pamplona - Lo que está en el suelo no se coge. Es una de esas verdades maternas que no necesitan mayor explicación porque resultan tan irrefutables como universales. Ya se sabe que las madres siempre tienen razón. Salvo que lo que hayan tirado sea la maglia rosa del Giro, cuyo valor es incalculable. No hay dinero capaz de pagar semejante regalo. Una prenda sagrada. El rosa es el color de los campeones en Italia. Un pantone que supone honor y reconocimiento. Así que Valerio Conti, italiano, joven, desobedeció a su mamma para vestirse de líder en San Giovanni Rotondo. Esa fue su ofrenda a la memoria del Padre Pío, la figura religiosa más venerada de Italia, un personaje de culto e ídolo popular al que acuden los campeones del deporte. Bartali le visitó en pleno Giro de 1947 para confesarse, vistiendo en la ocasión la maglia rosa. También lo hizo Il Campionissimo Fausto Coppi, ateo y comunista. Tras vestirse de rosa en tierra santa, el bueno de Conti le regalará la maglia enmarcada a su madre y ella le perdonará la travesura y la tentación. En realidad, Conti lució lo que Roglic se hartó de pasear.

Por ahora, el esloveno renuncia a la maglia rosa. No le interesa. Demasiado pesada. Conti, en una nube, encontró la gloria compartiendo cuadriga con Fausto Masnada, otro pupilo de Gianni Savio, el director del Androni, que luce un largo palmarés en la carrera italiana. Hermanados, Conti y Masnada, pactaron de inmediato. Se dieron la mano sin necesidad de hablar, debatir, discutir o gesticular. Conti, mejor situado en la general, se vestiría de rosa y Masnada se quedaría con la gloria pasajera. En realidad, la del nuevo líder también lo es, pero se sentirá como el mejor modelo de la semana de la moda de Milán paseando su nuevo traje por la alfombra rosa del Giro. Masnada, vencedor de dos etapas en el Giro de los Alpes, se impulsó al cielo desde una colina. Se llevó consigo a Conti, el único capaz de rastrearle el movimiento, aunque el esprint entre ambos fue un simulacro. Los dos entraron victoriosos. “Estoy emocionado. Lo he hecho. Sabía que estaba en buena forma, pero es difícil ganar en el Giro. Dedico la victoria a mi tío que murió justo antes de que comenzara la carrera”, dijo el italiano, emocionado en su bautismo en el Giro. Masnada, en el nombre del tío. Como Conti que dedicó la maglia rosa Noè Conti, que rodó con Fausto Coppi en el equipo Bianchi. Noè Conti ganó el Coppa Bernocchi de 1959. Los italianos celebraron el triunfo en familia.

José Joaquín Rojas y Rubén Plaza se quedaron fuera del festejo. “Tenía piernas para ganar”, apuntó el murciano después de que el Movistar no acertara a pesar de contar con Rojas, quien activó las ascensión, y Amador en la fuga que descolló en San Giovanni Rotondo. Allí se agitó el Giro hasta que la crono del domingo reajuste la carrera y la encuadre en el realismo.

A la carrera italiana se le está quedando cara de déjà vu, de tanto que se repiten las caídas. ¿Qué hay de nuevo, viejo? La carrera es un lienzo donde se reproducen las caídas, que no respetan a nadie. Lo mismo aristócratas que plebeyos. En la carretera no hay distinciones. Solo la ley de la gravedad. Es el sino de un Giro tatuado en la piel con la tinta del asfalto, la lija negra que arranca a tiras la carrocería de los ciclistas o cuando menos, la raya. Cerrado el grifo de la lluvia, en otra travesía por encima de los 200 kilómetros, los ciclistas se saludaron en el suelo. Montonera. No se salvó ni Roglic, el líder que no conocía cómo era de duro el suelo. El esloveno se raspó en el glúteo derecho. Se quedó con el culo al aire, roto el culote. Ese fue el único destrozo. Mikel Landa, al que Yates derribó en Frascati, también cayó en la misma escena. Otra vez. Chapa y pintura. Mal de ojo. En el embrollo, una montonera, también se vio envuelto Pello Bilbao, uno de los guardaespaldas de Miguel Ángel López. Fue un cuerpo a tierra en toda regla. Afortunadamente no asomó el ulular de la sirenas con sus destello siempre inquietantes. El Giro dio las luces de emergencia y continuó.

el plan perfecto Apenas magullado, Primoz Roglic rezaba porque se formara una escapada para quitarse la maglia rosa de encima, que era un engorro para el esloveno, que piensa en Verona, en el rosa final. No le interesaba demasiado el interludio, defender el liderato y desgastar al equipo, que necesitará entero y fuerte para última semana del Giro, un pasaje del terror de tan afiladas que son las fauces de las montañas. Así que sus deseos se hicieron realidad. Conti, Carboni, Peters, Madouas, Rojas Antunes, Amador, Serry, Masnada, Conci, Oomen, Bagioli y Plaza emprendieron la fuga sabiendo que Roglic no apretaría a los suyos y conscientes los expedicionarios de que la orografía, con la subida a Coppa Casarinelle (2ª), con 15 kilómetros al 4,4% de media y cuya cima se enroscaba a una brazada de meta, les guiñaba el ojo.

Deshojada la margarita de los velocistas, que se estamparían seguro ante el puerto, el plan de Roglic se cumplió punto por punto. Los huidos accedieron a la chepa del día con una renta de seis minutos. Después se amplió hasta los 7:18. El esloveno pedaleó feliz a pesar del parche en el glúteo y de que perdiera la maglia rosa por el camino. En realidad, para Roglic, perder era ganar. Para Conti y Masnada, vencer era ganar al cuadrado. El hombre y sus circunstancias. Italia, que no había visto a un líder transalpino desde Nibali, de eso hace tres cursos, enloqueció doblemente con ver a dos de sus muchachos disfrutar. Y Roglic, siete minutos después, se sentía contento tras regalar el rosa a Conti.