Portugués moderno, del 98, Joao Almeida no posee el alma de fado. Su ciclismo es agresivo. Eléctrico. Rockero. Nada que ver con el fado, el alma lusa, que le canta a la melancolía y a la nostalgia, que rebaña el fatalismo y la frustración. Almeida pertenece a otra época, alejada de ese tristeza y la añoranza de la pérdida que canta Portugal. El portugués no acude al retrovisor, tampoco al recuerdo. Prefiere el futuro. Almeida pertenece a la manada de lobos, a la wolf-pack, ciclistas de colmillo retorcido, ambiciosos ganadores del Deceuninck. Con ese empuje Almeida fue líder en el Giro de Italia de su debut durante un par de semanas. Aunque la corsa rosa le fue estrangulando entre las gigantescas montañas que agarran los pulmones y los estrujan hasta hacerlos polvo, Almeida no se rindió. Fue cuarto en Milán tras medirse al calvario del Stelvio, que le engulló. Derrotado, pero no vencido.

En la montaña bella y cruel, la carretera que dobla voluntades en sus retorcidas 48 curvas, Almeida se doctoró en sufrimiento. Ese pasaje por el infierno fortaleció al joven portugués, un apasionado de la velocidad, tercero en la crono que dominó el forzudo Rohan Dennis a más de 49 kilómetros por hora. Veloz. Así discurre el tránsito por el profesionalismo de Almeida. Rápido y furioso, como la saga de películas que le gustan: Fast&Furious. Con ese deje se vistió de líder en la crono de Banyoles, donde Luis León Sánchez tarareó un fado de decepción. El primer día fue un metro. Este martes, solo tres segundos le dejaron sin el liderato. Brandon McNulty, otro ciclista que despunta espumoso, estuvo aún más cerca de Almeida. Apenas el chasquido de unas décimas impidieron al norteamericano asomarse a la terraza de la Volta a Catalunya, de la que se desprendió Andreas Kron, el líder inopinado. McNulty tiene intención de discutir con el luso. Josean Fernández Matxin mira al norteamericano y ve en él a un corredor con la capacidad de impacto de Pogacar.

Presentada en sociedad la generación del 98, la que une a Almeida y McNulty, la contrarreloj evidenció el retorno de Rohan Dennis, excampeón mundial de la especialidad, que llevaba varias lunas sin reconocerse en el reloj. El australiano debatió con Rémi Cavagna por el mando en la etapa. El TGV de Clermont-Ferrand, camarada de Almeida, a punto estuvo de hacer descarrilar al expreso aussie, pero Dennis impuso su ley en el duelo de los especialistas. Lejos de ese combate, entre quienes auscultan la general, Almeida, un escalador con dotes de contrarrelojista según definición propia, demostró su capacidad frente al crono. El portugués tomó aire respecto al resto de favoritos, arremolinados varios de ellos en un puñado de segundos.

Kruijswijk apunta a Almeida a cinco segundos, Porte y Adam Yates, colegas del Ineos, brotan a 6 y 7 segundos, respectivamente, y Thomas, a 19. El acorazado británico rodea al portugués, que respira sin embargo ante Carapaz, lejos en su carrera de reconocimiento de la campaña. El ecuatoriano, que debuta en la Volta, se dejó 52 segundos con Almeida, un registró que fotocopió Enric Mas. Valverde perdió 46 segundos y Quintana, 1:07. Kämna enfoca a Almeida a 21 segundos. Froome, en el ocaso, concedió más de minuto y medio con el descaro del portugués. El líder y el británico circulan por carreteras opuestas. Una avenida para Almeida, una vía tortuosa para Froome. Resituada la carrera a través de los engranajes del reloj, la Volta toma altura este miércoles los ciclistas deberán medirse en un test de alta montaña que concluirá en en Vallter 2000. En esa cima defenderá el liderato Almeida, que no es un fado.