Vitoria - El ciclo de conferencias organizado por el colegio de médicos de Álava (Icoma) en el marco de su 120 aniversario espera hoy en el Palacio Europa (20.00 horas) a Edurne Pasaban. Bajo el título Expedición al éxito: alcanzando objetivos y superando dificultades, la alpinista tolosarra ahondará en el proceso de vivir, luchar y superar un trastorno depresivo como el que sufrió durante el año 2006, cuando sólo había coronado ocho de los 14 ochomiles, y que le llevó a caer “en el agujero más oscuro”. Tras dos ingresos hospitalarios y un intento de suicidio, Pasaban se volcó de nuevo en su pasión y en sus amigos para salir a flote. La alpinista dedica ahora su tiempo a criar a su pequeño de dos años, a dar conferencias sobre liderazgo y trabajo en equipo y a salir a la montaña “a otro ritmo totalmente diferente”. La cita tendrá entrada libre hasta completar el aforo.

La depresión llamó a su puerta en medio de una carrera cada vez más exitosa como alpinista. ¿Qué es lo que le empujó a ese agujero?

-Es cierto que me vino en medio de una carrera que iba creciendo y se encaminaba hacia el éxito, pero de repente empecé a preguntarme muchísimas cosas, porque estaba haciendo ochomiles pero no me dedicaba profesionalmente a la escalada. Tenía 31 años y me preguntaba si estaba haciendo bien lo que hacía, si ya era hora de tener hijos... Empecé a cuestionarme muchas cosas y eso me llevó un poco a meterme en un agujero negro y a entrar en una depresión en el año 2006.

Parece claro que nadie está libre de caer en una depresión, por muy fuerte que uno sea.

-Sí, todo el mundo te ve como una persona que es capaz de subir montañas de 8.000 metros, estar en lo más extremo, vivir las cosas más duras e incluso perder amigos y no se explica cómo puedes llegar a caer en una cosa como ésta. Pero nadie está libre de una depresión o de una enfermedad mental, aunque suba ochomiles o haga lo que haga. Es una enfermedad que está en el día a día y que a cualquiera le puede pasar, incluso a un deportista. Y no soy la única.

Ingresó en dos ocasiones y, entre medias, trató de suicidarse. ¿Qué le anima ahora a contar su historia?

-Hablo sobre este tema porque las estadísticas de la juventud que está sufriendo depresión e intenta suicidarse son muy elevadas. En Euskadi, cada dos días muere una persona por suicidio, y eso es muchísima gente. Es importante hablar de todo esto. Una persona que tiene una enfermedad mental o, como en mi caso, una depresión, tiene tanto, tanto dolor que llega un momento en que no sabe cómo salir de ahí. La única manera en la que ves salida es quitarte la vida. Pero seguiré diciendo siempre que esas personas que intentan suicidarse o que se han suicidado y no han tenido la misma suerte que puedo tener yo realmente no querían morir. Sólo querían quitarse ese dolor, esa angustia y ese malestar.

¿No saber identificar lo que a uno le pasa o a quién recurrir es un problema añadido?

-La enfermedad mental y la depresión son un tabú híper grande y eso hace que sean muy desconocidas. Por eso, cuando empiezas a sufrir esto, no eres consciente de lo que te pasa o no le das la importancia que tiene. Ni los que están a tu lado saben cómo actuar ni le ponen nombre a que estás enfermo. Cuando una persona tiene una depresión parece que está muy triste, pero no sabemos bien dónde está el límite de pasar de la tristeza a la depresión y la enfermedad. Y esto es por el desconocimiento que hay.

Por suerte, últimamente ha comenzado a hablarse más del tema.

-Sí, es importante romper con ese estigma. Tenemos que hablar con naturalidad de la enfermedad mental y del suicidio, como lo hacemos con otras enfermedades. Y seguramente, hablando, podremos tomar más medidas y ayudar más a la gente.

En su caso, ¿a qué se agarró para tirar hacia delante?

-Bueno... Yo al principio culpaba a la montaña de la situación en la que estaba. No le encontraba sentido a mi vida también por la sociedad o mi entorno, porque hay un momento en el que te empiezan a decir que hagas algo de provecho o con fundamento en tu vida. Tampoco era un deporte profesional ni que te permitiera vivir, sino más bien un hobby. Pero luego fue la misma montaña la que me sacó de ahí. Mis compañeros y mis amigos... Yo siempre digo que he tenido a los mejores amigos que podía tener en la montaña, y ellos mismos fueron los que me ayudaron a ver que esto es lo que me gustaba y los que me animaron a seguir haciéndolo. Todo esto se lo debo a la gente que ha estado a mi lado, a la que me animó a seguir.

¿Qué mensaje le mandaría a alguien que esté pasando ahora mismo por lo que usted pasó?

-Les diría que es una enfermedad muy dolorosa, que hay que ser valiente para salir de ahí dentro, pero que se sale. Que hay una luz. Que no tengan vergüenza de decir que tienen una depresión y que están enfermos y que pidan ayuda. Que por esto no hay que avergonzarse en esta vida. Siempre hay un camino por el que se puede salir.

¿Es difícil afrontar estos recuerdos?

-A veces pienso que no sé si me ayuda o no. Porque ayer -por anteayer- tuve una charla en Donosti sobre lo mismo y hoy estoy pasando un día difícil, duro. Y me empiezo a plantear si es porque se me remueven cosas. Pero en esa charla, también vino una señora a darme las gracias porque después de ver mi testimonio en el programa de Risto Mejide se dio cuenta de que estaba enferma y al día siguiente fue a pedir ayuda. Cuando oyes esto... Ya vale la pena todo lo demás, porque pienso que puedo ayudar. Cuando estás ahí dentro, piensas que tú solo sufres esto, que todo el mundo a tu alrededor tiene una vida perfecta y feliz. Y no es así. Hay mucha gente sufriendo, el problema es que no lo dice.

¿Cómo se encuentra ahora y cómo es un día normal en la vida de Edurne Pasaban?

-Me encuentro bien. Mi vida ha cambiado totalmente respecto a lo que era antes, con las expediciones y demás. Hace dos años tuve un niño y ahora me toca hacer de amatxo. Aparte, me dedico a dar conferencias en empresas sobre liderazgo y trabajo en equipo. Ahora mismo -por ayer- estoy en Murcia, donde voy a dar una charla en la universidad. Voy al monte, a otro ritmo totalmente diferente, sin grandes objetivos. Pero sigo disfrutando de lo que me gusta y de mis amigos. ¿Grandes objetivos? Todo el mundo me pregunta y ya me encantaría, pero ahora no es el momento, sobre todo porque el niño de dos años tira fuerte.