Pamplona - “Para el público parece que sí que tiene más tirón el Cuatro y Medio, pero el pelotari sigue prefiriendo el mano a mano”. La frase proviene de las entrañas de Juan Martínez de Irujo, un tipo atado a la potencia, manomanista nato, cuestionado sobre las diferentes evoluciones de las dos competiciones individuales del curso manista. Las dos que han vivido una trayectoria bien distinta desde que la jaula apareció en escena como campeonato en la edad moderna de la pelota, en 1989, con victoria de Julián Retegui. Antes, en la década de los 50, José Luis Akarregi (primer campeón en 1953), Ogueta y Barberito lucieron, pero desde el 55 hasta el 89 hubo sequía. “Antes, solían hacer un torneíto de semifinales y final, pero no tenía ningún atractivo. Se montaba por montar”, revela Inaxio Errandonea, pelotari profesional por entonces y responsable comercial de Aspe en la actualidad. En el descorche, impulsado en gran medida por las peticiones televisivas de ETB 1 y con el patrocinio de Caja Laboral, fueron cuatro los manistas en liza: el campeón de Eratsun, Martín Alustiza, Joxan Tolosa y Ladis Galarza. Recuerda el expelotari de Segura, ahora en la intendencia de Aspe, que “fue la primera vez en toda mi vida en la que me puse la camiseta azul”. Julián ganó y también Ladis. El empuje de las figuras supuso otro impulso. “Al público lo que engancha es que los gallos jueguen entre ellos”, explica Patxi Eugui, ocho veces finalista de la modalidad y tres veces campeón. La mecha prendió, aunque costó que cogiera fuego. “Al principio era un torneo que estaba destinado a rellenar unas fechas, era un campeonato inventado, pero sin lugar a dudas tiene mucho tirón”, dice Rubén Beloki. De hecho, fue duramente criticado por algunos sectores de la afición pelotazale. “Con la creación de Asegarce se hizo más largo. Se colocó dentro del calendario de las competiciones de invierno y fíjese qué crecimiento ha tenido. Es una referencia. Está al nivel de cualquier otro campeonato. Quizás el más potente sea el Parejas, el mano a mano sí que tiene ese prestigio, pero cuesta movilizar a la gente hasta semifinal y final. Pero el Cuatro y Medio, con la liguilla de cuartos, se ha vuelto un torneo muy interesante. Es un campeonato asentado”, revela Errandonea.

Eso fue en el 92. Surgió poco a poco además una nueva cartera de pelotaris entre los que estaban Eugui, Beloki, Titín III... que abrieron novedades al panorama. Augusto era el delantero de la televisión. El que se adaptaba a las circunstancias de las novedades. Añade el expelotari de Bera que “ha habido una evolución terrible en la forma de jugar dentro de la jaula en estos 25 años. En mi época, Julián Retegui era la referencia y las pautas del juego eran las de buscar las líneas, jugar largo y buscar la raya del Cuatro y Medio. Luego, aparece un pelotari como Titín III, que pone todo patas arriba. Ahí llega la agresividad, la anticipación, meter ritmo a la jugada. Ahora, fíjese al ritmo al que se juega; yo, sinceramente, no me vería”. “Yo jugué mi primera final recién debutado, contra Retegui II en Vitoria con 18 años, y ahí estaba más frío el ambiente. Sin embargo, en la final que jugué contra Errandonea, el ambiente estaba hasta la bandera y hubo llenazos en el Labrit todo el campeonato. A partir del 92 empezó a subir”, certifica Eugui, quien agrega que “yo he visto llenazos grandes desde entonces. El mano a mano siempre ha sido la modalidad reina, pero ha perdido de cara a la calidad de pelotaris porque hay pocos pelotaris que puedan jugar ahí arriba entre ellos”.

Así, tal fue la fuerza que tomó la modalidad que, en 1998, hubo una nómina de pelotaris en la parrilla de salida que ascendió a los 84 nombres: las plantillas de Aspe, Asegarce y Besagain. De los cuatro de 1989 a los 84 de 1998. Ya se había gestado el cambio. “Por aquellos años, había treinta y pico pelotaris en la plantilla. Puede que se haría con escalera. Es proclive a eso. Puede jugar casi todo tipo de pelotari. Los zagueros han jugado muchos años”, confiesa Rubén Beloki. El año anterior, asimismo, surgió en la final un partido legendario, la final que levantó Julián Retegui a Titín III con el 21 picándole en el gaznate. “La final del 97 es de las que se te quedan en el recuerdo por la calidad del partido. Tuvo todos los ingredientes: calidad, dureza, emoción y, si ves ahora esa final, ves errores, pero fue impactante por la agresividad”, dice Errandonea. Aquel 22-21 fue otro de los golpes.

El enganche, los gallos y el cuero Cuatro años más tarde llegó una modificación crucial para el devenir histórico del Cuatro y Medio: la instauración de una liguilla en semifinales, que desde 2012 se adelantó a cuartos de final. El mundo quería ver a las figuras y la jaula permitía exportar el modelo del mano a mano a los pueblos más pequeños y, además, poder ver tres veces seguras a los capos. Además, las igualdades son mayores: “El Cuatro y Medio siempre ha sido una modalidad en la que las ventajas se reducen. Con contrarios que en el mano a mano puedes sacar a pelotazos, aquí no puedes. Muchas veces no gozas bien la pelota, se te queda larga, estás muy encima del otro y mentalmente es mucho más duro el acotado”, cuenta Eugui, y Beloki añade que, “si tienes buenas piernas, recursos, puedes meter mano a los mejores. Esto engancha y solo hay que mirar esta final: todas las entradas vendidas y el aficionado conecta con el Cuatro y Medio”. Lo mismo piensa Jokin Etxaniz, expelotari y reputado técnico de Aspe, quien también apunta que “el cambio más importante que veo es el material. En estos momentos, con este material, se ha anulado al pelotari que juega a bote y es más de darle. Es tan rápida la pelota que no da tiempo y es difícil de gozar. El material favorece al pelotari rápido. ¿Qué es mejor? No lo sé”.