s oy perfectamente consciente de que me dispongo a escribir sobre un tema resbaladizo y opinable, precisamente por eso pido de antemano que consideren estas líneas como una opinión, ni más ni menos.

El tema lo ha puesto de actualidad en estos últimos días un partido de Primera División y la escena viene a ser así: durante el descanso, el árbitro y un jugador tienen sus más y sus menos manteniendo una larga conversación, parece que han limado diferencias y salen al terreno a continuar el juego; en uno de sus lances, el árbitro le da al jugador un ligero cachete amistoso como un gesto de complicidad, el jugador no acepta la caricia y se enfada con el árbitro recriminándole de manera airada esa confianza muy insistentemente; el asunto llega a la amonestación del jugador y amenaza con acabar como el famoso Rosario de la Aurora, por cierto ¿cómo acabaría este dichoso rosario? Me temo que nadie lo sabe.

Podemos considerar esta incidencia como una anécdota más del fútbol pero creo que puede tomarse como punto de partida para plantearnos algo largamente discutido: cómo debe ser la relación entre el árbitro y el jugador dentro del terreno. O, afinando aún más, cómo le conviene al fútbol que sea.

Lo primero que hay que dejar sentado es que los dos son deportistas en el campo pero les toca desempeñar diferentes papeles: uno juega y el otro está obligado a juzgarle y tomar decisiones que le afectan. A partir de esto, queda claro, en mi opinión, que no pueden ser colegas. La actitud del árbitro hacia el jugador debe ser, por expresarlo de algún modo, de una amabilidad distante que coloque a cada uno en su lugar.

Cabe por supuesto entre ellos el diálogo y los comentarios, pero no las bromas, y desde luego debe evitarse tajantemente el contacto físico en los dos sentidos. Ni el jugador puede sujetar al árbitro para atraer su atención, ni el árbitro puede prodigarse en carantoñas, tampoco caben ya aquellas actitudes estiradas que adoptábamos los árbitros antiguos.

Las conversaciones entre ambos tendrán necesariamente unos límites. El árbitro debe entender el nerviosismo de los jugadores y ser hasta cierto punto tolerante; por el contrario está obligado a dirigirse al jugador de modo firme pero respetuoso porque cuenta con la herramienta de las tarjetas para reconducir la situación. En otros tiempos, con otras reglas sociales, la norma era dirigirse al jugador siempre de usted. Puede que esto sea ya difícil en la sociedad actual pero ese es el concepto: diálogo, sí, pero cada uno en el papel que este juego le asigna.

El autor es vocal de Formación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol