La escena es real y reciente en un partido de nuestro fútbol regional: el juego va discurriendo de manera más o menos tranquila, el equipo visitante gana por dos goles y los escasos treinta o cuarenta espectadores se dedican o comentar las jugadas sin mayor interés, en los últimos minutos el equipo local consigue empatar el partido, la temperatura aumenta y en una jugada aislada resulta amonestado uno de los jugadores, el comentario de algunos espectadores me pone sobre aviso: “Uy, a ese seguro que lo expulsan”. Dicho y hecho el jugador entra en estado de nervios y no tarda en obligar a que el árbitro le enseñe otra tarjeta, su reacción inmediata es darle un puñetazo a un jugador contrario y como la situación se desarrolla cerca de los banquillos enseguida se monta un refriega en la que no falta nadie: jugadores, entrenadores, auxiliares y hasta público, nadie quiere perderse un papel en este sainete y se observan actuaciones dignas de mejor escenario. Como siempre llega el comentario obligado: “Toda la culpa la tiene el árbitro”. No acierto a entender cómo después de tantos años aún no he conseguido agotar mi capacidad para el asombro y todavía estas situaciones me hacen poner los ojos como platos, toda una vida oyendo lo mismo, señor qué paciencia. Claro que hay veces que los árbitros no acertamos a medir los partidos y es posible que nuestra actuación no contribuya a apaciguar los ánimos, pero por regla general cuando se produce un conflicto los responsables son los que lo provocan y no el árbitro que, en estas categorías, bastante tiene con mantener el tipo con la mayor dignidad posible. Se narra en la Biblia que los antiguos judíos cargaban a un pobre chivo con todas sus culpas y lo enviaban al desierto para quedarse ellos, tan campantes, libres de todo pecado. Algo parecido pasa a menudo en nuestro juego cargando al árbitro de las responsabilidades que le corresponden y de las que pertenecen a otros, para qué entrar en más complejidades, a lo fácil. Ya me imagino a un joven árbitro camino de las Bardenas cargado con fichajes fallidos, tácticas erróneas y goles fallados, es lo más parecido a un desierto en nuestra geografía foral. Finaliza la temporada y llega el tiempo de evaluar lo que unos y otros hemos hecho por este deporte, pronto volverá a rodar el balón. Feliz y reparador verano.

El autor es vocal de Formación y Relaciones Sociales del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol.