosas como son, desde su realidad de menores.
–Para mí, eso era lo fundamental. Alguna de ellas reconoce que tiene relaciones con adultos y que, muchas veces, lo hace de forma voluntaria, pero, claro, es que ha normalizado los abusos. En un momento dice ‘me han hecho cosas peores sin pagarme’, convencida de que, así, al menos consigue algo a cambio. Y es ese no verse como víctima y esa no percepción del abuso como abuso lo que más te puede atrapar en esa situación. Ese es el viaje que hace la protagonista, que pasa de normalizar lo que le está pasando a cuestionárselo y plantearse denunciar.
En ese proceso, los referentes que han tenido no ayudan.
–No es que no hayan tenido referentes, es que han tenido malos referentes. Hay un momento en el que la protagonista dice ‘la primera pastilla del día después me la dio mi madre porque su novio abusaba de mí’. Queda claro que tener referentes positivos es muy importante. En su caso, son ellas mismas y quizá algún educador con el que se encuentran y que intenta ayudarlas, pero es muy complicado.
Está claro que el sistema les ha fallado. Todos lo hemos hecho. Aunque hay algunas piezas del mecanismo, como Marcos, el educador, y la pareja de acogida, que encarnan una cierta esperanza.
–Claro, es que no todo es blanco o negro, pero es evidente que el sistema es muy mejorable, porque, al final, hay veces que se depende mucho de la voluntad de personas concretas que son las que tiran o están más al tanto. Y debería una protección institucional más efectiva. Los centros deberían estar mejor, pero creo que también hay que poner el acento en quiénes son todos esos hombres que buscan niñas y niños. Hay que ir a por ellos.
Ese acento muchas veces se sigue poniendo en ‘cómo visten’ o ‘cómo se mueven’ esas adolescentes, que son las víctimas de los abusos.
– Eso es. Se culpa a la víctima. Y luego, además, pasan cosas como lo de Murcia; cuando se consigue denunciar y que los culpables vayan a juicio... El mensaje es terrible.
Álex afirma en una conversación que mantiene con Jara que, si pudiera dar marcha atrás, no denunciaría...
–Es que el precio que ha pagado es muy alto. Pierde lo poco que tiene: sus amigas, su lugar.. Y es normal que se pregunte por qué lo ha hecho.
La música es otro elemento central en la película, con esos traps y raps de letras tan combativas. Al final, es su forma de expresar cómo se sienten.
–Dentro de este tipo de música, de la música urbana, hay líneas distintas. Yo me he centrado en un tipo de artistas y de temas que hablan de lo que les pasa a ellas, de la vida en el barrio o o de la sensación de estar perdida, del dolor, de una familia que no te respalda, de la soledad... Hay mucha soledad en estos niños.
Y nos muestra una Mallorca desconocida que nada tiene que ver con la de postal.
–Yo tampoco conocía esa Mallorca, pero intenté ir a los lugares reales donde habían sucedido las cosas. De hecho, en el barrio de Corea nunca se había rodado. Igual que el casting le da autenticidad, las localizaciones también eran importantes para generar la sensación de realidad.
Ha inaugurado la muestra de cine y derechos humanos. ¿En su opinión, qué lugar puede ocupar el cine en lo que son los procesoes de sensibilización y concienciación que buscan la transformación social?
–Yo he intentado que esta película no fuera ni un panfleto ni un juicio desde mi forma de entender las cosas. Evidentemente, tiene un punto de vista, pero creo que la potencia que tiene el cine va más por la conexión emocional; no tanto por lanzar ideas como en un manifiesto, sino por la empatía. Se trata de ponerte en lugar del personaje al que le pasan una serie de cosas. O sea, un documental es mucho más fiel a los hechos, pero creo que una película puede ser más fiel a las emociones.