Un concepto digital extraño para el más religioso compositor romántico, pero es que la Coral de Cámara de Pamplona nos ofrece el estreno, aquí, de la Misa número 2 de Bruckner. Una obra que, aún siendo plenamente bruckneriana, requiere otra operativa distinta del Bruckner monumental de sus grandes misas y sinfonías. El orgánico de la orquesta se limita a viento madera y viento metal, como queriendo evocar el sonido del órgano de tubos; y el coro es sometido a dificultades no solo de tesitura, con agudos y graves comprometidos, sino al continuo escrutinio de su afinación, al pasar de los tramos a capella, a la irrupción de la orquesta sin solución de continuidad. Además de la misa, el programa intercalaba –como quería el compositor– dos motetes y dos ave marías. No es fácil, para el aficionado, una primera audición de la obra, pero tampoco aburrido; es más, todo el concierto se siguió con verdadera devoción, sin interrupciones de toses, en gran silencio, y con la expectación de asistir a algo importante en música. A esto contribuyó la cálida iluminación a cargo de Koldo León.

Coral de Cámara de Pamplona

Orquesta Sinfónica de Navarra. Leticia Vergara, contralto. José Antonio Hoyos, barítono. David Gálvez Pintado, dirección. Programa monográfico sobre Bruckner: Misa nº 2 en Mi menor; Locus iste, Ave María (wab 6) y Ave María (wab 7). Teatro Gayarre. 17 de enero de 2025. Casi lleno (15 euros).

David Gálvez Pintado, –titular de la Coral y director del concierto– conoce bien la obra, la dirige asegurando las entradas, todo muy medido, y se sienta al órgano para acompañar cuando hace falta. La orquesta entiende bien la obra, nunca tapa al coro, y aporta su especial cromatismo al conjunto. Su sonido sale bien al patio, y empastan cuando se les pide. El coro lo tiene un poco más peliagudo. Al no haber caja acústica, el sonido es más bien seco, de difícil empaste por voces y en conjunto. Aún así, la Coral salió airosa. Siempre salvó la afinación; algo que no debería extrañar, me dirán; pero, en este caso se señala, especialmente, por lo dicho arriba.

El comienzo del Kirie, a voces blancas, es recogido y espiritual en sus primeros compases, pero, enseguida se hace imprecatorio con fuertes agudos y la entrada del resto de las voces. El Gloria, más coloreado por la orquesta, tiene tramos brillantes, con todos en acción, y hermosas intervenciones de fagote, trompas…

En el Credo el compositor sigue la tradición de destacar los graves en Homo Factus est, o Mortuorum, con una cuerda de bajos que salvan la tesitura, aunque uno desea colores más cavernosos. La, siempre sorpresiva, entrada al Resurrexit en tenores, se afina bien. El Amen es brillante. La entrada del Sanctus, a capella, es delicada, muy bella; y su progresión hacia el fuerte, por la sucesiva acumulación de las voces y de la orquesta, nos lleva a una atmósfera de plenitud en el Hosanna, que enmarca el, más recogido, Benedictus. El Agnus contrasta los matices fuerte y piano para suplicar o para llegar a un sereno dona nobis pacem.

El coro se luce, ya más relajado, en el bellísimo Locus iste que abría el concierto y en el Ave María, cantado con una dulzura y delicadeza que descansa en el amén grave. José Antonio Hoyos canta con gusto el motete Im jener… Y Leticia Vergara logra uno de los puntos álgidos de la velada con su maravillosa interpretación del Ave María. Su fraseo es impecable: tranquilo, largo en los finales, homogéneo en toda la escala, con agudos redondeados y graves poderosos, siempre coloreados por una voz en origen de contralto-mezzo envolvente y muy apropiada para la partitura.

Cuesta hacerse a la idea de que una obra tan compleja, casi para musicólogos, se estrenara al aire libre; sin duda el ambiente callejero austríaco de la época, no es el de ahora. El público aplaudió el encomiable trabajo de los intérpretes.