Estos días andan los gallitos de la televisión que son Mediaset -que por cierto ha formado una única sociedad con la factoría matriz en Italia- y Atres Media. Andan dedicándose anuncios sobre su audiencia, que quién de ellos la tiene más grande y así. Pero hay unos cuantos datos que deberían hacerles pensar que la competencia no solo está entre ellos: hay otros factores que pueden ir haciendo que su futuro no sea tan halagüeño como indica el injusto reparto de la publicidad del que se benefician ambos grupos y que no sigue los dictados de las audiencias: con solo el 60% de la audiencia se llevan el 80% de la publicidad. Esto ya lo hemos dicho alguna vez, pero es que hay indicadores claros de que el negoció de televisión convencional va en decadencia. El último, el de la audiencia del prime time: habla de que ya ha bajado del los 16 millones. En los últimos años hay 1,5 millones de espectadores que han volado hacia otras fórmulas de las plataformas de pago tipo Netflix o Movistar. Otro dato preocupante es que el consumo de la televisión ha bajado en 20 minutos en los últimos siete años si lo comparamos con los datos que se manejaban en 2012. Lo cierto es que ver la televisión convencional cada vez es más difícil para un simple madrugador: el momento estelar ha ido retrasándose desde las 21.45 que comenzaba el Un, dos, tres -por poner un ejemplo con el que honrar la memoria del recientemente fallecido Chicho Ibáñez Serrador-, allá por 1994, hasta las 22.49 que es la hora que comienzan los pesos pesados de la programación actualmente. Más de una hora de retraso. Y miren qué casualidad que una hora es, precisamente, el tiempo de diferencia entre los que apuestan y pagan por las plataformas: ven 60 minutos menos de televisión que quienes lo hacen en la convencional de toda la vida. Más de una hora al día todos los días del año da para muchas aficiones y muchos ratos de ocio alternativo. Es para pensárselo. ¿No?