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A mis compañeros del encierro en la mina de Potasas

Hace 40 años, un grupo de mineros -47- tomó la decisión de encerrarse en la mina de Potasas hasta conseguir una solución a sus demandas sindicales. Llevaban casi 50 días de huelga reivindicando su convenio y la empresa impuso una sanción de cierre por dos meses más. La situación era un tanto desesperada.

Después de pasar encerrados 15 dramáticos días se vieron forzados a salir. Estaban extenuados, agotados y no habían conseguido respuesta ninguna. Terminaba así uno de los encierros mineros, aislados y sin ayuda del exterior, más numerosos y de mayor duración de la historia de la minería. Y lo peor quedaba por llegar: todos fueron despedidos y algunos con hijos pequeños desalojados de su vivienda. Todos y cada uno de los encerrados pasaron por “comisaría” para ser interrogados y convenientemente fichados, algunos otros por la cárcel, hubo torturas y hasta algún enjuiciado por sedición. Y quedaba rehacer su vida... Unos terminaron en las campas de Urbasa contratados como extras en una película con Sean Connery, otros en la selva del Irati como leñadores, algunos más siguieron peleando en la construcción. Los más jóvenes, que evitaban ir a la mili por trabajar en la mina, terminaron en “batallones de castigo”. Años después alguno comentaría: nos ganaron por goleada, pero mereció la pena.

Hacer valoraciones colectivas sobre vivencias individuales tan duras puede suponer una falta de respeto. Cada uno sabe lo que tuvo que sufrir para superar aquello y la valoración siempre será personal e íntima. Pero hay que decir que todos los que siguen vivos muestran un punto de orgullo en su mirada al recordar aquello. Para los que ya no están, gratitud, porque contribuyeron a los avances posteriores que no pudieron disfrutar, y siempre nos quedará el recuerdo entrañable que nos trae la memoria de aquellos terribles pero esperanzados días que compartimos en la oscuridad de la mina.

Quienes tuvieron un papel destacado no olvidan el apoyo de miles de personas que fueron a la boca del pozo y de los miles de trabajadores que estuvieron en huelga y fueron despedidos de sus fábricas, porque sin esta solidaridad el encierro no hubiera tenido la repercusión que tuvo. No hubiera pasado de una nota a pie de página y el “castigo” podía haber sido más terrible.

Recuerdo imborrable del joven Víctor Manuel Pérez Elexpe, que murió en Bilbao tiroteado por la policía cuando repartía propaganda sobre el conflicto en Navarra.

Estas notas no tienen el ánimo de sacar lecciones del pasado, sino de recordar un poco de historia. Las lecciones, aunque necesarias, las dejamos para otros foros, teniendo en cuenta además que, como dice E.P. Thompson: “La conciencia de clase surge del mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge de la misma forma”.

Estos años, especialmente en Navarra, fueron los de la industrialización. Años convulsos, de tránsito de una situación agraria a una industrial que intentaba disciplinar al trabajador por métodos punitivos, sanciones y castigos en medio de una dictadura sangrienta que no permitía ningún tipo de libertad elemental. Que perseguía con saña cualquier acto de libertad de expresión, manifestación o huelga.

La historia la suelen escribir los ganadores y habitualmente asociada a personajes destacados. Pero vamos aprendiendo que la historia la hacen las gentes del pueblo, en su mayoría anónimas, pero sin cuya contribución no hubiese sido posible. Unos arriesgaron más, a otros el miedo o sus difíciles condiciones los paralizaban; no podemos juzgarlos desde nuestra situación actual, solo ellos saben lo que pasaron.

Volvamos a Thompson: “Solo se recuerda a los victoriosos (?). Las vías muertas, las causas perdidas y los propios perdedores se olvidan. (?) Debemos rescatarlos de la enorme prepotencia de la posteridad. Es posible que sus ideales comunitarios fuesen fantasías. Es posible que sus conspiraciones insurreccionales fuesen temerarias. (?) Sus aspiraciones eran válidas en términos de su propia experiencia. (?) Nuestro único criterio no debería ser si las acciones de un hombre están o no justificadas a la luz de la evolución posterior. Al fin y al cabo, nosotros mismos no estamos al final de la evolución social. (?) Podemos descubrir males sociales que todavía tenemos que sanar”.

Hoy las jóvenes generaciones se enfrentan a nuevos problemas y a lo que será su propia experiencia. Les animamos a que lo acometan con inteligencia y pasión moral.

En cualquier caso, no viene mal tener presentes las palabras que en su día escribió el aquí tan citado autor en relación a otra época más dramática, pero con resonancias para el tiempo que con esta nota intentamos evocar: “No debemos considerar a los obreros como las miríadas de la eternidad perdidas. Ellos también nutrieron, durante años, y con un valor incomparable, el Árbol de la Libertad. Podemos darles las gracias por esos años de cultura heroica”.

El autor es uno de los encerrados