El tiempo es oro. Probablemente sea un lugar común para explicar la vida, eso de que hay que vivir el momento, el aquí y el ahora, y aprovechar el tiempo que se nos ha regalado. El tiempo tiene ese maleabilidad propia de las sensaciones. Lo corto, a veces, es eterno. Lo largo, en ocasiones, es efímero. El valor del tiempo se tasa en metales preciosos en las cronos. En la mina de Busot, en Alicante, Ion Izagirre encontró su veta de oro. El de Ormaiztegi se bañó en oro en el Campeonato de España de la especialidad. El guipuzcoano, siempre con colmillo afilado, logró el maillot de campeón por un suspiro. Izagirre ya ganó el título en 2016, fue plata en 2014 y bronce en 2018. Además, obtuvo el oro en línea en 2014.

"Antes de una cita tan importante como el Tour te da mucha moral una victoria así. Las sensaciones han sido muy buenas, después de Dauphiné me he encontrado bien, he descansado bien y había preparado con mimo esta crono. Ha sido complicada con el aire, el calor y el terreno quebrado que siempre encontramos aquí, pero contar con las referencias de los tiempos que iba haciendo David (De la Cruz) me ha venido muy bien, así que estoy muy contento con la victoria", ha comentado Izagirre sobre su victoria en el estatal contrarreloj.

Apenas 8 centésimas le otorgaron la gloria frente a David de la Cruz, a punto de crucificar a Izagirre, que clavó una crono sensacional. Paró el conteo en 40:19 en un recorrido de 32,1 kilómetros. El catalán necesitó media pedalada más, quién sabe si un parpadeo. En ese tiempo, Izagirre era un festejo una vez recuperó el resuello. El podio lo cerró Carlos Rodríguez, que estableció un tiempo de 41:07. A un palmo de la orla de final de curso, se quedó Pello Bilbao, que defendía el título. El gernikarra, quinto, necesitó seis segundos más que Rodríguez para completar una crono ajustadísima, una carrera de velocistas en la agonía. En ese escenario, Omar Fraile logró la séptima plaza y Xabier Mikel Azparren, del Euskaltel-Euskadi, la décima. Cuatro vascos entre los 10 primeros.

Fue una contrarreloj con foto-finish. Menos de un segundo separon a Izagirre y De la Cruz. Ahí, sin embargo, cabe un mundo. El de la victoria para Izagirre. El de la derrota para De la Cruz en un duelo que tuvo el aspecto de un empate técnico. Pero las manecillas del reloj señalaron el fulgor del guipuzcoano, que aterrizó en Busot con el motor a punto después del Dauphiné. En la crono entre Firminy y la Roche-La-Molière logró la segunda plaza. Con esas credenciales barnizándole el ánimo, Izagirre fue capaz de voltear el crono.

En el paso intermedio, el guipuzcoano contaba con una desventaja de 4 segundos respecto a De la Cruz, que mandaba en el meridiano, la primera aduana. La distancia era escasa. Aún restaba terreno por delante y el de Ormaiztegi fue al límite, allí donde se conquistan los mejores triunfos, al borde del colapso. Territorio para la épica y el estallido de alegría cuando el paladar sabe a ácido láctico, el regusto del sufrimiento extremo. Izagirre limó esa desventaja y alcanzó la meta esprintando, lanzando la bicicleta, estirándose. La victoria estaba en media rueda, tal vez menos. De inmediato llegó el descorche. Euforia. Ese golpe de riñón vale un oro.