el embarazo es un momento crucial en la vida de muchas mujeres. Los cuidados se extreman especialmente entre las primíparas, a veces, incluso en demasía y hasta a la más sedentaria, de repente, le entra la necesidad de moverse. Desde luego, bien sea por convencimiento o por presión social porque “es bueno para el embarazo”, la decisión no puede ser más acertada.

Aunque comienza a haber cierto consenso sobre la idoneidad de la práctica de ejercicio físico durante ese periodo tan especial, todavía quedan muchos interrogantes por aclarar. Dudas y certidumbres que han ido alternándose a lo largo de la historia llegando hasta nuestros días. Ya en los tratados aristotélicos se atribuían los partos complicados al sedentarismo de algunas mujeres. Posteriormente, se ha ido pasando por periodos más prohibicionistas o más permisivos pero todo ello sin ningún rigor científico, más bien basándose en prejuicios, en mitos y en el mejor de los casos, en la pura observación. En 1985 la asociación americana de obstetras y ginecólogos (ACOG en sus siglas en inglés) recomendaba realizar tareas físicas que no excedieran de los 15 minutos y que no sobrepasaran las 140 pulsaciones por minuto. Sin embargo estos parámetros que, todavía a día de hoy algunas personas siguen utilizando como referencia, no estaban basados en evidencias científicas.

Hoy en día, en función de la literatura científica existente, sabemos que la práctica de ejercicio físico es beneficiosa para el feto y para la madre y disminuye la probabilidad de sufrir complicaciones asociadas al embarazo. Además, el ejercicio físico no sólo nos va a aportar múltiples beneficios directo, sino que va a regular la ganancia de peso de la madre, factor de gran relevancia durante el embarazo ya que como dice la Revista española de Obesidad en un artículo sobre Embarazo y obesidad publicado en 2010, el periodo embrionario es una importante ventana epigenética de gran vulnerabilidad, susceptible a factores ambientales y sobre todo a la nutrición materna. Es decir, todo aquello que la madre hace durante su embarazo, especialmente, en cuanto a la elección de alimentos, cocción e ingesta de los mismos va a condicionar la salud del futuro ser.

El artículo alerta de que la nutrición de la madre puede influir en la programación fetal, siendo los cambios originados posibles desencadenantes de enfermedades metabólicas que se desarrollarán en la edad adulta, como eventos cardiovasculares, resistencia a la insulina, diabetes o incremento excesivo de peso durante las futuras etapas de la vida. Según un artículo científico de Waller y colaboradores, durante el primer trimestre si se tiene obesidad, hay mayor riesgo de anomalías congénitas cardíacas, digestivas, renales, etc, en el embrión/feto, así como mayor riesgo de aborto espontáneo. Es decir, sabemos que una mujer embarazada no debe fumar, no debe beber alcohol y cada vez contamos con más evidencias sobre la importancia de mantener un normopeso y hacer ejercicio físico, elementos que se retroalimentan y potencian mutuamente. Lo interesante y necesario es conocer qué ejercicios son más interesantes y beneficiosos pero en todo caso, como ya comenté en la columna anterior lo fundamental es que seamos mujeres activas, también durante el embarazo.

Pero activas, no estresadas y desde esta premisa quiero hacer una reflexión. Estoy un poco harta de la afirmación “el embarazo no es una enfermedad”, mantenida por muchas personas e incluso profesionales de la salud. Cierto es. De hecho es uno de los estados más naturales para las mujeres que deciden ser madres. Sin embargo no es menos cierto, que si algo no es natural es nuestro ritmo de vida, nuestros horarios de trabajo, las enormes cargas que todavía soportan las mujeres en casa y que de media son el triple que las que soportan los hombres y ni que decir tiene si además ya se tienen otros hijos/as.

Es decir, es cierto que el embarazo no es una enfermedad, pero mientras las mujeres tengan que soportar todas las cargas que soportan en nuestra sociedad mejor nos iría a todos si existieran unos buenos planes de conciliación no solo cuando nace el bebé sino también durante su gestación. Reducciones de jornadas o bajas desde el quinto mes deberían ser, para quien lo quisiera, un derecho reconocido. Y no a partir de la semana 37, momento en que, de hecho, la mujer ya está a término. Este derecho redundaría indudablemente, en una mejoría de la salud de la madre, como hemos visto, también del feto y en definitiva de toda la sociedad.