BILBAO. Mamés, ese factor que ha impulsado el crecimiento de su equipo hasta cotas cuyos límites aún se desconocen, asistió anoche a un brusco cambio de tendencia en el derbi. El Athletic ganó con una suficiencia que acaso no cabía preveer, al fin y al cabo se anunciaba un duelo equilibrado, con ambos contendientes habiendo dado una buena impresión en los albores de la temporada. Sin embargo, únicamente uno de ellos supo confirmar su estado de forma y se reivindicó como un oponente intratable para el bloque de Imanol Alguacil. El desenlace se coció en el primer acto, donde los rojiblancos se expresaron en modo apisonadora, impidiendo que la Real asomase siquiera levemente alguna de las virtudes que se le adjudican. Cobrada la renta correspondiente antes del descanso, adoptó el Athletic un perfil distinto, ya no fue una apisonadora sino un muro, una roca. Su sistema de contención funcionó como un reloj minimizando la iniciativa de la Real, dueña del balón sí, pero presa de la impotencia.

Se esperaba más del conjunto guipuzcoano, cuajado de futbolistas de buen toque, pero el Athletic condujo el choque por los derroteros que le interesan y la calidad de Oyarzabal, Januzaj y compañía no compareció. No hubo lugar para el lucimiento, el pase en corto, la elaboración paciente, bazas sin las que la Real carece de entidad. El Athletic le pasó por encima en intensidad y dinamismo, pero también mostró mayor ambición, decisión para volcarse en pos de la victoria. Significativo el dato de que hubo que aguardar al minuto 84 para contemplar la primera intervención a cargo de Unai Simón, que asimismo se lució en la acción que cerró la contienda, al desbaratar un chut de Odegaard. Previamente, nada de nada que reseñar en el área del Athletic, salvo un par de jugadas en que intervino, con tino, el VAR: un supuesto penalti de Córdoba sobre Zaldua que no lo fue ni por asomo y un remate a la red de Isak, anulado por posición incorrecta. Por lo demás, todo lo que de importante sucedió de principio a fin correspondió al Athletic, cuyas acciones suben como la espuma una vez disputadas las tres primeras jornadas del campeonato. Siete puntos le avalan y le ubican, pase lo que pase este fin de semana, en un lugar de privilegio en la tabla.

Impresionante puesta en escena de los hombres de Garitano, persuadidos de que el poderío que les distingue al amparo de su afición había que exponerlo desde un comienzo sin ningún tipo de reservas. Y acierto pleno por llevar a cabo dicho plan. Imprimiendo a sus evoluciones dos o tres velocidades más que el rival, tanto para efectuar el trabajo sin balón como para las transiciones en ataque, orientó el derbi a su favor con un margen en el marcador que fue fiel reflejo de lo que acontecía sobre el verde.

Los dos goles antes de la media hora premiaron una propuesta que el equipo cada vez desarrolla con más acierto, algo que no extraña porque no hay mejor consigna que comprobar su rentabilidad. Ya son 16 encuentros ligueros consecutivos en casa sin conocer la derrota. La Real no existió hasta el descanso. Incapaz de replicar a semejante índice de agresividad, estuvo sometida a la batidora en que se convierte el Athletic cuando se pone a la tarea, crece y persevera. Ni siquiera necesitó generar un alto número de oportunidades para establecer su ventaja. Los goles de Williams y Raúl García salieron de los dos primeros remates de la noche, aunque es cierto que el juego siempre discurrió más cerca de Moyá que de Simón, inédito ante la nula presencia ofensiva de una Real que bastante tenía con intentar atravesar la divisoria o, mejor dicho, para salir de su área, como para aspirar a crear situaciones de peligro.

La lesión de Illarramendi tampoco contribuyó a que se produjese una reacción, no obstante hay que apuntar que para entonces el marcador era ya muy elocuente, el que a la postre quedó grabado para siempre. La superioridad del anfitrión resultó demasiado patente, basada en una agresividad tremenda en las disputas, lo que permitió múltiples recuperaciones, a menudo fruto de los errores en la entrega de los realistas, acogotados, sin opción de conectar con sus piezas ofensivas.

Vorágine y pausa Mordía el Athletic y exprimía cada posesión, con Unai López poniendo una pausa muy agradecida en la vorágine donde se lucen Capa o Yuri, dos puñales, o Raúl García y Dani García, el hombre escoba, o una pareja de centrales siempre dispuesta para ganar por anticipación. Cuando en la reanudación el Athletic retrasó su posición unos metros, no excesivos, la inoperancia de la Real siguió vigente. Salvo por el susto que provocó el gol de Isak, nacido de una falta y un tropiezo de Simón, que había agarrado el envío, con Iñigo, a media hora de la conclusión, nunca se vio peligrar el éxito local.

Cierto es que bonita no fue la segunda parte, nada que ver con lo anterior, con el equipo volcado y eléctrico, pero es evidente que existe una gran confianza en el funcionamiento defensivo del bloque y la versión más pragmática resulta perfectamente asumible si antes se logra abrir una profunda brecha, en el marcador y, por añadidura, en el plano anímico. Ayer, el Athletic desesperó a la Real, le hizo aparecer como un conjunto menor incluso en la amplia fase en que le cedió el balón.