Casi cinco años ha tardado Ferrari en caer en la cuenta de que Sebastian Vettel es un piloto del montón. Han hecho falta cuatro Mundiales de derrotas ante Mercedes -que sí, vale, se le pueden achacar al coche, pero no siempre- y, sobre todo, que aparezca el joven Charles Leclerc y le dé a la Scuderia dos victorias seguidas, incluida la del pasado domingo en casa, en Monza, donde el alemán sufrió la humillación extra de verse doblado por el joven monegasco. No nos cansaremos de decirlo: que Vettel tenga cuatro títulos mundiales de Fórmula 1 le hace un triste favor a la historia de la competición. No sabemos cómo le va económicamente a la F1 y si es por eso que vendió su alma al lobby alemán -hay que remontarse a 2009 para encontrar el primer título sin piloto o coche germano-. Pero ahí sigue Vettel, de ridículo en ridículo con un coche puntero, mientras pilotos de verdad como Fernando Alonso se van hartos de conducir cafeteras.