n uno de esos desayunos informativos tan propios de la Corte para el intercambio de tarjetas de visita, el control de asistentes y los titulares de tertulias matinales, Teodoro García Egea proclamó con solemnidad desde la tribuna, y pocas horas antes de ser padre, que el constitucionalismo empezaría a ganar la batalla en el País Vasco con el “seguro éxito electoral de la suma entre PP y Ciudadanos”. El secretario general de los populares, mano derecha de Pablo Casado y autor intelectual de los principales errores estratégicos del partido, creía -y lo sigue creyendo- que ha llegado el momento de plantar cara en las urnas a la venta que Pedro Sánchez ha hecho de la unidad de España a formaciones nacionalistas por el plato de lentejas de ser presidente. Este propósito patriótico, que no el método, es compartido por infinidad de periodistas, tertulianos influyentes y empresarios con mucho tiempo libre en los lobbys de hoteles de cinco estrellas que siguen interpretando la política española desde el ombligo de la plaza de Cibeles. Un auténtico clan, temeroso de que la auténtica realidad descabalgue sus teorías, sin claves autonómicas que interpretar, y siempre receloso del avance de las tropas independentistas.

En Madrid hay una preocupación galopante por la deriva de la cuestión territorial desde el aldabonazo catalán. Luego, tras los episodios del procès, la investidura de Sánchez ha acabado por soliviantar a la tropa unionista dentro y fuera del Congreso. En las calles de la capital del Estado no es difícil tropezar de día y de noche con algún nostálgico franquista molesto por escuchar el eco de algún acento vasco o catalán. El caldo de cultivo social que arropa a Vox y, en menor medida, al PP propicia frecuentes escenas frentistas sin distinción de clase y lugar que hasta hace dos años parecían reservadas a taxistas seguidores de Jiménez Losantos. Ahora, diputados de EH Bildu y de ERC con reconocida proyección mediática podrían enumerar las miradas insidiosas y los improperios recibidos en algunos de sus paseos.

Se ha acuñado con especial virulencia la idea de que vascos y catalanes solo quieren romper España y, por tanto, tal afrenta exige una respuesta contundente. “Es un tema que se lleva tan a flor de piel que es imposible serenar el debate”, admite un senador de larga trayectoria que ahora estrena Cámara. Sin embargo, resultados electorales como los del 12-J constatan una evidente plurinacionalidad que, con toda seguridad, elevará su voltaje tras las próximas autonómicas en Catalunya. Un escenario propicio para que aflore una cuestión siempre espinosa entre los poderes del Estado, ahora vivamente preocupados por encontrar una salida airosa a las corruptelas del rey emérito.

Sobre ese Madrid temeroso del valor patrio ultrajado se cierne la tormenta perfecta que empodera la cuestión plurinacional. El Parlamento Vasco fotografía una aplastante mayoría abertzale con sus 53 de 75 escaños; uno de cada tres votantes del PP de Feijóo se declaran abiertamente galleguistas antes que otra cosa; el BNG barre las mareas enconadas y emerge como la única alternativa a la derecha invencible; el independentismo catalán seguirá arrasando al constitucionalismo; y Sánchez no podrá caminar solo sin un guiño expresivo a las reivindicaciones identitarias.

Pero el PSOE teme al debate sobre la plurinacionalidad en España porque le rompería varias costuras internas. “Tarde o temprano lo tendremos que hacer, pero no podemos dar la idea de que lo hacemos porque nos rebajamos a las presiones de los independentistas”, admite con absoluta sinceridad un diputado entrado en canas y más próximo a sentarse con el PNV y ERC que con el PP. Tampoco en La Moncloa hay urgencia por propiciar esta discusión territorial. Su único objetivo inmediato radica en articular los apoyos suficientes para garantizarse los Presupuestos y, de premio, el resto prácticamente del mandato. Los asesores del presidente consideran clave el devenir de las próximas elecciones catalanas. “Va a ser un otoño duro por las repercusiones económicas de la crisis del coronavirus y no nos vamos a distraer de lo importante”, admiten voces socialistas bastante reticentes a arremangarse para atender las reivindicaciones de cuño nacionalista.

Paradójicamente, solo el tupido entramado de la derecha acogerían alborozados este supuesto debate sobre la plurinacionalidad porque lo entenderían como una fórmula ideal de torpedear al Gobierno de coalición y reafirmarse en el argumentario que mantienen desde la moción de censura a Rajoy. El PP no quiere soltar la bandera de la españolidad aunque le cuesten votos. Su temor hacia Vox le impide avanzar sin mirar a los lados en cada paso que da por si se aprovecha Abascal. Según un veterano dirigente popular, “en lugar de las luces largas, ponemos las luces cortas y por eso nos estrellamos”. Quizá así se explique que el iluso García Egea pensara que las elecciones vascas, “uno más uno son dos”. En realidad, el auténtico problema fueron los aplausos que recibió la idea. Madrid recela de la plurinacionalidad porque la ve venir.

Sánchez no podrá caminar solo sin un guiño expresivo a las reivindicaciones identitarias, pero el PSOE teme el debate

Los resultados constatan una evidente plurinacionalidad que elevará su voltaje en las elecciones catalanas