Una voz reputada en tendencias como la de Kevin Kelly afirma que las tecnologías que mayor influencia tendrán en nuestra vida de aquí a 30 años aún no han sido inventadas. Da que pensar, aunque si echamos un vistazo a un pasado cercano tampoco nos debería de extrañar demasiado.

Hoy no concebiríamos nuestra vida sin teléfonos móviles y hace 15 años no sabíamos ni lo que eran. Nos ponemos de mala uva si se reduce la velocidad de internet en casa y no podemos ver con fluidez esa serie que tanto nos gusta en Netflix, cuando antes de ayer no existía eso de “la red” y lo que veíamos por la tele lo decidían otras personas por nosotros/as. La primera generación digital hizo que las oficinas, inundadas de archivos físicos y mesas llenas de papel, introdujeran ordenadores donde se reproducían los escritorios, carpetas y archivos, pero con la diferencia de que estaban dentro de pantallas.

La segunda generación digital nos ha traído el principio organizativo de internet, donde se pasa de las carpetas a las páginas, y éstas a su vez están ligadas a otros millones de páginas conectadas a través de hipervínculos (esas palabras subrayadas en las que clicas y a su vez te llevan a otras páginas).

De la organización por carpetas, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a buscadores. De contenidos estáticos alojados en sitios concretos hemos pasado a una red que representa más un chorro de contenido incesante que una biblioteca, un líquido continuo sin ningún filtro que intercala contenidos prescindibles con calidad, y que en función de intereses y pautas que aportamos, se reorienta a través de unas pocas indicaciones en nuestras cuentas de Facebook, Instagram, Twitter, Youtube, o en los lectores de feeds que configuramos para recibir las constantes actualizaciones que esperamos de las webs y blogs de personas u organismos que nos interesan. En nuestra era, lo que no genera “chorro” languidece. Aplicaciones como WhatsApp, Snapchat o WeChat funcionan en el ahora, sin dar importancia al pasado. Si estás en el momento estás, lo demás te lo pierdes.

Inmersos en lo que se define como la economía de la atención, el valor de la información y los contenidos ha llegado a cero, mientras que lo que importa es el chorro constante. Esto ha derivado en una carrera continua para generar contenidos, independientemente de la calidad de estos. Ya no hay tiempo para leerse 300 páginas de un libro. Lo que hay que decir, en unos párrafos, con imágenes y/o audiovisuales cortos, a poder ser que toquen alguna fibra sensible, y rápido. Hay que causar impacto de forma continuada. Como sea. Lo que lleva el gato al agua es ser capaz de ganar la cuota de atención correspondiente, en algunos casos prostituyendo vidas privadas, destapando lo peor de las personas o defenestrándolas, en otros a través de contenidos de calidad que aportan valor. No creo que el punto esté en culpar a las tecnologías, sino poner el punto en el uso que se hace de ellas.

El acceso a la información en tiempo real ha derivado en el síndrome del “siempre conectado” desdibujando el tiempo de trabajo del de ocio, afectando a las relaciones laborales, sociales y familiares. Y ojo, que los augurios dicen que esto seguirá cambiando. Y completamente.

Según dicen, en breve no necesitaremos notarios, registros ni bancos que nos aseguren las operaciones de compra, venta, cesión o alquiler porque la tecnología blockchain permitirá hacerlo con total seguridad. Con el desarrollo de la realidad virtual y aumentada podremos estar viendo un partido/concierto, estudiar en un aula con compañeros y profesores de distintas partes del mundo, tener una consulta con un médico, ir de compras a un centro comercial, simular productos mecatrónicos o servicios solo poniéndonos unas gafas. El machine learning permitirá automatizar todo tipo de tareas, actividades y trabajos predecibles con cierta estabilidad y capaces de generar multitud de datos para su análisis.

El Cloud Computing ya está permitiendo que toda la información que generamos las personas y las máquinas se almacene en servidores físicos y virtuales distribuidos y replicados por todo el mundo, permitiendo al acceso a los mismos con una mera conexión a internet, desde cualquier lugar y dispositivo. Todo estará en la nube y de ahí vendrán a nuestros móviles, tablets y pantallas de ordenador. Según se estima, las ventajas que obtendremos de dotar de “inteligencia” a elementos inertes tendrán mayor impacto en nuestras vidas que la transformación derivada de la industrialización, en la medida que conviviremos e interactuaremos con máquinas que realizarán multitud de acciones mucho mejor que cualquiera de nosotros/as.

Parece evidente que la tecnología está actuando de visagra/catalizadora de muchos cambios en nuestras vidas. Van a cambiar los trabajos, tendrán que cambiar las empresas y lo que estas hacen para generar empleo y rentabilidad, lo demás simplemente desaparecerán. Viendo la velocidad a la que va esto, quizás no nos debería preocupar si nos sentimos “un poco peces” o si no sabemos mucho de todos estos cambios y tecnologías. Con el nivel de obsolescencia y vida media de muchas de ellas (la vida de una aplicación de móvil son tres meses para poner un ejemplo), es difícil que salvo quienes las desarrollan, alguien controle algo con cierta profundidad. Lo que entiendo que deberá ser clave es nuestra actitud, y de concebir nuestro camino como un estado permanente de “aprendiendo”, independientemente de que tengamos 15, 55 o 95 años.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia