“Las versiones originales de Javier Olivares poseen la gracia de un artista que sabe llevarse a su terreno a los personajes, por muy diferente que sea el resultado respecto a los grafismos primigenios de dichas creaciones”, explica Asier Mensuro, comisario de la muestra que permanecerá en el Palacio del Condestable de Pamplona hasta el 15 de octubre dentro del Salón del Cómic de Navarra.
En ella, su autor, siempre curioso y hambriento de nuevos estímulos y expresiones, presenta su interpretación de personajes como Jekyll&Hyde, Sherlock Holmes, Vampirella, Conan, el Mayor Fatal, Drácula y, por supuesto, Batman. Su Batman. Y es que, sin ser especialmente fan del Caballero Oscuro, una vez que empezó a dibujarlo, se ha convertido en “un respiro” entre encargo y encargo y en un divertimento que aparece en su trabajo de forma inesperada y diferente cada vez.
Durante la presentación del Salón del Cómic de este año, su director, Javier Pérez de Zabalza elogió su capacidad para no estancarse y seguir creciendo a pesar de la experiencia que tiene y el éxito obtenido. ¿El objetivo es evolucionar, aprender, no aburrirse?
–Sobre todo, no aburrirse. Al menos, en mi caso. David Bowie, que era muy listo, lo dijo muy bien: cuando veas que estás cómodo en el área en la que estás trabajando, a lo mejor no es el área en la que deberías estar. Esa idea de que como ya controlo un ámbito, me instalo en él, no me interesa, no me excita, no me supone un reto, aunque sé que va un poco en contra de lo que muchas veces se entiende que debería ser el oficio, que es encontrar tu territorio, explorarlo y explotarlo. Yo nunca he tenido ese plan, pero no ha sido tanto una decisión consciente de ir buscando la originalidad, sino que el dibujo manda y me lleva. Además, el dibujo tiene que ver con tu vida, es un organismo, una manera de expresión, y absorbe los cambios que vas experimentando como persona.
Y como artista.
–Eso es. Tengo ojos y veo gente con propuestas interesantes todo el rato. Es verdad que hay una parte de aprendizaje primordial que es justo cuando estás aprendiendo los fundamentos del oficio. En mi caso, tuve una primera fase no profesional en la que todavía no publicaba y en la que estaba muy influido por los dibujantes que me rodeaban de finales de los 70-80 americanos y españoles. Todo ese mundo me encantaba y lo seguía. Luego, en 1987, empecé a trabajar en la revista Madriz y cambié mi mirada.
¿En qué sentido?
–Entonces ya tenía esa base de dibujo convencional y me volví hacia mí mismo y hacia los pintores, los cineastas, los poetas, los músicos... Abrí mi espectro para nutrirme de otro tipo de experiencias y, poco a poco, he ido construyendo una especie de Frankenstein de influencias que ahora mismo me cuesta definir. Sí que hay algunas que reconozco, te podría dar nombres como los de los argentinos Albreto Breccia o José Muñoz o los de Mike Mignola o Mary Blair y Moebius, pero también de diseñadores gráficos o de gente del teatro.
¿La curiosidad es otra de sus herramientas?
–Claro. Hay una expresión que odio especialmente y es cuando alguien empieza una frase diciendo ‘en mi época...’ Sé que es un uso social y que parece que todos de jóvenes éramos más felices, pero yo no pienso así. Cuando era joven era feliz por unas cosas, y ahora lo soy por otras. A nivel artístico, mi época es esta. Por supuesto, ahora hay gente buenísima cuyas influencias son diferentes a las mías, que eran más de los 80 y los 90, y también es verdad que yo llevo muchos años y he publicado muchos libros, y esto hace que muchas personas me conozcan, pero si los jóvenes son curiosos, se preguntarán quién hizo esto o aquello y acabarán conociendo el trabajo de gente mayor.
"Hacer 'Las Meninas' me permitió reivindicar el dibujo como herramienta libre"
¿Y es consciente de que también Javier Olivares es influencia y referente para otras generaciones?
–Claro, al final llevo 40 años en esto, y, además, soy profesor, así que estoy en contacto permanente con quienes están aprendiendo.
¿Hay algún tema o personaje sobre el que nunca dibujaría?
–Pues no lo he pensado. Normalmente, las cosas vienen a mí. Por ejemplo, nunca pensé que iba a hacer un trabajo sobre Velázquez (Las Meninas). Es un pintor que me gusta, pero no estaba loco por él, pero Santiago (García) me lo propuso y dije que sí. Y algo parecido me pasó con Samuel Beckett. Cuando yo escribía mis cómics, los temas eran más personales, pero me gusta la colaboración. Hasta el año 2003 no empecé a trabajar con guionistas. El primero fue Bernardo Vergara, con el que hice una serie para niños, y me encantó. Luego ya empecé con Santiago Díaz y Jorge Carrión y he seguido con ellos y con más gente. Trabajar con otras personas me ha permitido enfrentarme a retos y tener oportunidades de dibujar temas y personajes en los que ni siquiera había pensado.
¿Le gustan los retos?
–Sí, sí. Santiago me lo dice siempre: él me reta.
Hábleme de su obsesión por Batman.
