bilbao - “No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, solo sé que la cuarta será con piedras y lanzas”. Albert Einstein se refería así al poder destructor de las armas nucleares, pero con lo que no contaba es que la Tercera Guerra Mundial puede que se dispute sin gastar una sola bala y sin hacer explotar una sola bomba. Eso es lo que estos días escenifican China y Estados Unidos, las dos mayores potencias económicas del planeta. Pekín y Washington han intensificado el pulso arancelario que iniciaron en marzo de 2018 y han saltado a un nuevo escenario, el de las divisas, que ha hecho tambalearse las Bolsas de todo el planeta.

A las instituciones del gigante asiático no les ha temblado el pulso a la hora de soltar un gancho directo al hígado de Donald Trump al suspender la compra de productos agrícolas estadounidenses. Es su respuesta al anuncio de la Casa Blanca de la imposición de nuevos aranceles del 10% a productos chinos por valor de 300.000 millones de dólares a partir de septiembre.

Las contramedidas de Pekín van más allá, ya que el Ministerio de Comercio de China no ha descartado que se apliquen gravámenes a la importación de los bienes adquiridos de Estados Unidos después del 3 de agosto.

Estos ataques duelen especialmente a Trump, que siempre ha mostrado un especial compromiso con la veta más rural y agrícola de su país y que se vería directamente afectada por las trabas comerciales impuestas desde China.

Pero el revolcón chino ha ido más allá todavía, ya que el Banco Popular de China (BPC) dejó caer anteayer el valor del yuan a mínimos que no se conocían desde 2008, haciendo, por un lado, que las Bolsas de todo el planeta se desplomaran y, después, abaratando sus productos en el mercado. Un yuan más débil significa que los productos chinos denominados en dólares son más baratos, algo que ayudaría a frenar el efecto negativo de los nuevos aranceles estadounidenses sobre su competitividad.

Desde Washington se actuó en consecuencia con rapidez y el Departamento del Tesoro estadounidense designó a China como país “manipulador de divisas” y amenazó con nuevas represalias para acabar con sus “injustas” ventajas competitivas. “La economía china se está desmoronando. Ya no es la potencia que era hace 20 años”, afirmó ayer Larry Kudlow, asesor económico principal de Donald Trump. “Su PIB, el cual está probablemente inflado en varios puntos, está reduciéndose cada vez más”, agregó. Lo cierto es que el último indicador económico de China reflejó un crecimiento del 6,2% en el segundo trimestre del año, el dato más débil de evolución del PIB en casi 30 años, mientras que EE.UU. registró una tasa de crecimiento a un ritmo anual del 2,1% en el segundo trimestre del año.

Según Kudlow, “China está siendo dañada significativamente, mucho más que Estados Unidos”, por la guerra comercial. El asesor económico, eso sí, emplazó una posible solución al enquistamiento económico con China a una reunión a dos bandas en septiembre: “El presidente y nuestro equipo está planeando una visita china en septiembre. Estamos dispuestos a negociar. Movimientos hacia un buen pacto serían muy positivos y podrían cambiar la situación arancelaria. Pero claro, de nuevo, puede que no sea así”. Así pues, el fuego sin balas puede que siga, o puede que no. Kudlow, una vez más, regó una incertidumbre que no viene nada bien ni a las Bolsas ni a las previsiones del crecimiento económico mundial.

Mientras en Washington patalean, desde China las autoridades esquivan acusaciones entre risas. “Nunca se utilizará la tasa de cambio como instrumento para lidiar con disputas comerciales”, prometía el gobernador del BPC, Yi Gang. De todos modos, para diluir sospechas, el banco central chino estabilizó ayer el precio del yuan, en torno a los 7,02 yuanes por dólar, y anunció que emitirá letras en Hong Kong por 30.000 millones de yuanes, lo que expertos en estrategia macroeconómica han interpretado como señales de que al BPC le gustaría mitigar la depreciación del yuan. Es decir, un alto el fuego.