decía (y cantaba) Peret que su amigo Blanco Herrera cobró el salario y se lo gastó todo en una semana de juerga sin volver por casa. Y decía que encontraron un muerto muy parecido al personaje en cuestión, así que lo dieron por muerto, lo enterraron, le hicieron una novena y hasta le perdonaron las deudas. Pero, como dice la canción, no estaba muerto, que estaba de parranda.

Rafa Nadal ha ganado su enésimo torneo, su décimo segundo Roland Garros; y esto no es fácil de explicar. Reconozco que, después de ganar varias apuestas a que Nadal no estaba acabado, esta vez (hace unos meses), aposté por su retirada, con el claro concepto de que un deportista no puede estar sufriendo continuamente dolores cuando le vemos (competición) y cuando no sabemos nada de él (entrenamientos). Pero se ve que esto es sólo aplicable a deportistas normales.

Si algo tienen Nadal y su equipo es una visión muy clara del trabajo que tienen que realizar cuando no se compite, especialmente en pretemporada. La novedad de este curso, sin lugar a dudas, es la progresión en su saque. El movimiento inicial de su brazo, sensiblemente más bajo, y el control de la flexión de las rodillas, han hecho que su saque ya no sea la eterna asignatura pendiente, ese lunar tan repetido y que tanta guerra da a quien lo sufre (algo parecido le pasaba a Juan Carlos Ferrero). Nadal ya no es un sacador mediocre.

Además, en este Roland Garros se ha visto también la mejora de su revés, que especialmente en su versión cruzada es un misil, capaz de ganar puntos directos cuando mete los pies en zona de ataque (cada vez más, por cierto). Y es que en el tenis moderno, en el tenis de pegar palos, en el tenis con alto componente físico, o atacas o te atacan. No hay término medio. Actualmente Rafa pega a todo lo que vuela y, en la medida de lo posible, pega en ataque y también en situaciones en que aparentemente sólo se podría defender.

Parecía que Rafa Nadal estaba deportivamente muerto, agotado, dolorido y con ganas de abandonar el barco. Lástima que Peret se fue de este mundo hace cinco años, porque si no se le podría haber ocurrido alguna copla como la de su amigo Blanco Herrera, el hombre que todos creían muerto y que tan solo estaba de parranda.

Pues eso, que Rafa Nadal no estaba muerto. Ni de parranda, claro.

Entrenador nacional de tenis