–(Risas) La verdad es que no tiene mucho sentido, porque no soy muy fan del personaje. He leído algunos cómics, pero no he seguido su historia o su trayectoria, pero en los años 90 trabajaba en la revista Madriz, que era muy vanguardista y artística y me permitía hacer lo que me diera la gana y explorar el universo gráfico. Entonces estaba intentando encontrar una voz personal e iba en sentido contrario de lo que se supone que era un dibujante comercial, y me cayó encima la publicidad de la tienda Madrid Cómics. Esto me hizo volver a mirar el medio, el cómic, con menos prejuicios; no tanto como fan de los personajes, sino como alguien que tiene que trabajar con su iconografía. Dibujé a Corto Maltés, a Tintin, a Ant Man y Star Trek y Batman me resultó interesante por cómo está construido.
¿A qué se refiere?
–Esta es una teoría personal, pero me da la sensación de que otros personajes, los puedes estirar hasta un cierto punto, pero poco más. Y eso no pasa con Batman porque su iconografía es muy reconocible. Puedes coger al personaje, machacarlo y volverlo a armar y siempre está ahí. Superman y Spider-Man son muy concretos, y si los estiras demasiado, desaparecen. Tiene que ver con cómo están construidos. Al final, Superman es un tipo con una capa y tiene más que ver con el mundo del circo; mientras que Batman está más cerca de lo gótico, del teatro, y me parece mucho más interesante como territorio de exploración gráfica. Así que cuando empecé a trabajar para la publicidad de Madrid Cómics, Batman empezó a aparecer de forma sorprendente hasta en los bocetos de otros trabajos.
Y así, hasta ahora.
–Sí, me lo tomo como un descanso del libro o la película de animación en la que estoy trabajando. De pronto, lo dibujo en una esquina y con él me pasa lo que me ocurre con otros proyectos, en los que siempre intento empezarlos gráficamente desde otro sitio, explorando otro área. Por eso ninguno de mis Batman es igual. Las que se pueden ver aquí son variaciones loquísimas del personaje; algunas son más realistas, otras más cómicas; las hay con más tinta, con rotuladores... Es inabarcable porque es reconocible. Tú haces una mancha negra, le pones dos orejas y una especie de capa y sabes que estás en el mundo de Batman, y eso es increíble, porque ahí tienes libertad total. Me gusta mucho porque puedo trabajar con él desde cualquier lugar, empezar de cero cada vez, y para mí ya se ha convertido en una especie de marca. Hasta tengo un tablero en Pinterest que se llama El señor de la noche llega por la tarde (ríe). Me acerco al personaje sin prejuicios y sin querer profundizar demasiado, simplemente me divierto con él.

Tiene que ser liberador.
–Lo es. A mí me cuesta mucho mantener un estilo todo el rato. Nunca he sido uno de esos dibujantes que cuando trabajan en un cómic se hacen el personaje de frente y de perfil para mantener las proporciones. Es muy útil, pero soy incapaz. Por ejemplo, cuando hice Las Meninas, dibujaba a Velázquez desde cero en cada capítulo, y nadie me ha dicho nada sobre esto. Lo importante para mí es dar con lo que llamo el logotipo del personaje, que se compone de los elementos esenciales, los que lo hacen reconocible; necesito saber hasta dónde puedo llevarlo sin que desaparezca, y, a partir de ahí, me doy permiso para jugar con él. De alguna manera, es una forma de reivindicar la riqueza del dibujo como medio expresivo, como herramienta libre. Y también su naturaleza, porque el dibujo no es algo real, es un símbolo, una interpretación. Esta idea la uso también en las clases, donde a los alumnos les digo que se relajen, que lo que necesitamos es que el lector sea nuestro cómplice.
En este sentido, ha comentado en más de una ocasión que su aliado es el teatro.
–Totalmente. Llevo muchos años nutriéndome de las soluciones de los escenógrafos y los diseñadores teatrales porque tienen los mismos problemas que nosotros. Ambos tenemos un espacio que no existe para contar algo y para hacer creer al espectador o al lector que esta persona que te presento es Julio César o Velázquez. Y tengo que conseguirlo a pesar de que se vea toda la tramoya, el mecanismo. El cine es hipnosis, en él, el espectador es totalmente pasivo; pero en el teatro, está activo, igual que en el cómic. Nos basamos en el mismo pacto con el público, que se pone en el lugar de la historieta sabiendo que todo es falso.
En la exposición podemos ver otros personajes como Drácula, Sherlock Holmes, Jekyll&Hyde... Todos con un lado oscuro.
–Pues no lo había visto así, pero seguramente es así porque hay una base de mi trabajo que tiene que ver no tanto con la oscuridad como con el negro. Lo que pasa es que este color se asocia inconscientemente a lo oscuro. A eso hay que añadirle que mi trabajo tiene más que ver con la deconstrucción que con la construcción y que procuro que los elementos que creo no mantengan un diálogo coherente, sino que haya algo extraño ahí. Quizá por eso me llaman tanto para libros victorianos, y también tengo que reconocer que los dibujantes que más me han influido tienen ese punto. Como Alberto Breccia, que me gusta mucho; o José Muñoz...