abitualmente, los economistas utilizamos el término indexación (o indiciación) para referirnos a los ajustes que de manera periódica se hacen a los salarios, incrementando su valor de manera proporcional a la tasa de inflación observada. Estos aumentos proporcionales a la inflación también suelen aplicarse a rentas del alquiler, licencias de uso, servicios contratados o al precio de determinados activos que se dicen indexados.

El objetivo de la indexación es proteger a la parte contratada frente a la erosión del poder adquisitivo que provoca la inflación. Ante una subida de precios, el valor de un salario en términos reales (es decir, medido como la cantidad de bienes que se pueden adquirir con el salario nominal) disminuye. Y los precios vienen subiendo últimamente... la indexación parece cada vez más necesaria.

De acuerdo a los últimos datos disponibles (octubre de 2021), la tasa de inflación anual en España se situó en el 5,4% y en Navarra fue incluso ligeramente superior (5,6%), culminando una importante subida a lo largo del año 2021 desde el 0% reportado en febrero. Las presiones inflacionistas se deben al encarecimiento de la energía (petróleo, gas, electricidad), a los problemas en el suministro de materias primas tras la recuperación de la demanda una vez superada la fase aguda de la pandemia y, seguramente también, a la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo con facilidades de financiación y bajos tipos de interés.

La persistencia de las altas tasas de inflación va calando en las expectativas sobre los precios futuros. Los productores asumen que los costes de producción crecientes (energía, materias primas) no son un fenómeno transitorio y trasladan estas subidas a los precios de venta para proteger su beneficio. Los trabajadores defienden, como es natural, el mantenimiento del poder adquisitivo de sus sueldos y reclaman renegociar los contratos laborales con un aumento de los salarios equivalente a la inflación esperada (en muchas ocasiones la indexación de salarios ya está recogida como un derecho del trabajador contratado en el convenio firmado por los trabajadores y la empresa). Este aumento de los salarios puede acabar en un círculo vicioso: un salario más alto repercute en los costes laborales de la producción de las empresas que, nuevamente, acabarán trasladándolo a nuevas subidas de precios. A este proceso circular de retroalimentación de subidas de precios y salarios se le suele llamar espiral inflacionista.

Los bancos centrales tienen como objetivo prioritario conseguir una tasa de inflación baja y estable para la economía, y suelen reaccionar ante tasas de inflación crecientes con el anuncio de medidas de política monetaria contractivas, caracterizadas por una reducción de la masa monetaria en circulación y un aumento de los tipos de interés. El Banco Central Europeo (BCE) de momento ha informado que va a mantener la política monetaria expansiva, sin aumentos en los tipos de interés en el horizonte de 2022, a pesar del incremento observado en las tasas de inflación de la zona euro. Las reticencias a subir tipos se deben al ingente volumen de deuda pública soberana que se ha generado como consecuencia de la pandemia. (Por cierto, una buena parte de estos bonos soberanos ya han sido comprados en el mercado por el BCE para atemperar las primas de riesgo). Un aumento de los costes financieros de esta deuda pública pondría en riesgo de quiebra a muchos de los países "periféricos" de la zona euro. Así las cosas, no sé cuánto tiempo aguantará el BCE sin subir tipos a pesar de que la inflación siga al alza con la indexación de salarios. Si no hay movimientos, el tipo de interés real (nuevamente, en términos de capacidad de compra de bienes) puede llegar a ser muy negativo en 2022; recordemos que los tipos de interés reales son los tipos de interés nominales menos la tasa de inflación. Con rendimientos reales muy negativos se genera un fuerte desincentivo al ahorro y se crean condiciones para la aparición de burbujas especulativas en los precios activos comprados con financiación externa. Además, el negocio bancario ve muy limitados sus márgenes para obtener beneficios y pueden surgir dudas sobre la solvencia de algunos bancos con sus balances ya debilitados. Por si fuera poco, la Reserva Federal de EEUU sí ha dado señales sobre el inicio de la subida de tipos de interés en 2022. Si el BCE no actúa, la mayor rentabilidad de los activos denominados en dólares traerá consigo una apreciación del dólar frente al euro que podría encarecer, todavía más, las importaciones de productos energéticos comprados en mercados internacionales. Complicado panorama.El autor es Profesor de Economía en la Universidad Pública de Navarra